sábado, 29 de agosto de 2015

Retorno a la naturaleza

Lo asombroso de los libros es que cobran vida propia en manos del lector. En el deslumbrante ensayo La verdad de las mentiras (Seix Barral, 1990), el escritor Vargas Llosa despliega los entresijos de la ficción con el propósito de mostrar al lector las intenciones que hay en toda novela. Que nadie se lleve a engaños universales –nos viene a decir el nobel peruano–, las novelas mienten, pero esa es una parte de la historia que encierran. La otra, la más interesante, es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad que solo puede expresarse disfrazada y encubierta de lo que en realidad no es. Porque querer ser distinto de lo que se es ha sido siempre la aspiración humana por excelencia. De ella resultó lo mejor y lo peor que registra la historia. De ella –concluye el autor de La ciudad y los perros– han nacido también las ficciones.

Oso, de Marian Engel (Toronto 1933-1985), es una novela indisimulada sobre esa realidad propia del ser humano de no estar contento con la suerte que corre y querer llevar una vida distinta a la que tiene. Este es el embrión de la historia que bulle en esta obra que traemos hoy al blog: la inconformidad de su protagonista, el latido de una pasión irrefrenable.

Con una hermosa y reveladora portada, Enrique Redel, editor de Impedimenta, nos trae esta breve novela inédita en España. Engel publicó su Oso en 1976, catorce años antes de que el escritor de Arequipa nos hablara de la verdad de las ficciones, aunque aquí también la escritora canadiense invita al lector a asistir de cerca, como espectador, a la metamorfosis de Lou, la joven bibliotecaria, de vida anodina y rutinaria, que protagoniza su insólita historia.

Marian Engel comenzó a escribir desde muy joven. Hija de maestros, creció en un pueblecito del norte de Ontario. Publicó su primera novela a los 35 años, pero su fama en Canadá le viene dada con la aparición de esta novela decididamente erótica, todo un escándalo en los ambientes puritanos de aquellos años. Urdida con los mimbres literarios suficientes, sin apenas diálogos y con un narrador omnisciente que va desvelando la relación emocional creciente entre dos seres tan dispares y ajenos, la autora va despojando a su joven protagonista de toda clase de prejuicios hasta colmarla de felicidad y desenfreno.

Una mujer, una isla recóndita, una casa y un oso tierno y complaciente son los elementos reunidos para configurar esta extraña y excitante historia. Si a esto le añadimos que el personaje, una rara avis solitaria, ocupada en catalogar libros en un instituto, va a mantener un desenfrenado idilio con el viejo oso que habita en un lugar remoto, hicieron que no pudiera resistirme y, mucho menos, una vez empezado, perderme la lectura de este libro. El morbo por indagar sobre esta relación, tan fuera de lo común, superaba con creces mi curiosidad fortuita del principio. Y es que a todos nos gusta que nos cuenten historias excepcionales, y si estas tienen el aditivo de extrañas y únicas, aún nos atraen más. Aquí, Engel narra la transformación experimentada por Lou, una mujer anodina, a través de la relación que mantiene con el oso que habita la casa donde se ha trasladado, allá en una isla lejana al noreste del país, para clasificar los documentos y los libros legados por un estrafalario personaje llamado coronel Cary.

Oso es una historia envuelta en la atmósfera narrativa adecuada para producir una mezcla de sorpresa e intriga en el lector que se acerque a sus páginas, eso que tanto celebramos cuando la destreza narrativa empuja a leer sin detenimiento, hasta acabar un libro.

Leer buenas historias proporciona el pasaporte necesario para desplazarnos por el mundo y vivirlo de otra manera. Bien es cierto que por mucho que uno lea, la vida verdadera siempre queda al otro lado, fuera de la biblioteca, pero leer ficción también nos procura ese poso de vitalidad gozoso, tan necesario y bienvenido para nuestra fútil existencia.


