viernes, 27 de enero de 2017

Trayecto sin retorno

Contar historias es una de las prácticas comunes de la vida social. Siempre se han contado historias y se seguirán contando, escribe Ricardo Piglia en sus Conversaciones en Princeton, y si pensamos en el futuro, “estoy seguro de que la narración persistirá porque es el gran modo de intercambiar experiencias”. Nos hacemos mayores, pero no cambiamos, en el fondo seguimos siendo criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten otra historia, y la siguiente, y otra más. De ahí se explica que haya hombres con cierto ardor dispuestos a contar su vida, sin haber sido ejemplar, tan solo por el hecho de tener un puñado de verdades en el hueco de la mano, como diría Pío Baroja, para esparcirlas a todos los vientos y que otros las escuchen.

El profesor de Derecho Internacional en la Universidad del País Vasco, Juan M. Velázquez (San Sebastián, 1964), autor del libro de relatos Secundarios de lujo (2006) y de las novelas Hombres sin suerte (2010) y Algo que nunca debió pasar (2012), pudo constatar que lo dicho por el novelista vasco y el escritor argentino se perpetúa, incluso de manera insólita. En abril del 2013, cuando presentaba la última de sus novelas en San Sebastián, en la biblioteca de la prisión de Martutene, al final del acto se le acercó uno de los reclusos asistentes, cargado con una enciclopedia abierta por el lugar donde se hablaba del asalto al Banco Central de Barcelona en el año 1981 y se destacaba el nombre del cabecilla: José Juan Martínez Gómez, conocido en las fichas policiales y en la prensa de la época como El Rubio, el mismo que portaba el tomo, el mismo que se presentaba ante sus ojos. Así se conocieron el autor y el narrador de lo que se avecinaba. A partir de aquel encuentro, según se cuenta en el epílogo de la obra, la historia a escribir ya no se hizo esperar.

Algunos me llaman El Rubio (Arte Activo Ediciones, 2016) es el testimonio novelado de un hombre que eligió ser un delincuente, un fuera de la ley, una vida escapista contada por él mismo, un relato que propone una verdad por boca de su personaje: una verdad huidiza, profunda, ambigua, contradictoria, irónica y elusiva, una verdad, en todo caso, moral y propia de la existencia de un ser sin atributos, nacido para la aventura, el riesgo y la huida, dispuesto a saltarse las normas establecidas hasta jugarse la vida por ello.

El Rubio cuenta que la realidad que ha vivido desde su infancia era un territorio ingrato que no le aportaba ilusión y, aunque confiesa que el camino emprendido por él no proviene de ningún desarraigo familiar, reconoce que quizás todo tiene que ver con su animadversión a las normas establecidas y por un deseo irrefrenable de aventura y una cierta actitud anarquista, en oposición a lo que el sistema impone.

José Juan Martínez Gómez hizo de su vida una novela épica, sin tener que acudir a la mentira, aceptando ser quien es, un delincuente consumado, con más de cuarenta años entre cárceles y reformatorios, y que empezó a conocer motu proprio el valor del dinero y la importancia de obtenerlo a golpe de asaltos. Acabó viviendo lo que había imaginado, acabó convertido en un atracador al servicio del mejor postor, un ladrón preocupado por robar en serio, enfrentándose a la policía, siendo perseguido y golpeado por ella, un hombre sin rutinas ni horarios y sin adicción a las drogas, solo apegado al dinero contante y sonante. “El dinero, así de simple –nos dice en una de sus escaramuzas–, no hay otro lenguaje más sencillo que recibir y pagar, el resto son subterfugios, rodeos, palabrería. Los favores que se piden a los amigos también se pagan tarde o temprano”.

