miércoles, 28 de enero de 2015

Vivir con la literatura


Nada me reporta más entusiasmo que compartir los hallazgos literarios que caen azarosos por mis manos de lector letraherido. Fricciones es un libro que me llegó gracias a la magia de la blogosfera. Una mañana, al abrir el buzón de mi domicilio, me lo encontré en el interior de un sobre acolchado para sorpresa mía. De su autor solo conocía, hasta ese momento, que formaba parte de la lista de amigos virtuales que tenía añadido a mi cuenta de facebook y que compartíamos muchos de los posts que colgabamos en nuestros respectivos muros. Todavía lo seguimos haciendo.

El libro de Pedro Valverde (Montevideo, 1969), editado en Ediciones Bohodón (2014) es una colección de trece relatos que reúne gran parte de su universo literario. Este hijo de larga tradición de emigrantes gallegos, licenciado en Ciencias Económicas y Físicas, vive en Madrid y trabaja como funcionario de carrera en la Agencia Tributaria, ocupado en desentrañar datos estadísticos e interpretar cifras que tantas incógnitas plantean a la Administración. En Fricciones, su primera apuesta literaria, aparecen rescoldos científicos que tienen que ver con la razón matemática de su profesión. Y es que muchos de los relatos de Valverde andan imbricados en asuntos metafísicos del tiempo y el espacio, a la vez que merodean por el azar, los libros y la memoria, aunque donde verdaderamente explora es en esa vaguedad incómoda que significa vivir y sortear las adversidades cotidianas. Todas estas inquietudes han derivado también de vínculos contraídos con sus escritores favoritos, como el maestro Borges, el escritor más libresco y unánime de la historia de la literatura argentina, su admirado Muñoz Molina, el Nobel Vargas Llosa o el gran Vasili Grossman, de quien dice haber leído toda su obra. Para un hombre que se define por encima de todo lector, su gran adicción confesable, la escritura aterriza en su vida siendo ya un hombre maduro: acudió ella a mi encuentro –subraya ufano–, yo no salí a buscarla.

Con una cita del autor de El jinete polaco: “Escribir es aceptar una gran incertidumbre”, Pedro Valverde abre el cofre de sus relatos y comienza con El disidente, una historia de transmigración que revela la fugacidad de nuestra existencia y que vuelve a evocar en la última narración, la más sentimental de todas, Un cuento para Borges, cuando el narrador se encuentra en un parque con el astro argentino y le lee el relato primero con voz sentida y emocionada. Luego viene El cruce y Arde el cosmo, dos planteamientos sobre el destino y sus consecuencias. En El bibliotecario y Yo soy lo que leo, Valverde retoma el embrujo de los libros y su fetichismo, así como la pulsión de un alma aquejada por lo que lee. Más adelante, encontramos en el cuento La jaula, el más largo de la colección, una metáfora existencialista donde las palabras se vindican para atemperar cualquier contratiempo. Con los tres siguientes relatos: Exorcismo o la tarea de sortear la adversidad cotidiana, Confusión, una historia intrigante y misteriosa, quizá una de las mejores y, por último, Maldita suerte, una narración libresca y policíaca en el entramado de una librería, el autor espanta sus demonios, que no es más que acallar los fantasmas que dice llevar dentro.

Los cuentos de Valverde destacan por su ritmo ágil y prosa diáfana, pero también por sus resonancias borgeanas. Al escritor madrileño le interesa que el lector se aproxime a su libro por los aledaños del gran maestro argentino para luego, como hace con el título, rasgar la sintonía y mostrar su verdadera apuesta, esa fricción que surge entre la palabra y la vida. Fricciones es un libro habitado por personajes complejos, corrientes y contradictorios, como tú y como yo, como cada uno de nosotros, impregnados de emoción y desconcierto que tienen mucho que ver con la naturaleza humana y donde la ficción viene a postularse como simulacro de la realidad.

En suma, Pedro Valverde no parece un escritor incipiente y eso es meritorio. En Fricciones hay un mundo imaginario que parece invertir el proceso predominante de la creación artística, porque la experiencia vital de su creador precede al texto, una circunstancia que constata que su incursión literaria no es pasajera, que llega para contar cosas y quedarse por mucho más tiempo.

jueves, 22 de enero de 2015

Tocata y fuga


La vida es nada, o poco menos, una derivada del azar, un trayecto incierto, una expectativa o una decepción. El viaje a pie de Johann Sebastian, editado por el sello granate de Periférica en octubre del año pasado, es una novela donde los fantasmas familiares salen a escena y en donde el narrador se erige con su voz para dar sentido a esa búsqueda de dignidad que pueda haber en todos y cada uno de los integrantes de una familia en descomposición. Carlos Pardo (Madrid, 1975), autor y narrador de este libro, poeta y novelista en la frontera de los cuarenta años, traza un relato sentimental de los suyos, que se nutre del pasado pero que se retrata, con acento mordaz, en el presente, lastrado por la crisis social que, de paso, arrolla a su familia.

