sábado, 16 de enero de 2016

Epifanía americana

Dicen algunos que el diario podría ser como la huella dactilar del escritor. Por mucho que trate de fingir, un diario siempre dice mucho de la realidad de su autor, tanto con la palabra escrita como con los silencios guardados entre líneas. En todo caso, el diario de un escritor conforma una inagotable miscelánea origen de sorpresas y, también, una experiencia vital de autoficción de aquellos momentos vividos de modo favorable o de aquellos otros inexplicablemente desaprovechados.

Elvira Lindo (Cádiz, 1962) publica esta vez un compendio de experiencia vital en este formato que resume unos años inolvidables vividos en la Gran Manzana, un diario escrito entre el 16 de enero y el 16 de mayo de 2015. Son los recuerdos de su último invierno neoyorquino pasados al papel en noches de insomnio entre las ventanas del apartamento número 106 del barrio de Upper West Side, donde vivió una larga década con su marido Antonio Muñoz Molina en su etapa de director del Instituto Cervantes y como profesor de Literatura en la Unversidad de Nueva York.

La mayor parte del observatorio literario de Noches sin dormir (Seix Barral, 2015) se cuece en el hervidero de las calles de Nueva York, aunque también da cuenta de algunos detalles de su vida social de pareja asistiendo a algunas conferencias políticas, conciertos, cenas y reuniones con amigos. Pero lo que de verdad le apasiona a esta mujer es caminar por las avenidas y tomar el metro para desplazarse por los barrios de esta inabarcable metrópolis. Su mirada atenta no desaprovechará las oportunidades que le ofrece la gran ciudad para tomar fotos a tipos extravagantes que entran y salen por las bocas del metro, que se sientan en sus vagones o que atraviesan pasos de cebras y se dejan caer en la esquina de un edificio.

La sensación para el residente e incluso para el visitante es que el presente es tan poderoso en Nueva York que el pasado parece que no cuenta, que no tiene importancia, como si se extinguiera superado por el trajín de los días. Estas sensaciones son todo un espectáculo de contrastes cuando te desplazas por el paisaje urbano entre el fluir inextinguible de sus habitantes. La ciudad es un delirio de escenografía, de rostros y situaciones inverosímiles. Cualquier vida neoyorquina, desde la más solitaria y retraída, hasta la más mundana y ajetreada, se vislumbra entre las líneas de este ameno diario. Da la impresión, por lo que cuenta, de que el neoyorquino, además, es un tipo que habla mucho, aunque pertenezca a una “ciudad de orgullosos solitarios”, (pág. 202).

En Noches sin dormir hay cabida no solo para seres anónimos y extraños, sino también para escritores vinculados a esta inmensa y maravillosa urbe como Henry James, Bashevis Singer, John Cheever o Tom Wolfe. Hay pasajes con amigos y admirados novelistas, como Colm Tóibín y Philip Rooth, al igual que cantantes y poetas, como Suzzane Vega o Nick Drake... “Me gusta entender la vida así –confiesa la autora– cosida por un hilo invisible que entrelaza relaciones caprichosas pero posibles, no forzadas por las fantasías a las que tan aficionados son algunos literatos, sino basadas en condiciones reales”, (pág. 145).

En el libro hay una propensión a desdramatizar la dureza que de por sí supone vivir en una gran ciudad. El vagabundo forma parte del paisaje nocturno. Lidiar con la soledad y el desarraigo de tantos seres atrapados en las costuras marginales de los barrios es el verbo más común que se conjuga en esta ciudad tan efervescente y llena de contradicciones. Nueva York es de las ciudades del mundo mejor dotada para escribir sobre su ambiente, sobre sus barrios y edificios; su hechizo es imponente para cualquier visitante, sin distinción de edad. El celuloide de nuestra memoria nos la hace tan conocida que forman parte de nuestro archivo vivo de espectador: Brooklyn, Times Square, Manhattan, los muelles del Hudson, la Quinta Avenida, el Empire State Building... Cuando pisamos por primera vez sus avenidas, se activa toda esa memoria cinematográfica que hace que esos lugares nos resulten inconfundiblemente familiares.

Noches sin dormir es un testimonio literario fluído, narrado con una prosa sencilla, en el que su autora comparte vivencias y experiencias íntimas plasmadas en la verdad de sus fotos. Con esta epifanía americana disfrutarán sus lectores incondicionales, lo celebrarán con la misma inmediatez acostumbrada; para el resto, pensando en el lector curioso, más propenso a rendirse al hechizo de la gran ciudad de Nueva York, no lamentará haberlo leído.


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