Más allá del gran golpe al Banco Central en el que hubo algún herido, el asalto más espectacular perpetrado a una entidad financiera en la historia de nuestro país, que duró treinta y siete horas, con casi trescientos rehenes, y que puso en jaque, no solo a la policía, sino a todo un gobierno, debido a la trascendencia y a las extrañas circunstancias que rodearon el caso, presuntamente auspiciado por los servicios secretos, las fechorías de El Rubio, a pesar de haber sido innumerables por distintos lugares de España y Francia, nunca causaron muertes, un empeño que siempre le caracterizó.

Estamos ante un estupendo relato, un libro confesional de corte realista contado sin excesos y muy bien pertrechado, gracias a esa fuerza narrativa que imprime la voz en primera persona de su narrador, capaz de encandilar al más desconfiado de los lectores.

Flaubert lo decía de una manera muy explícita: “Un autor en su trabajo debe ser como Dios en el universo, presente en todas partes y no visible en ninguna”. El libro que firma Juan M. Velázquez lleva esa magia literaria apuntada por el maestro francés que tanto nos gusta a los que no paramos de leer historias de vidas azarosas y apuradas hasta que el aliento nos dure. Este relato de El Rubio posee esa gracia que engancha.


domingo, 22 de enero de 2017

Una vida intensa

En cuestión de lecturas, diría que soy nómada y omnívoro, una especie de viajero que hoy hace fonda en el cuento y pide el menú degustación, y que mañana continúa alegremente su camino buscando otro albergue, tras los pasos de la novela o de la poesía. Incluso, cuando en ese deambular se originan encrucijadas, tampoco rehúyo de un retiro más prolongado a merced del ensayo. Además me gusta, en ese periplo por los géneros, no estar sujeto a ningún canon, ni a estereotipos literarios en boga, sino a la diversidad seductora de las librerías, a la luz placentera de la sorpresa, a la dinámica propia de saber que los libros te abren las puertas de otros.

Vivo por tanto, como lector y desde siempre, en una alocada soltería en cuanto a géneros literarios. A todos los encuentro suficientemente atractivos y a ninguno, en particular, le debo fidelidad extrema. De hecho, en los últimos años, los libros de poesía y de no-ficción comienzan a engrosar mi biblioteca a un ritmo mayor que los de narrativa.

El espíritu del libro que traemos hoy a esta bitácora de lecturas, La importancia de no entenderlo todo (Círculo de Tiza, 2016), es otro añadido más a esa dinámica referida y, en este caso particular, se debe, en gran parte, a la personalidad de su autora. Si ya con sus cuentos Grace Paley (Nueva York, 1922 – Vermont, 2007) nos deslumbró con esa manera particular suya de fusionar las convicciones políticas con las ideas y las experiencias personales a través de las historias de sus personajes, gente emigrante, mujeres y niños apurados que transitan por los barrios y avenidas de la Gran Manzana, con los artículos reunidos en este volumen, la narradora, crítica, poeta y activista americana combina su talento literario con sus sentimientos más profundos en el compromiso cívico y en la lucha política.

Paley, hija de inmigrantes judíos rusos, exiliados a EE.UU., nacida en el Bronx y que estudió poesía con Auden, de quien aprendió que cada escritor tiene una voz y esta es única, vivió con espíritu combativo lo que sucedía en las calles, escuchando las voces de las mujeres que, como ella, se implicaron en la conquista de sus derechos. Su compromiso fue siempre social y antibelicista. Militó en primera línea en un feminismo incipiente que se fue abriendo paso cada vez con más fuerza por las avenidas, mujeres aguerridas dispuestas a todo, hasta ingresar en la cárcel. Allí también estuvo, defendiendo entre rejas sus derechos con resistencia pacífica y tenacidad, apelando, incluso, a la desobediencia civil.