Marian Engel incide y persiste en el empeño de todo artista por querer escribir aquello que debe ser contado desde la imaginación y la calidad. Oso es sencillamente un empeño literario válido y logrado, escrito con una prosa ágil, sencilla y clara, un libro estupendamente traducido por Magdalena Palmer que merece la pena leerse, a pesar de que las pretensiones iniciales de su autora, según cuentan algunos, se urdían por un entramado más propio del género pornográfico que del literario estilísticamente puro. [Reseña núm. 235]

lunes, 24 de agosto de 2015

El sobrepeso de vivir

En el Babelia del pasado sábado, el gran gurú de la lectura Alberto Manguel decía, al inicio de su reseña, esto que suscribo en su totalidad: “Quizás porque la lectura es una actividad íntima y solitaria, el lector siente, después de cerrar un libro que le ha gustado, la necesidad de contarle a otro su experiencia”. Desde luego, de ese impulso irresistible aludido por el escritor argentino, doy cuenta al acabar la agitada lectura de Setecientos millones de rinocerontes (Alfaguara, 2015), y es que en esta novela sí he encontrado suficientes líneas, párrafos y argumentos merecedores de la atención que comporta un libro como este, tan sorprendente, no solo por su forma de contarnos la algarabía encerrada entre sus páginas, sino por lo excepcional de su entramado narrativo que, no tengo dudas, llamará igualmente la atención al futuro lector que se atreva con esta singular obra, un tanto delirante y, más que nada, reivindicativa en su totalidad.

No es verdad que la literatura se deba solo a sí misma, carecería de interés si no tuviera en cuenta la realidad, el mundo que retrata y los conflictos que rodean la vida de sus personajes o las del propio narrador que sostiene la historia. Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962) lo sabe muy bien y es capaz de conectar con el lector con un artefacto literario, entre la novela, el ensayo y el reportaje, para mostrarnos su universo por el que deambulan sus protagonistas, esos rinocerontes aturdidos, solitarios y enigmáticos que representan a tantos millones de seres trastornados y estresados como en realidad nos sentimos nosotros, los humanos.

En apenas doscientas cincuenta páginas, Vilas nos resume su apuesta existencial, esa que conduce a temas tangibles y reales como el envejecimiento, el amor, el alcoholismo o el divorcio, donde no falta el humor, el delirio y mucha sensatez por cada resquicio del texto, dejando claro que “la literatura no precisa ni bondad, ni maldad, sino palabras que le sean leales a la fuerza y al ímpetu indeterminado y ciego de la vida” (pág. 116).

Setecientos millones de rinocerontes tiene la estructura de un libro de relatos donde el autor aragonés parece divertirse a lo grande, agitándose como en una coctelera psicoanalítica, y en la que aparece Cristóbal Colón como conductor y psiquiatra a la vez de esa manada de seres bien armados y con cuernos, que andan solitarios y desdichados por el mundo. España es el escenario principal por donde vagan estos especímenes extraños y enigmáticos, y un lugar reivindicativo para hablar y polemizar con la literatura: aquí se abrazan y reconcilian Vargas Llosa y García Márquez, aquí se disfrazan y juegan al despiste entre ellos Vila-Matas, Rivas y Vilas, y aquí, también, se homenajea en un extenso capítulo, con parodia y rigor, a Umbral, un escritor moderno y fértil, que escribió brillantemente de casi todo.

Para Vilas, la vida humana es un caos, en el fondo, un enigma irresoluble, y escribe con la obsesión de saber y cuestionar lo que pasa dentro de sí mismo y lo que ocurre a su alrededor en cada momento o estadio de la vida. Los rinocerontes que aparecen a sus anchas por la novela no son más que ejemplares que representan la metáfora de las insatisfacciones y aspiraciones propias de nuestra existencia. Setecientos millones de rinocerontes no es más que un manual narrativo de antisiquiatría, subrayan algunas voces, una dehesa extraña de seres desorientados que viven al pairo y sienten en su piel la deriva de sus vidas efímeras, aunque también encontramos la generosidad e inteligencia manifiesta de muchos de sus ejemplares.

Como un feriante que exhibe espejos deformantes, Vilas se pasea en este libro político y socialmente incorrecto con desparpajo, humor y sátira cercana al esperpento. Sus millones de rinocerontes desencantados reivindican, con una clara invocación a la vida, la esperanza de vivir sin ataduras el tiempo que se nos escurre con ligereza.

Descubrir a Manuel Vilas ha sido todo un hallazgo feliz, un encuentro gratificante otorgado por el azar, y que, gracias a la originalidad de su escritura y a su trascendencia, no quería ponerme a reseñar esta primera incursión lectora de su obra sin conocer su poesía, hasta leer El hundimiento (Visor, 2015), como he hecho y que me parece un estupendo poemario existencial y alegórico.


