sábado, 27 de junio de 2015

Eléctrico y flexible

Quién me iba a decir a mí que, con la madurez tardía, iba a cambiar mi opinión acerca de estos depredadores a los que tanto odiaba en mi infancia y con los que mantenía duelos psicológicos más propios del lejano oeste. De vez en cuando los hostigaba con el tirachinas, hasta arrancarles algún miau con mis proyectiles de bolichas. Pero esto es ya agua pasada y, ahora, sin habérmelo propuesto –la literatura tiene mucho de exorcismo–, he tenido una reconversión y he aparcado definitivamente mis fobias y antipatías hacia los gatos. Primero me reconducí con el hermoso libro de Paloma Díaz-Mas basado en sus experiencias y relaciones con estas mascotas felinas. De manera que Lo que aprendemos de los gatos (Anagrama, 2014) se convirtió en mi primer texto para entender mejor el catecismo de estos misteriosos animales. Ahora, con la lectura de este otro libro, Elogio del gato (Periférica, 2015), escrito por la joven parisina Stéphanie Hochet (1975), confieso que ya soy un converso y acólito de la liturgia de estos hermosos seres libres, capaces de elegir a su amo antes que el amo llegue a elegirlos.

El gato no nos acaricia realmente, sino que se complace a sí mismo frotándose contra las piernas de la gente, después de tantearla. Dice Hochet, y parece irrefutable, que los gatos desean compañía humana de calidad pero, al mismo tiempo, al igual que los anarquistas, no tienen ni dios, ni patria, ni amo. Cita la autora a Maupassant, un buen amigo de ellos, para darnos pistas sobre las andanzas de este meticuloso y endiosado animal: “circula como quiere, visita sus dominios a capricho, puede acostarse en todas las camas, verlo todo y oírlo todo, conocer todos los secretos, todas las costumbres o todas las vergüenzas de la casa”. La ventaja del gato –subraya Hochet– es haber asimilado que el uso de la fuerza bruta no es rentable. La suavidad es un arma más eficaz si lo que se desea es el poder, y de esto saben muchos estas mascotas. Sin duda, hay más tenacidad y más resistencia en las soluciones flexibles, un cauce común por el que transita el gato.

La escritora francesa no escatima argumentos elogiosos a esta criatura a la que sin duda ama, dándole supremacía sobre otros aminales. Además, la asimilación del escritor con el gato es un clásico de la literatura, y Stéphanie Hochet da una larga lista de ellos: Maupassant, Balzac, Poe, Colette, Soseki, Simenon, Burroughs o Tennessee Williams, entre muchos otros.

Elogio del gato es un libro ameno y con aire académico, un ensayo que recorre la historia de este felino tan vituperado y ensalzado por las distintas culturas de la humanidad, estructurado en cinco capítulos centrales entre un prefacio elocuente y shakespeareano: el gato y la obra del inglés es uno de los espejos para mirar a la humanidad, con una conclusión que ilustra de solemnidad la ambigüedad de este felino tan difícil de conocer, como pensaba el poeta Rilke. Si en el antiguo Egipto era un animal sagrado, en Occidente era perseguido. Si en un periodo histórico simbolizaba el misterio y la delicadeza femenina, en otros era un representante diabólico y maléfico. Pero en este recorrido por la historia, a Hochet lo que más le embruja del gato es su marcada feminidad y afirma que la seducción y el aseo forman parte de su comportamiento, deseoso que lo adopten y respeten.

Existen pocos animales tan eléctricos y flexibles como los gatos. Ante estos seres tan fascinantes y eternos, que parecen custodios de bibliotecas, de espíritu libre e independiente se han rendido poetas y escritores, aristócratas y reyes, jóvenes y ancianos de todo el mundo. Stéphanie Hochet ha escrito un hermoso tratado lleno de referencias literarias en torno a la figura misteriosa de este insinuante y caprichoso animal de compañía.