La importancia de no tenerlo todo, bajo la traducción de Arturo Muñoz, y con un emotivo prólogo a cargo de Elvira Lindo, quien describe a Paley como esa gran madre a la que arrimarse para sentirse protegido y no perder el buen ánimo, recoge veintiocho textos con recuerdos familiares, episodios personales de su activismo, análisis político y apuntes literarios, todos ellos con hermosas reflexiones sobre la tarea de escribir. “Lo que le interesa al escritor –subraya en una de ellas– es la vida, la vida tal y como “casi” la está viviendo, lo que ocurre aquí o en el extranjero, en Nebraska, en Nueva York o en Capri”. “El escritor –advierte en otra al lector– finge ser un especialista en algo (la vida) sobre lo que no sabe nada. Si escribe es para poder explicárselo todo a sí mismo, y seguramente escribirá más cuanto menos sepa”.

Este volumen es el testamento vital de una mujer feminista que amaba a los hombres, entregada a la lucha por los derechos civiles de la mujer y enfrentada a la guerra, un testimonio que refleja mayormente su trayectoria social, conjugando igualmente sus preocupaciones literarias, sin abandonar su responsabilidad de madre y ama de casa inserta en los entresijos del hogar. Las piezas escritas abarcan una época convulsa en la vida intensa que llevó la escritora neoyorquina entre los años cincuenta a los noventa del siglo pasado, un período polarizado por las desigualdades sociales, la guerra de Vietnam y otros conflictos armados.

Para Grace, una mujer agitadora y comprometida con su tiempo, que alzó su voz frente a las injusticias y que usó la palabra para contar el pulso de la vida, la gran pregunta que hay que hacerse siempre es cómo tenemos que vivir nuestras propias vidas. En sus artículos, escritos con una prosa clara y eficaz, el lector encontrará la fuerza vital de una escritora directa, sencilla, enérgica y aguda, como diría de ella Susan Sontag.

En esta obra, profundamente analítica y lúcida, hay razones abundantes para sopesar cuestiones que siguen vigentes todavía, a pesar del tiempo transcurrido. Dice Paley que lo que encierra su libro es más que una mera recopilación autobiográfica, aunque ciertamente trate de su vida, de su gente y de la realidad de su mundo.

El lector encontrará en sus páginas pasajes apasionados y emotivos de la trayectoria vital de una mujer volcada en cuestionarse las cosas, un ser inconformista pleno de literatura y compromiso. Por suerte para el arte, como sentenció la escritora en una de sus notas, la vida es dura y misteriosa, difícil de entender e inútil. Este libro intenso y vivo da buena prueba de ello.


domingo, 15 de enero de 2017

Cuestión de tamaño

No dar la talla resulta una expresión muy común entre nuestros congéneres y se refiere a esa clase de decepción provocada por alguien que no estuvo a la altura de lo esperado o anduvo menguado en lo que otros deseaban de él. Sin embargo, para la gente bajita, no dar la talla es un hándicap innato mayor, una anomalía cargada de complejidad y desamparo, aunque con razones latentes para pensar que, a pesar de esa enorme contrariedad, un enano siempre sueña con que la suerte le sonría.

El escritor y profesor universitario Federico Jeanmaire (Baradero, Argentina, 1957), recientemente galardonado como finalista del Premio Herralde con su novela Amores enanos (Anagrama, 2016) propone una historia conmovedora sobre esta gente diminuta y aislada, cimentada en Blancanieves, uno de los cuentos más populares de los hermanos Grimm, a los que, por cierto, dedica su obra. Jacob y Wilhelm aprovecharon la tradición cuentística oral para convertir sus relatos en cuentos infantiles que, en realidad eran, en muchos casos, piezas cómicas para adultos. Los personajes de Jeanmaire, en cambio, no son enanos que viven en el bosque como los de los hermanos alemanes, sino que deambulan de un sitio para otro, sin tener arraigo de ningún tipo. La soledad, la incomunicación y la marginación conforman el secreto de sus vidas.