Con solo haber leído sus dos últimas publicaciones, y conociendo mi propensión a ser lector de esos autores que me han dejado huella, seguiré dando pasos por su trayectoria literaria con la confianza de que el poeta y narrador aragonés me ofrezca parecidos gozos como lo hicieron estas dos recientes creaciones, y así aliviar la rutina y el sobrepeso de vivir, eso que a tantos “rinocerontes” nos aqueja. [Reseña núm. 234]

miércoles, 19 de agosto de 2015

El espíritu oscilante del tiempo

Podría decirse que mi relación lectora con Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) ha sido intermitente a lo largo del tiempo. Mi primera incursión en su obra literaria corresponde a la novela Queda la noche, galardonada con el Premio Planeta de 1989. Después de unos años me sumergí en otra, de título largo y sugerente: Si al atardecer llegara el mensajero (Anagrama, 1995), donde la fugacidad de la vida y la amenaza imprevisible de la muerte son temas abordados como pretexto para acometer los problemas irresolubles que acarrean la existencia de cualquiera. Con La señora Berg (Anagrama, 1999), un relato espléndido e insinuante sobre el amor, la familia y los desencuentros de la vida, la académica de la R.A.E. alcanza su madurez literaria. Y luego, en 2012, me animé con otro de sus libros, publicado en el mismo sello editorial que los anteriores, Mi amor en vano, una historia que ahonda en la atracción y la pasión entre seres humanos, y todo aquello que se anhela para buscarle un sentido a nuestra existencia. En estos cuatro libros se concentra mi recorrido personal por el universo literario de la autora zaragozana. Hasta la fecha, no me había acercado a la estancia de sus relatos y cuentos, un género por donde Puértolas se ha embarcado alternándolo con la novela.

No he podido resistirme a leer lo último de su cosecha cuentística, una oportunidad para adentrarme en ese terreno literario que tanto me entusiasma y que con tanto apasionamiento me sumerjo cuando un libro de este género cae en mis manos, sobre todo si el autor es de mi interés.

El fin (Anagrama, 2015) es un conjunto de trece relatos que recoge el espíritu oscilante del tiempo y de los sentimientos, ese que conlleva el vivir con la impresión de que todo tiene un punto final. Muchas de las historias reunidas en esta colección de cuentos evidencian las inquietudes de sus personajes, hombres y mujeres que desconocen sus destinos y tampoco tienen claro las consecuencias inciertas de seguir vivos. En los relatos breves de la escritora aragonesa se percibe la influencia de Chéjov, no solo por el tono distante del narrador y esa forma compasiva, sin apenas emoción por parte de los personajes, que con tan particular destreza narraba el maestro ruso, sino que también en nuestra compatriota aparece siempre la losa del paso del tiempo cargando sobre las espaldas de sus personajes.

Aunque Puértolas no establece marcas temporales a la hora de elaborar sus cuentos, muchas de sus historias se desarrollan en un pasado inmediato. En estos relatos, la dificultad que presentan los diferentes protagonistas, que deambulan por sus páginas para manifestarse con sus emociones a flor de piel, tienen unos finales que parecen inconclusos, una opción literaria que parece transmitir la idea de que no se cierran de forma definitiva, que, a la postre, es como abrir un canal de consuelo al lector para que sea él quien los concluya.

El fin aglutina un número suficiente de historias en las que están muy presentes esa percepción inexorable del paso del tiempo, mezclado con esas experiencias ondulantes e imprevisibles de la vida. Y así, por ejemplo, en el primero de ellos, Películas, todo transcurre en apenas unas horas de un domingo cualquiera y, en ese intervalo, un hombre aguarda un suceso que, para sorpresa del mismo, no llegará a ocurrir. En Lord se muestran las antipatías que se intercambian los perros de una pareja, algo que comienza a desestabilizar la relación de sus dueños. En Las tres Gracias, en cambio, hay un alumbramiento temprano de la sexualidad de una adolescente a través de esta alegoría pictórica de Rubens. Y para cerrar, en El fin, título del último cuento que da nombre al libro, Puértolas cuenta y reincide en la temporalidad por boca de una anciana, y para ello se vale de una conversación telefónica que esta mujer mayor mantiene con su hijo en la que le relata un incidente desagradable protagonizado por ella misma.