Elogio del gato es un texto entretenido, imprescindible para amantes de los gatos, y muy atractivo para curiosos y escépticos que quieran indagar en el universo de estos seres voluptuosos y hedonistas, que entrañan la pereza y la quietud más relajante a cualquier hora del día.

martes, 23 de junio de 2015

Resortes fetichistas

Escribir ficción puede compararse, en cierto sentido, con administrar una fortuna, decía Edith Wharton. De manera que tanto el ahorro, como el gasto, deben tener un papel en ese ejercicio, consistente en extraer de cualquier tema cada gota de significado de su contenido. En este sentido, Sara Mesa (Madrid, 1976) no desaprovecha la ocasión para sacarle todo el jugo que contiene cualquier tema al que se enfrenta, como así lo acreditan sus libros y los premios literarios que viene acumulando con ellos en los últimos años, como el Málaga de Novela, el Nacional de Poesía Miguel Hernández y finalista en 2012 del Herralde con la novela Cuatro por cuatro, lo que la confirma como una de las escritoras en alza a la que hay que tener muy en cuenta.

Todo esto que planteaba la escritora neoyorquina sobre la gestión narrativa: gasto de tiempo, gasto de paciencia, de reflexión, de dejar que se acumulen cientos de experiencias descarriadas y agruparlas en la memoria hasta que, de pronto, una emerge de entre todas ellas y emite sobre el tema su haz de luz, lo ha tenido en cuenta Sara Mesa en Cicatriz (Anagrama, 2015), su último libro, una novela de tensión creciente y de atmósfera opresiva que transita por una relación tóxica entre dos jóvenes desubicados de su realidad, deseosos de romper los límites de sus miserias.

Sonia y Knut se conocen en un foro literario por internet y establecen una relación virtual a través de correos electrónicos. Al principio, los libros robados por Knut en grandes almacenes son el cauce elegido por él para complacer a Sonia, una becaria que malvive gracias a un trabajo absurdo e inútil en un archivo, a la que corteja enviándole, de forma continua, lotes de libros desde la distancia. Pero con el tiempo, sus paquetes irán colmando otros caprichos que ella le va pidiendo que robe: perfumes, lencería, zapatos de lujo..., y esa irresistible voracidad de la chica la conducirá a llevar una doble vida secreta y consentida que se prolongará durante años. A ambos les une su afición a los libros pero él, hombre culto, inteligente, provocador y persuasivo, es capaz de envolver y modelar al personaje femenino, más voluble y lábil, hasta inculcarle sus inclinaciones literarias de referentes clásicos incontestables: Proust, Tolstoi, Cheever, Tobías Wolff... Knut aparece como un personaje extraño, desmedido e insondable, convencido de que lo que impera en la vida de cada individuo no es más que llevar a cabo unas relaciones personales que conducen a otras, como transacciones, cuyo precio moral e intelectual lo ponen nuestras propias aspiraciones.

Con esta novela perturbadora, Sara Mesa se afianza en su carrera literaria y traza una historia en la que todo sucede en el ámbito interior de sus dos personajes y en cómo esta relación va a modificar la vida de ambos, dos seres enredados en sus vidas solitarias, dispuestos a aprovechar esta oportunidad para salvarse de una cotidianidad insulsa y convencional. Sin embargo, solo un encuentro real sucede entre ellos en todo el libro y tiene lugar en la supuesta ciudad de Cárdenas, escenario de los robos perpetrados por el petulante Knut.

Estamos ante una historia extravagante de amor y fetichismo a distancia en la que el foco narrativo se centra en el personaje femenino objeto de deseo, y donde un narrador omnisciente adopta la voz de ambos interlocutores como nexo de la distancia que los separan de la realidad verdadera de sus vidas. Temas como el sexo, el amor, la sociedad de consumo, la hipocresía, el sentimiento de culpa, la soledad y la incorregible necesidad de huir confluyen en las páginas de este libro que hurga en los sentimientos de sus personajes, dos almas ávidas de fantasía y emociones.

Cicatriz es un libro ameno y original, de prosa concisa, desnuda e inquietante, en línea con la obsesión y extrañeza de la historia novelada, con una estructura que juega con el lector a anticiparle acontecimientos para después retroceder, impidiéndole conjeturas, todo un recurso bien explotado por la autora que contribuye a mantener la tensión y el interés del mismo por sus resortes fetichistas.