El narrador de esta historia hilarante y dramática lleva por nombre Milagro y trabaja con su colega Perico en un circo que, al cabo de un tiempo, se va a pique por la escasez de público. Son enanos dependientes de esta farsa, gente menguante y desconfiada que odia cualquier diminutivo y que no les queda otra que tratar de salvar sus vidas grotescas sorteando las adversidades sobrevenidas a su propia condición basada en el hazmerreír y en el juego exhibicionista de sus figuras. Ante este contratiempo, ambos proponen asociarse para comprar con sus ahorros un terreno junto al mar y distanciarse de sus quehaceres anteriores. Pero una insólita oferta de trabajo dará un vuelco a sus vidas: les proponen trabajar como strippers en una de las salas más famosas de una población cercana. Aceptan esta oportunidad que, en poco tiempo, ha de llenar de dinero sus bolsillos.

Con todo ese caudal sobrevenido deciden construir un barrio acotado formado exclusivamente por enanos, una idea de convivencia para lograr la felicidad que no encuentran en las calles y barrios de sus otros semejantes que les rebasan en centímetros. El proyecto comunitario tiene una repercusión extraordinaria y empiezan a recibir cada vez más miembros de diferentes lugares confiados en su bondad. Pero ese afán de concordia y buenas intenciones se romperá con la aparición de Eliana, una bella periodista interesada en la vida de los impulsores de la idea que alterará las reglas establecidas dentro de la incipiente comunidad.

Si en el cuento de Blancanieves se habla de la belleza, del enanismo y de las dificultades que han de encarar los humanos en la convivencia para no dañarse y no envidiarse, y se percibe que la maldad está del lado de los que más centímetros tienen, en Amores enanos ocurre lo mismo, con la salvedad de que cuando el amor y la pasión entran en juego todo salta por los aires y las consecuencias pueden ser nefastas, alcanzando por igual a los bajitos y a los más altos.

Con su novela, Federico Jeanmaire da una vuelta de tuerca a la tradición. Aquí, el cuento de Blancanieves estalla en una deriva que hace trizas su moraleja bienintencionada. El relato del argentino está lleno de contrastes y sujeto a un juego en el que las reglas existen para no saltárselas y el límite, por tanto, está en no romperlas.

Amores enanos es un relato ameno, cómico, divertido e intenso, pero igualmente dramático y cruel, elaborado con una prosa seca y efectiva que le imprime mucha soltura y drenaje narrativos a la trama, gracias a su estructura en capítulos cortos. En apenas dos o tres páginas de lectura se pasa a otro episodio como eslabón bien engarzado de una historia delirante, jocosa y, a la vez, satírica.

Jeanmaire pone al lector frente a los mecanismos de supervivencia de unos seres especiales y limitados con una historia en la que las relaciones de poder, los celos, la pasión y el rencor conforman una fábula orwelliana en la que se muestra lo complicado que resulta normalizar la convivencia, incluso entre seres cortados por un mismo patrón.


jueves, 5 de enero de 2017

La deriva de las cosas

En los últimos años el relato breve en nuestro idioma ha experimentado un crecimiento descomunal e imparable. El cuento está en alza y, en gran medida, se debe a la apuesta valiente de editoriales que durante años han demostrado pasión y fe en este género, aupándolo con entusiasmo hacia cotas de aceptación sin precedentes y al gusto de un público lector afectado de cierto cansancio de tanta novela. El impulso de estos sellos ha propiciado que hayan florecido más certámenes de relatos y cuentos y, a su vez, han favorecido que muchos escritores vuelvan a su territorio, al poder persuasivo e impactante que, por naturaleza propia, tiene esta narrativa tan exigente y precisa.

Algunos debuts recientes en este género narrativo han sobrepasado las previsiones editoriales y se han convertido en un auténtico acontecimiento literario de gran atención por parte de la crítica que han generado igual curiosidad en un público lector cada vez más inclinado al género breve. Libros como La acústica de los iglús (Caballo de Troya, 2016), de Almudena Sánchez o La condición animal (Páginas de espuma, 2016), de Valeria Correa Fiz, son dos ejemplos notorios de este fenómeno sobresaliente entre un público, cada vez con más prisas, ávido de leer buenas historias y, por ende, predispuesto a dejarse seducir por otro formato más ligero, pero a la vez que le exija una participación reflexiva con mayor prontitud que la novela.