La sensación final de la lectura de estos cuentos me sugiere que son historias escritas con pulcritud, sutileza y corrección, pero que no llegan a turbarnos, no tiran ese pellizco emocional que conmueva al lector, ni tampoco le pillen por sorpresa, y eso que en todos ellos se percibe un trasfondo de algo distinto a lo que se evidencia.

El fin no es un libro malogrado de la académica, pero no se encuentra entre lo mejor de su producción literaria, una anomalía que no desmerece a sus anteriores libros, notoriamente mejores que este. [Reseña núm. 233]

viernes, 14 de agosto de 2015

British short short stories

No es necesario saber inglés para leer London Calling (Páginas de Espuma, 2015), el último libro publicado por Juan Pedro Aparicio (León, 1941), una colección de microrrelatos fantásticos con mucha enjundia británica, pero para aquellos curiosos lectores que se atreven con la lengua de Shakespeare, el autor les advierte, con ese tono socarrón de sabio descreído, que “el idioma inglés cuando se escribe es de todos, pero cuando se habla es exclusivamente suyo”.

Aparicio es un reconocido y veterano cuentista, que también ha cultivado el ensayo, la columna periodística y, por supuesto, el relato corto. Junto a Merino y Mateo Díez, forma parte del selecto grupo de narradores del género breve nacidos en León.

Sin duda, la ambigüedad es el territorio natural de la literatura, el lugar donde da sus mejores cosechas, como se vislumbra en las minificciones reunidas en este volumen por el escritor leonés, tan sugerentes e insólitas por donde transitan siete lores y un embajador español para charlar animadamente de lo divino y de lo humano en un lugar común, la Oxymorum Room, un club aristocrático en el mismo centro de Londres. Obsérvese la ironía de que hace gala el autor, al incluir en el nombre del recinto una figura retórica o recurso literario: el oxímoron, la contradictio in terminis del latín, para contraponer la presencia de un español entre entusiastas de los animales, como presumen ser los ingleses.

La literatura tiene mucho que enseñarnos sobre la vida, permite pensar sobre lo que existe, pero también sobre lo que se anuncia y todavía no es. De esto tan sublime, hasta del silencio de los protagonistas, tratan estos ochenta y tres microrrelatos ilustrados con dibujos del pintor madrileño Fernando Vicente. No está de más recordar que estamos ante un profundo conocedor de la tradición literaria inglesa y gran admirador de la cultura británica. Juan Pedro Aparicio ha vivido en diferentes etapas en Londres y, durante algunos años, dirigió el Instituto Cervantes de esta ciudad, situado en el barrio de Belgravia.

Aparicio sabe desde qué ángulo presentar sus historias y anécdotas para darle todo el brillo posible con la gracia de un lenguaje irónico e incisivo, sin apenas maquillaje y con un buen arranque para captar la atención del lector. En realidad, London Calling es un libro diseñado como una falsa novela que fluye a modo de diálogos y réplicas entre sus personajes excéntricos y dicharacheros. Por sus páginas aparecen historias fantásticas en las que no faltan ángeles católicos y anglicanos, y tampoco faltan demonios que conviven entre seres normales.

Forma un conjunto de reflexiones a través de pequeñas historias de diferente naturaleza que, de alguna manera, se aproximan a la parábola y tratan sobre la particularidad y controversia entre Inglaterra y España, asuntos que van aflorando en las tertulias, donde no falta el humor y el sarcasmo bajo la compañía de un jerez, un té o un buen puro. Todo da mucho juego en este ambiente victoriano, típico de lo que sucede en un club inglés amante de los animales, y el autor no lo desaprovecha para festejarlo con gracia y desparpajo. Y es que en ese escenario, el microrrelato es un género muy versátil donde cabe todo tipo de subgéneros: el policiaco, el humorista, el fantástico... y hasta el ensayístico para desplegar el ingenio del narrador.

London Calling es una obra peculiar y chispeante, con Londres como escenario y centro de las discusiones por donde deambulan aristócratas refinados, cultos y extravagantes, además de los llamados TTI (Típicos Tímidos Ingleses), articulada en relatos engarzados unos con otros, y eso involucra al lector a llevar un ritmo de lectura andante y creciente, gracias al constante diálogo y anecdotario entre los tertulianos, lo que confirma que Aparicio da en la tecla poniendo el énfasis en el diálogo como motor e intriga de todo su trabajo. Nada parece escapar a este maestro de lo escueto, ni el cuidado y vivacidad de su prosa, ni su afán por arrancar la sonrisa o sorprender al lector más sutil.