Sara Mesa ha escrito una novela psicológica donde hay lo que tiene que haber: personajes vivos bien desarrollados que quedan indelebles en la memoria del lector y eso, en sí mismo, es un logro encomiable que hay que destacar.

jueves, 11 de junio de 2015

Reverberaciones

Decía Lichtenberg que hay que tratar de ver en cada cosa lo que no se ha visto todavía, lo que no se ha pensado nunca. Escribir es algo muy simple y, al mismo tiempo, una tarea muy compleja y personal que consiste en amoldar minuciosamente cada palabra a las necesidades de la narración para crear un mensaje que tenga el peso justo y las dimensiones apropiadas. En ese objetivo sucinto, descrito por el maestro aforista alemán, se encaminan, como sus anteriores cuentos, los últimos relatos publicados por el escritor Ángel Olgoso (Cúllar Vega, Granada, 1961).

En Breviario negro (Menoscuarto, 2015), el narrador granadino retorna a lo asombroso e inquietante, un terreno tan propio de su universo literario, que deambula entre el microrrelato y el relato corto, para contarnos historias fantásticas en ese formato que domina magistralmente. Olgoso se maneja con bastante soltura y precisión cuando recurre a este minimalismo barroco por el que camina a sus anchas. Sabe que en lo fantástico todo se puede evocar, ya que su territorio parece el más vasto, pues incluye lo aparentemente real, su reflejo, lo probable, lo imaginado, lo soñado e incluso la urdimbre de sorprendentes vidas paralelas. Podemos decir que las cuarenta y una piezas reunidas en esta obra son una rotunda afirmación de los sueños y de la imaginación, un conjunto de cuentos adscritos al género fantástico en el que hay ejemplos de todas sus modalidades: van desde el cuento gótico, el relato fantástico romántico, el surrealista, el metaliterario, hasta el terror cósmico y ominoso. Además, en esta nueva entrega se reproducen y desarrollan al máximo las características esenciales de su narrativa: la condensación y la exactitud del texto narrativo, una fantasía onírica próxima a la alucinación, el lirismo reinante en su prosa y el factor sorpresa de sus desenlaces.

Ángel Olgoso es un escritor que se encuentra cómodo con lo extraño y que no le gusta el camino fácil para reinterpretar la realidad, sino que prefiere suplantarla por lo asombroso e inquietante. Breviario negro renueva la extraordinaria riqueza imaginativa de su autor en historias de particular intensidad y belleza expresiva, donde lo insólito, esa frontera que separa el mundo del trasmundo, no deja indiferente al lector, y consigue, con plenitud, la resonancia sombría, según destaca José María Merino en su brillante prólogo del libro. Hay en estos relatos, además de ese horror confitado y fúnebre, una reverberación misteriosa al fondo, una especie de rescoldo de esperanza en superar las desventuras de este mundo, a la vez maravilloso y detestable. En Cartografía, por ejemplo, la protagonista es una metáfora geográfica de la vida; sin embargo, en La técnica de soñar monstruos, estos seres proponen vivir la pesadilla para no sentirse solos; en La muerte desordena, un microrrelato de infancia, se advierte que aunque se selle una promesa, el destino no la tendrá en cuenta; en Carta al hijo, un guiño y homenaje a su admirado Kafka, en el que Olgoso pone voz a un padre aquejado de desamparo filial; en Novedades en el cortejo, estará presente la Semana Santa con un rito expiatorio ejemplar y en Últimas voluntades, uno de los relatos más extensos del libro, aparecerá el vizconde de Chateaubriand, todo un testimonio de supervivencia ante la adversidad y lo imprevisto del devenir.

En la mayoría de los cuentos reunidos en Breviario negro hay una sensación de que los personajes que deambulan por el texto están presos en el tiempo, como insectos fosilizados en ámbar, y todos aspiran a escapar por un instante del mundo real. Aun así, los relatos de Ángel Olgoso parten de una obsesiva búsqueda de lo excepcional e inusitado, de la extravagancia, para trastocar la anodina realidad y, de paso, atormentar el alma del lector mediante sus temas recurrentes: el espacio, el tiempo, el horror y lo sorpresivo.