Casi simultáneamente al éxito de las ediciones anteriores, en octubre de 2016, la periodista, editora y bloguera Laura Ferrero (Barcelona, 1984) irrumpe con Piscinas vacías, su primer libro de relatos, que a diferencia de los ya mencionados, ha tenido una trayectoria muy particular e insólita en su publicación: primero vio la luz en formato digital con gran eco, después pasó a papel impreso en autoedición y, por último, el sello Alfaguara lo lanzó de forma masiva a los escaparates de las librerías.

Ferrero ha escrito unos relatos con muchos contrastes y tonos. En Estación de tren, el primero de ellos nos presenta una historia narrada en segunda persona, una voz imperativa que propone asumir errores y cerrar capítulo a una relación imposible. El resto de los relatos alternan entre dos voces: diecisiete historias contadas en primera persona y las ocho restantes en tercera persona. Sofía, una de las mejores piezas, es una hermosa y conmovedora historia de amor sobre una hija no nacida. En La casa más vacía del mundo, la pena y el dolor por la pérdida de una esposa y madre inunda la casa de un padre y un hijo desconsolados. En Después de la lluvia, el miedo a la enfermedad todo lo trasmuta, pero el amor resiste. En El rastro de los caracoles, una mujer evoca su infancia sobre aquellas cosas desechadas que dejaron de cumplir su función. Todas son historias, en definitiva, sencillas, nacidas o malnacidas en el seno del hogar.

En los relatos de Piscinas vacías transita gente sumida en insomnios, en imposibilidades, gente inquieta y atragantada en su realidad cotidiana sin que lo sepan los otros personajes y en los que lo importante son los estados de conciencia de los seres que desfilan por sus páginas.

En este libro el lector no encontrará explicaciones ni porqués a las historias que se cuentan, como ya nos advierte la autora, y tampoco certezas. Aquí solo hallaremos interrogantes y dudas, silencios e incontables inseguridades, y mucha inquietud con ciertas verdades. Los relatos están repletos de detalles, escenas cotidianas que les ocurren a la gente corriente, hombres, mujeres, niños y parejas que arrastran sus silencios y desatinos para mostrarnos la inutilidad de sus pérdidas, sus miedos y sus soledades, como las que revela el título de uno de los cuentos que pone nombre al libro, Piscinas vacías, una metáfora de la deriva de las cosas.

Aún así, los seres que habitan este libro son criaturas interesadas en cambiar la deriva de las cosas, que no sucumben pese a las contrariedades de los hechos. No son héroes, ni gente extraordinaria. Se parecen mucho a nosotros, y mediante los cuales la autora viene a decirnos que, ante los atascos e imprevistos que nos suceden en la vida cotidiana, es mejor no tocar nada y dejar pasar el tiempo. A veces, la inutilidad de arreglar lo que sea es, en sí mismo, una solución a muchos males de la realidad de nuestra existencia.

Piscinas vacías es un meritorio libro de relatos, de prosa transparente y escueta, un buen compendio de historias verosímiles que bucean en el misterio de la vida, sin sentimentalismos, pero cuya llaneza nos aproxima al lugar y al momento donde se produce el contexto de cada suceso o la deriva de lo inevitable. Otro debut prometedor que viene a constatar que las cosas que nos suceden cada día son más literarias de lo que se piensa.