Saber elegir nuestras lecturas es tan importante como aprender a sumergirse en ellas, London Calling es una estupenda oportunidad para no desaprovechar ambas cosas. [Reseña núm. 232]


lunes, 10 de agosto de 2015

Una encantadora criatura

Con este título conmovedor, Truman Capote nos dejó una semblanza agridulce y memorable de Marilyn Monroe, recogida en Música para camaleones, un libro de implacable lucidez y maestría. Desde luego, los mitos nunca mueren y, de eso, ya se encarga la buena literatura. Mucho se ha hablado y escrito sobre este icono del celuloide, una mujer tan atractiva y malquerida que parecía nunca sucumbir a tantas aventuras amorosas, pero de las que jamás salió airosa. Fue una estrella evasiva, dotada de un magnetismo que no dejaba a nadie, incluidas mujeres, indiferente. Hoy siguen vigentes su rostro, sus ojos, sus poses y su insinuante boca rubí por todos los escaparates del mundo de la moda femenina. Sin embargo, dentro de ese cuerpo voluptuoso y sugerente, que en ciertos momentos de su vida llevó como quien lleva una maleta, habitaba el alma de una ávida lectora de grandes autores de la literatura: Dostoievski, Flaubert, Joyce, Hemingway, Beckett, Kerouac, entre otros, y el de una semioculta intelectual que, además, escribía poemas incisivos, hecho que nadie sospechaba. Este es el gran problema de quienes sienten demasiado y comprenden demasiado: que podrían haber abordado mayores empresas, pero como la vida es solo una, les obliga a decidirse precisamente por la que se dan a conocer, aquella que los demás piensan que es.

Marilyn no es solo un icono o una especie de estallido sexual de color platino que había adquirido fama universal, como la retrata Capote, sino que es una mujer hecha y derecha, de carne alegre, mezclada con una doble, hecha de aire y melancolía. Marilyn es perfectamente consciente de ser un nuevo mito y al mismo tiempo se interroga a sí misma sobre el sentido que dicho mito pueda influir en su misma persona. Su amigo Truman le advertía de que la vida es breve, pero el arte es largo. Otro escritor, en este lado del Atlántico, que quiso también rememorar la importancia de aquella joven de curvas voluptuosas, mirada ingenua y pícara sonrisa, es nuestro paisano Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963), que publicó en 1992 una extraordinaria novela sobre esta mariposa del celuloide para desvelarnos los interiores de su alma y conocer mejor su irremediable adicción al amor, a la vida y a la belleza.

Posteriormente, en 2005, la editorial Lengua de Trapo recuperó este texto, revisado por el escritor asturiano, bajo el título de Autobiografía de Marilyn Monroe, un extraordinario monólogo donde la propia artista es la narradora que recapitula en trece episodios la trayectoria de su vida. No se trata de dar cuenta y hacer una revisión de la vida de esta mujer sin par, más bien lo que se propone Reig es aflorar la biografía interior de la artista para darnos las pistas de quién era ella, qué opinión tenía de sí misma y del mundo atosigante que la rodeaba.

La novela de Reig era un libro que me aguardaba y no sé por qué había tardado tanto en tomarlo y leerlo con la atención que se merece, siendo además un fan entusiasta e irredento de la Monroe. Hace pocos días lo terminé de leer y me prometí comentar la experiencia en este diario de lecturas. Hoy, un día tórrido de agosto, es el día señalado para sumergirme en la tarea y apuntar sus encantos.

Autobiografía de Marilyn Monroe es un artefacto literario emocionante, una indagación en el mundo interior y en la vida desvanecente y desgraciada de ese alma verdadera que había detrás de la imagen de una de las mujeres más interesantes y deseadas de todos los tiempos. Rafael Reig se inspira en los últimos momentos de la vida de Marilyn para relatarnos aquellos días aciagos previos a su muerte, que se resumen, en un texto impecable, de apenas ciento ochenta páginas, los pensamientos, emociones y sentires de esta rubia maravillosa de 36 años que solo anhelaba ser querida.