En suma, Breviario negro es un libro sorpredente de relatos fantásticos, donde lo monstruoso y lo mágico se conjugan adobado con una prosa pulida y esmerada, con una trama capaz de generar dudas e inquietudes al lector más exigente, en un mundo insólito por donde transitan historias inquietantes a base de intensidad, concentración y belleza.

miércoles, 3 de junio de 2015

Retablo Real

Vivimos en un país ambiguo, con muchas voces que parecen no decir nada: las ideas se extienden como cheques sin fondo, los valores carecen de validez, las personas que protagonizan la política son seres complejos y equívocos, la realidad un amasijo de contradicciones y la actualidad un cúmulo tan difuso en la que cuesta distinguir la verdad del esperpento. La vida global del ciudadano común español, por tanto, se presenta en un contexto de crisis económica y de desconfianza en las instituciones que le desasosiega permanentemente. Uno descubre lo extraordinarios que son los sucesos que ocurren cada día a nuestro alrededor, y de que la realidad es una de las cosas más raras que existen, hasta el punto de que en muchas ocasiones supera a la ficción.

Manuel Vicent (Vilavella, Castellón, 1936), periodista y escritor, retoma este retablo hispano con su nueva novela Desfile de ciervos (Alfaguara, 2015), una crónica narrativa, de la estirpe de sus dos obras anteriores, El azar de la mujer rubia (2013) y Aguirre, el magnífico (2011) que pone colofón a un tríptico literario de la historia española de los últimos cuarenta años, desde la proclamación del reinado de Juan Carlos hasta la abdicación consumada el pasado año en su hijo Felipe VI.

El destilado de esta nueva entrega es un recorrido a lo largo de los últimos veinte años que comienza en 1994 cuando se le encarga a Antonio López, el gran pintor del hiperrealismo, un retrato de la familia real. El cuadro, que va demorándose en el tiempo, aguarda en una sala de palacio a que el maestro retratista estampe su firma y acredite su finalización. En ese marco de espera y en apenas trecientas páginas, Vicent despliega una crónica punzante e irónica sobre lo que ha venido sucediendo en las esferas políticas durante estos dos decenios en los que no ha habido más remedio que airear los trapos sucios, ante la indignación de una población condescendiente con la Transición, que dijo basta cuando la crisis y la corrupción se adueñó de los titulares de los periódicos y telediarios.

Desfile de ciervos es una novela contra la podredumbre moral de las élites gobernantes, la inmundicia del chantaje económico de empresarios y la connivencia de los políticos, cuyo mayor logro reside en la eficacia del relato con la que inocula al lector y lo deja asombrado, y lo consigue a pesar de que lo que cuenta es ya sabido, pero la raza, agudeza y maestría con que el escritor valenciano desgrana distintos episodios de personajes trascendentes, como la herencia de Jordi Pujol, la metamorfosis de Aznar, la blandura optimista de Zapatero o las distraídas manos de Urdangarín para firmar contratos opacos, hacen que todo lo que sabíamos recobre crudeza y notoriedad gracias a su pluma afilada y a su exigente pulso fabulador.

Sin duda, Manuel Vicent escribe con precisión sobre el tiempo oxidado, sin melancolía pero con firmeza, plantado ante el cuadro de la familia real para narrarnos un episodio nacional con el talento y desparpajo propio de alguien como él, capaz de mezclar como nadie la realidad y la ficción, para entregarnos una crónica documentada a modo de retablo por donde transitan corruptos, figurones y miembros de la monarquía, con algunas salvedades honrosas, como el meritorio escalafón de Letizia, una mujer con carácter y aplicada en desempeñar con profesionalidad  su nuevo papel de reina.

Desfile de ciervos es un libro crítico y ameno, que se lee con una sonrisa, pero que deja muecas de dolor con sentido de culpabilidad en lo más arraigado del lector, conocedor de tantos desmanes y estafas. Vicent ha escrito una metáfora contemporánea y reciente de la historia de España montada sobre el mito de Dorian Grey, en donde el tiempo revela la descomposición de un cuadro que, aquí, tiene mucho que ver con la pérdida de la decencia y el decoro de sus gobernantes.