jueves, 1 de octubre de 2015

Un bote salvavidas

El único objetivo de la escritura es permitir al lector que disfrute más de su propia vida, o que la soporte mejor, según la sentencia de Samuel Johnson, el hombre de letras más distinguido de la historia inglesa del siglo XVIII. La escritura, en verdad, entra en nosotros cuando nos da información sobre nosotros mismos y la realidad que nos rodea en el momento en el que leemos algo. Los libros repentinos, hermoso título, de Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978), viene a constatar el espíritu del Dr. Johnson acerca de la importancia de estos objetos extraordinarios y animados, como son los libros, que acuden a nuestro lado para que nos enteremos de lo que pasa, para entretenernos y para ayudarnos a sobrellevar y manejar mejor nuestra soledad con la que siempre andamos en eterna compañía.

Para este joven profesor de instituto, que cuenta ya en su haber con una producción literaria considerable y con dos novelas anteriores de muy buena acogida por la crítica y el público, en las que nos recuerda que la literatura no sirve para lo perentorio y urgente, pero sí que puede ser un buen remedio y alivio para los interrogantes y las angustias propias del hecho de vivir. Y así lo refiere en su libro Nada es crucial (2010), una historia de formación sentimental de una pareja aprisionada en un entorno social falso e irrespirable que trata de buscar sentido a sus vidas. Después, con Democracia (2012), Gutiérrez experimenta con una escritura transgresora y radical para tejer una trama en la que retratar la realidad de una crisis económica y social que arrastra a la ruina total y a la marginación a sus verdaderas víctimas: los parados. Y ahora, con su nueva novela, Los libros repentinos (Seix Barral, 2015), rescata el amor a los libros a través de su protagonista, una anciana que vive y transita en el extrarradio de una ciudad, en un barrio humilde, de casas baratas, atizado por la exclusión social, que se convierte en un claro escenario de reminiscencias barojianas, en el que la lucha por la vida es lo único que da argumento y sentido a la realidad que te toca en suerte.

En esta novela, el escritor andaluz deja a un lado a los protagonistas más frecuentes de sus anteriores entregas, jóvenes y adolescentes marginales, para elegir a una viuda de setenta años, llena de energía y entusiasmo, Doña Reme. Esta mujer, redimida gracias a su encuentro fortuito con los libros, va a ver cumplido su destino: se despojará de las estrecheces morales propias de su generación y se convertirá de la noche a la mañana, sin proponérselo, en una activista social, la líder de una revuelta junto a Robe, un joven inconformista que se debate entre salir de la vida inerte y sin sentido de la gente del barrio o sumirse en la inanición. Sin embargo, la revolución pintoresca, literaria y pacífica de Reme se diluye cuando irrumpen en su vida los cabecillas profesionales de los movimientos sociales que abanderan todas las protestas.

En Los libros repentinos, a esta mujer de origen sencillo la vemos, de joven y de anciana, en un escenario de barrio obrero, donde la vida transcurre sin alicientes, sin horizontes y, es entonces cuando, aparece un montón de libros, y estos serán el revulsivo que ha de movilizar las conciencias dormidas de los habitantes de dicho barrio marginal. A esta anciana, de carácter inquieto y curiosidad sin límite, los libros la transforman, la rescatan de su vida anodina y decadente, y gracias a estas lecturas puede contagiar a sus vecinos de su inconformismo, esa voluntad de superación rescatada de la tradición literaria de Galdós, Clarín, Ortega, Machado, Buero Vallejo o Baroja, sobre todo de este último, por encima del resto, un autor muy incisivo con la realidad de los menesterosos.

Los que hayan leído otros libros del autor onubense ya conocen la particularidad de su estilo, trabajado en ese lenguaje envolvente, sin retórica, capaz de retorcer la sintaxis, generar neologismos e, incluso, exponerse voluntariamente a incorrecciones gramaticales. Para Gutiérrez, el fondo y la forma en literatura conforman una unidad, un todo que, en definitiva, justifica la intencionalidad del texto.

Los libros repentinos es una historia bien armada, con mucho tinte satírico en su fuero interno y una buena dosis de intencionalidad política, una novela que clama justicia y señala abusos y desequilibrios sociales. Pero si hay algo que destacar, por encima de la denuncia social, es el hecho de que el texto cabalga hacia algo luminoso y liberador: la literatura. Y ese es su gran logro. Por tanto, hay todo un alegato palpitante y deliberado sobre la importancia y el poder de persuasión de los libros, un homenaje a la literatura, a esa capacidad innegable que posee, como acto de rebeldía y como bote salvavidas, para soportarnos y sobrellevar mejor nuestra agitada existencia.

Es curioso que las novelas que me gustan no dan indicios de ser novelas y a esta de Pablo Gutiérrez le ocurre eso, como a tantas obras de Pío Baroja, que además de novelas, son crónicas sociales y documentos vívidos, y es precisamente ahí donde radica toda su fuerza evocativa y su valor literario. [Reseña núm. 242]


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