Con esta estupenda autobiografía apócrifa, Reig reivindica la figura del mito y nos revela la complejidad del alma que lo envuelve, tan ajena de sus admiradores, como extraña para quienes la trataron, un empeño anhelado por la propia diva, y con ello no hace más que dar a conocer poniendo en su boca lo que pensaba, sin importarle el aislamiento que tendría que soportar y el alto precio que el destino le puso a su vida, con aquel triste final, tan sórdido y horrible. [Reseña núm. 231]

martes, 4 de agosto de 2015

Una cualidad sobrevalorada

En una reciente entrevista, César Aira afirmaba que, como lector, todo sirve: lo bueno para disfrutar, lo malo para aprender. No hay nada más propicio y nada más acorde con las palabras del escritor argentino que la novela que traemos hoy a esta bitácora. A veces los lectores nos encontramos con libros que relatan las vicisitudes de sus personajes con una mirada compasiva, sin resentimientos, que están a favor de los inocentes y débiles, con respeto a la libertad y, a la vez, con su buena dosis de humor. Cuando esto ocurre, obra el milagro de la literatura, que no es otro que conmovernos. Que la lectura espolea al lector, es algo repetido y valorado por todos, pero aquellas que nos transportan a vivir en plenitud otras vidas y redescubrir las andanzas y vivencias que los autores proponen a través de sus personajes, en verdad, son las que nos ayudan a sobrellevar de mejor manera nuestra efímera existencia.

János Székely (Budapest, 1901 – Berlín, 1958) es uno de esos escritores afines a esa magia que, además, nos advierte que la inteligencia, como se demuestra con la lectura de este libro, es una cualidad demasiado sobrevalorada. Tras la convulsión y descomposición del Imperio Austro-Húngaro, el joven Székely se instaló en Berlín donde no le costó demasiado abrirse paso como escritor y, en 1926, tuvo la ansiada oportunidad de incorporarse como guionista a la industria cinematográfica. Su talento traspasó las fronteras europeas y Ernst Lubitsch le propuso cruzar el Atlántico y marchar a Estados Unidos para adaptar al cine una de sus piezas teatrales. Allí tendría ocasión de vincular su nombre, como guionista, a varias buenas películas. En 1940, obtuvo el Oscar al mejor guión por Arise, my love, basado en una de sus obras teatrales. Ese mismo año publicó Los infortunios de Svoboda desde su exilio americano, una magistral alegoría sobre la invasión nazi que tuvo lugar en marzo de 1939. El escenario de la novela, en esta ocasión, no es otro que un insignificante pueblo checoslovaco donde nunca sucede nada y vive un mozo de la estación de ferrocarril tan bonachón, como idiota, llamado Svoboda.

La editorial Impedimenta recupera este texto breve y satírico de Székely, impecablemente traducido por Magdalena Palmer y cuenta, a su vez, con un estupendo prólogo a cargo del escritor Pablo d'Ors que destaca la claridad narrativa del autor magiar y la intensidad emocional, rica en matices, de todos sus personajes.

La trama desplegada en esta hermosa novela, donde se compagina la sátira con la ternura, contiene sucesos extraños y absurdos que conectan unos con otros, de manera que el lector avanza por sus catorce episodios llevado de manera ininterrumpida a un desenlace épico que culmina de forma brillante, sin ningún artificio efectista, solo con la audacia de colocar cada palabra al servicio de la propia acción narrativa. El pobre Svoboda, un nombre que en checo significa “libertad”, es un ser solitario y obsesivo que vive en los andenes de la estación del pueblo, incapaz de molestar a una hormiga, se pone al frente de una situación extraña para él, que, sin proponérselo, le convertirá en un héroe defensor de su dignidad pisoteada, un verdadero e insignificante ciudadano europeo que reclama sus pertenencias en un momento histórico de impunidad, sometimiento y aniquilación.

Los infortunios de Svoboda es todo un alegato antibelicista, una historia audaz y divertida, muy bien pertrechada, que complace al lector, aunque el trasfondo del asunto sea una farsa negra sobre el valor de la dignidad humana, por donde transitan muchos cobardes y, excepcionalmente, algún ser ingenuo y bobo, como el memorable protagonista de esta bonita gesta, que no teme enfrentarse al invasor.


Székely, con una prosa ágil, sencilla y de humor fino, evidencia que en la vida nunca faltan los conflictos, ni siquiera se salvan de ellos los simplones e inocentes, como le ocurre al admirable grandullón de este relato que recuerda a Las aventuras del buen soldado Sveijk, pero Svoboda es más entrañable y aguerrido. [Reseña núm. 230]