viernes, 23 de diciembre de 2016

La identidad, la ciudad y la escritura

El poeta John Donne afirmaba en sus Devociones que: “Ningún hombre es una isla completa en sí misma; todo hombre es un trozo de continente, una parte del todo”. El escritor, ensayista, artista plástico y fotógrafo puertorriqueño Eduardo Lalo (Cuba, 1960) es consciente del valor innegable que guarda esta reflexión. Él sabe que toda isla es una porción de tierra rodeada de deseos por todas partes, y sabe que todo isleño tiene algo de mitólogo, una característica propia del misterio que supone vivir aislado, y en cierto modo invisible, sin dejar de sentirse habitante de un continente a escala reducida.

Todo escritor sueña con tener una vida en la que aspira a crear artesanalmente un mundo, desde la soledad y el silencio, como si fuese una pieza de barro húmeda, moldeable, sutil. Hacerlo, además, desde la perspectiva insular, desde una isla casi invisible al mundo global, como Puerto Rico, significa mostrarlo de manera vindicativa, algo que Lalo ya había hecho con su anterior libro Los países invisibles (Fórcola, 2016), un soberbio rescate editorial, por cierto, donde sobresalen dos apuntes reflexivos que no pasan desapercibidos para el lector: “en todas partes se está, pero sólo en algunos sitios hay ojos”, o aquello de que “la invisibilidad es uno de los condicionantes de la historia y acaso hoy, en la era de la globalización, lo sea con mayor encono y maldad”.

La novela Simone (Fórcola, 2016), galardonada en 2013 con el prestigioso Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, acapara también parte de ese discurso filosófico y literario plasmado en Los países invisibles. En esta ocasión, como aprecia Elsa Noya, en el excelente prólogo del libro, el escritor puertorriqueño aprovecha el relato de una compleja historia de amor para mostrar su convicción de que toda literatura es exploración de la condición humana.

Simone propone un viaje impredecible por la ciudad de San Juan para mostrar la intimidad palpable entre la vida del narrador y el espacio urbano que le envuelve para establecer vías de comunicación en ese yo profundo y caótico, y el yo social que debe enfrentarse a solas con las normas establecidas. Pero ¿quién es esta Simone que pone título al libro? El nombre, tomado de Simone Weil, es una máscara, un antifaz sobre el rostro de una inmigrante ilegal china, Li Chao. Con ese nombre de la filósofa francesa, la joven asiática va firmando unos mensajes en clave que va dejando esparcidos por la ciudad de San Juan para que el narrador, escritor frustrado y anónimo, vaya desvelando en su deambular por las calles sus concomitancias con la inutilidad de la literatura que tanto ama y que tanto le condiciona en su manera de vivir.

Entre el misterio de estas notas y su conexión con lo que significa ser extranjero en un país, Lalo incardina una historia de amor y desencanto narrada en primera persona. La novela está escrita de forma lineal, sin división de capítulos, pero trazada en dos sesgos temporales: un tiempo presente al inicio en el que el narrador va registrando, a modo de diario, el acontecer de sus días con el fin de encontrar algún sentido a su vida insatisfecha, valiéndose de objetos dispares como una libreta, servilletas, facturas o tickets, y un tiempo pasado donde se cuenta la relación mantenida entre el escritor y Li Chao, apasionada de la literatura y del arte. 

Todo ello conduce a un juego de seducción literaria donde ambos se abandonan y asocian al tiempo que sus gustos y sus preocupaciones se dejan ver. A pesar de los lazos estrechos que se crean entre ellos, el detonante de ruptura no tarda en llegar. Para él, la relación simbiótica del individuo con la ciudad, los sentimientos de amor, pena y pérdida parecen coincidentes con Li Chao. Sin embargo, las particularidades sociales de esta mujer, marcada por la revolución cultural llevada a cabo en su país de origen, pondrán el contrapunto final a la aventura. Esta determinación hará que el escritor repliegue de nuevo sus inquietudes girándose hacia la misma ciudad que propició su debate existencialista, pero ahora experimentando nuevos retos sobre la identidad, la pertinencia del lenguaje y la globalización.

Simone es una novela íntima, un libro nada amable y de lectura exigente, una historia de amor y literatura trazada bajo las coordenadas de un mundo globalizado, en donde la identidad sobresale como eje de la trama. La ciudad, la esperanza, el amor y la vida de sus protagonistas aspiran a ser visibles y tenidos en cuenta, más allá de sus orígenes y de la distancia entre ellos, pero el azar es caprichoso y, casi siempre, esquivo.

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