miércoles, 19 de agosto de 2015

El espíritu oscilante del tiempo

Podría decirse que mi relación lectora con Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) ha sido intermitente a lo largo del tiempo. Mi primera incursión en su obra literaria corresponde a la novela Queda la noche, galardonada con el Premio Planeta de 1989. Después de unos años me sumergí en otra, de título largo y sugerente: Si al atardecer llegara el mensajero (Anagrama, 1995), donde la fugacidad de la vida y la amenaza imprevisible de la muerte son temas abordados como pretexto para acometer los problemas irresolubles que acarrean la existencia de cualquiera. Con La señora Berg (Anagrama, 1999), un relato espléndido e insinuante sobre el amor, la familia y los desencuentros de la vida, la académica de la R.A.E. alcanza su madurez literaria. Y luego, en 2012, me animé con otro de sus libros, publicado en el mismo sello editorial que los anteriores, Mi amor en vano, una historia que ahonda en la atracción y la pasión entre seres humanos, y todo aquello que se anhela para buscarle un sentido a nuestra existencia. En estos cuatro libros se concentra mi recorrido personal por el universo literario de la autora zaragozana. Hasta la fecha, no me había acercado a la estancia de sus relatos y cuentos, un género por donde Puértolas se ha embarcado alternándolo con la novela.

No he podido resistirme a leer lo último de su cosecha cuentística, una oportunidad para adentrarme en ese terreno literario que tanto me entusiasma y que con tanto apasionamiento me sumerjo cuando un libro de este género cae en mis manos, sobre todo si el autor es de mi interés.

El fin (Anagrama, 2015) es un conjunto de trece relatos que recoge el espíritu oscilante del tiempo y de los sentimientos, ese que conlleva el vivir con la impresión de que todo tiene un punto final. Muchas de las historias reunidas en esta colección de cuentos evidencian las inquietudes de sus personajes, hombres y mujeres que desconocen sus destinos y tampoco tienen claro las consecuencias inciertas de seguir vivos. En los relatos breves de la escritora aragonesa se percibe la influencia de Chéjov, no solo por el tono distante del narrador y esa forma compasiva, sin apenas emoción por parte de los personajes, que con tan particular destreza narraba el maestro ruso, sino que también en nuestra compatriota aparece siempre la losa del paso del tiempo cargando sobre las espaldas de sus personajes.

Aunque Puértolas no establece marcas temporales a la hora de elaborar sus cuentos, muchas de sus historias se desarrollan en un pasado inmediato. En estos relatos, la dificultad que presentan los diferentes protagonistas, que deambulan por sus páginas para manifestarse con sus emociones a flor de piel, tienen unos finales que parecen inconclusos, una opción literaria que parece transmitir la idea de que no se cierran de forma definitiva, que, a la postre, es como abrir un canal de consuelo al lector para que sea él quien los concluya.

El fin aglutina un número suficiente de historias en las que están muy presentes esa percepción inexorable del paso del tiempo, mezclado con esas experiencias ondulantes e imprevisibles de la vida. Y así, por ejemplo, en el primero de ellos, Películas, todo transcurre en apenas unas horas de un domingo cualquiera y, en ese intervalo, un hombre aguarda un suceso que, para sorpresa del mismo, no llegará a ocurrir. En Lord se muestran las antipatías que se intercambian los perros de una pareja, algo que comienza a desestabilizar la relación de sus dueños. En Las tres Gracias, en cambio, hay un alumbramiento temprano de la sexualidad de una adolescente a través de esta alegoría pictórica de Rubens. Y para cerrar, en El fin, título del último cuento que da nombre al libro, Puértolas cuenta y reincide en la temporalidad por boca de una anciana, y para ello se vale de una conversación telefónica que esta mujer mayor mantiene con su hijo en la que le relata un incidente desagradable protagonizado por ella misma.

La sensación final de la lectura de estos cuentos me sugiere que son historias escritas con pulcritud, sutileza y corrección, pero que no llegan a turbarnos, no tiran ese pellizco emocional que conmueva al lector, ni tampoco le pillen por sorpresa, y eso que en todos ellos se percibe un trasfondo de algo distinto a lo que se evidencia.

El fin no es un libro malogrado de la académica, pero no se encuentra entre lo mejor de su producción literaria, una anomalía que no desmerece a sus anteriores libros, notoriamente mejores que este. [Reseña núm. 233]

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