lunes, 2 de enero de 2017

El valor de la educación

En Mal de escuela (2008), una novela de Daniel Pennac, llena de ternura y entusiasmo, subyace el propósito de incidir en el debate de la educación, un asunto siempre polémico en cualquier país y época. En el colegio descorremos la cortina de muchos de los interrogantes que nos ha de deparar la vida o, al menos, es la institución donde compartimos con nuestros semejantes la extraordinaria tarea de satisfacer la necesidad de instruirnos, así como la de encontrar respuestas al mundo que nos rodea. Es aquí donde cada alumno toca su instrumento, nos cuenta el narrador del libro a modo de metáfora. Lo delicado para el maestro consistirá en conocer bien a sus pupilos y buscar la sinfonía apropiada que la clase necesita. Una buena clase, por tanto, no tendrá nada que ver con la uniformidad de un regimiento desfilando, sino con una orquesta que trabaja en pos de una pieza musical armónica y envolvente.

La hora de clase (Anagrama, 2016), es un jugoso ensayo a cargo del prestigioso psicoanalista y escritor Massimo Recalcati (Milán, 1957) que responde al mismo asunto: la educación en la escuela como ritual de iniciación del aprendizaje. La educación siempre es un tema candente y a todos nos interesa. Decía Natalia Ginzburg en Las pequeñas virtudes (1966) que: “Lo único que debemos tener en cuenta en la educación es que en nuestros hijos nunca disminuya el amor a la vida […] ¿Qué otra cosa es la vocación de un ser humano, sino la más alta expresión de su amor por la vida?” En sus reflexiones sobre el mismo tema, Inmanuel Kant escribía también que “el hombre no llega a ser hombre más que por la educación”.

Para Recalcati, al igual que para los autores citados, el hecho de enseñar a nuestros semejantes y de aprender de nuestros semejantes es tan importante para el establecimiento de nuestra personalidad como cualquiera de los conocimientos concretos que se perpetúan o transmiten en las escuelas.

La tesis principal de este libro, tal como lo formula el propio autor en la introducción, no es otra que destacar el papel insustituible del enseñante. El maestro es, por antonomasia, el garante de ese rol, según Recalcati, y ha de seguir siéndolo, liderando su papel dinamizador del saber hacia el alumno.

En la actualidad, el modelo educativo y la búsqueda de la excelencia en el aprendizaje son aspectos que suelen ocasionar mucho ruido en el seno de la comunidad educativa, al igual que en los debates de los distintos parlamentos de cada país. El maestro, además, nos cuenta el profesor milanés, está más solo ante el peligro de esos padres cada vez más cómplices y aliados de hijos y más distantes con el profesorado que, además, prefieren despejar el camino de sus hijos ante sus tropiezos académicos o comportamientos punibles, cambiando de colegio, de profesores o protestando insistentemente como replicantes de sus hijos.

Este libro desvela los contrapuntos de la educación en la escuela, sus debilidades. Sin embargo, resarcirse del pesimismo reinante es su verdadero objetivo. En la enseñanza auténtica, viene a decirnos, no hay oposición entre instrucción y educación, y se apela a que en una hora de clase es posible cambiar una vida, dar un vuelco al destino e, incluso, despertar curiosidad sobre la simpleza de un esbozo.

La hora de clase es un libro esperanzador, lleno de grandes verdades, un ensayo pedagógico que se afana en detallar los males de la escuela, haciendo mención permanente a la figura del maestro, pieza clave en el engranaje complejo de la educación, cuestionado dentro y fuera de la institución escolar y que requiere de una legitimación social reparadora urgente.

Llegados a este punto, no tenemos dudas de que la enseñanza depende especialmente del carisma de quien la ejerce, de quien pone empeño y motivación sobre aquellos que se ponen en el otro lado del aula. Su liderazgo, como resalta Massimo Recalcati, es fundamental para impulsar el interés de nuestros hijos hacia el aprendizaje y, por ende, hacia el conocimiento.

El niño, como diría el sabio Montaigne, no es un recipiente que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender. La escuela, como señala este libro, es el laboratorio para avivarlo.