La trama de El viaje a pie de Johann Sebastian pone al lector frente a un matrimonio de clase media, divorciados, mayores y enfermos que requieren la atención de sus cinco hijos y, a partir de aquí, se desarrolla la novela. Los puntos de fuga, los intentos de huída del narrador y el resto de los personajes, sus hermanos, respecto a sus circunstancias personales y a los lazos de su padres pondrán el acento en esa ruptura familiar. Pardo nos presenta su artefacto autobiográfico en siete secciones, una de las cuales da título a la novela, narrada en primera persona, menos la que cuenta, a mitad del libro, las andanzas del joven Bach que, con solo veinte años, emprende un viaje a pie desde Arnstadt a Lübeck para suceder al organista Buxtehude, su maestro y mentor. Una aventura de 350 kilometros, planificada para tres semanas, que durará tres meses con un final sorprendente. Este requiebro narrativo pone un contrapunto intencionado al resto de secuencias que conforman la novela. El autor quiere que esta dislocación se perciba por el lector claramente, como punto de inflexión determinante de que las piezas que configuran El viaje a pie... aparezcan separadas como símbolo notorio de lo que acontence en las propias vidas de los protagonistas que transitan por la novela.

Carlos Pardo ha escrito una novela de formación con personajes reales, un relato que plasma, en poco más de doscientas páginas, la crudeza de sus vidas y la desintegración de una familia, sin rencor ni ajustes de cuentas, con la honestidad, dentro del propio ejercicio de ficción, de ir más allá, persiguiendo narrar lo que sucede en tantas otras familias, en circunstancias calcadas a la suya. Podríamos deducir de la lectura de este libro que es una novela generacional, si convenimos que lo más íntimo se convierte en lo más universal. El escritor, en definitiva, disecciona a su familia para desmenuzar la decadencia social de ese mito de la clase media de ser distinto y original para alcanzar el éxito social, un modelo de hacerse a sí mismo como sujeto diferenciador que, en verdad, lo que ha propiciado es desencanto. Hay, por todo ello, una cierta mirada comprensiva por parte del narrador hacia el desarraigo de todos los personajes, inmersos en uno mayor y colectivo: la fractura entre el individuo y la comunidad.

El viaje a pie... es una novela de corte político, desde la voz del narrador, desde la propia lectura, más que de los presupuestos ideológicos de los personajes. La obra entremezcla la vida, que siempre es azarosa, la condición humana y las circunstancias históricas que son tan determinantes para la mayoría de las familias y cada uno de sus miembros. Un libro que tiene como escenario lo más próximo del individuo, el entorno familiar y cuenta el desamparo sobrevenido por la pérdida de sus lazos identitarios.

Carlos Pardo ha escrito una autobiografía novelada con carácter propio, un relato no lineal, entrecortado por otros relatos que interfieren y se unen a la memoria del narrador, un libro diferente y vivo que tiene resonancias musicales de fugas y contrapuntos como la misma vida de sus intérpretes. El viaje a pie... no es una novela facilona para todos los públicos. Su construcción, digresiones, la manera de narrar un pasado propio e íntimo, la historia ficcionada de Bach, el diario de una madre apenada, la intencionalidad del autor de no amañar su autobiografía, requieren de un lector crítico y reflexivo que no escape indemne de esta metáfora narrativa.

Si algo caracteriza la lectura de este libro son los sentimientos que subyacen en la narración de esta historia familiar que viene a decir que: vivir no es más que acostumbrarse a perder y asumir que lo que nos ocurre en la familia y en la vida nos moldea, pero lo que nos define, en verdad, son nuestras decisiones individuales y colectivas.

domingo, 18 de enero de 2015

Nada que temer


No es nada baladí afirmar que para publicar cuatro libros, en poco más de tres años, encerrada en casa y pasando mucho tiempo a solas escribiendo, como una condenada a galeras y, encima, con la belleza y juventud insultante de tener tan solo veintiseís años, hay que ser, sobre todo, una escritora aplicada y apasionada de las letras. Jenn Díaz (Barcelona, 1988) es una de las promesas con más proyección literaria del panorama español de jóvenes autores que comienza a tener mayor presencia entre ese sector de público comprometido con la buena literatura.

En Mujer sin hijo (Jot Down Books, 2013), Díaz irrumpe con una novela urbana, en un escenario nada deseable, en el que se cuenta la vida de tres mujeres oprimidas, como tantas otras, por un estado que apura a la población a tener descendientes. Después de un conflicto bélico, son las mujeres las alistadas al servicio obligatorio de repoblar el país diezmado por los estragos de la guerra. Hay un problema demográfico que hay que solventar por decreto. En esta sociedad distópica, las tres jóvenes, vinculadas por un mismo destino, se enfrentarán de diferentes maneras a esa determinación que el orden establecido ha decidido por ellas de tener que ser madres. Cada una afrontará la maternidad con criterios divergentes. Esta transformación en futura mamá, derivará en el meollo de la trama y las voces de sus protagonistas, dispuestas a llegar más allá del miedo, acompañaran al lector a transitar con ellas por las incertidumbres que se avecinan en sus vidas. Para Rita, Julia y Mónica, ser madre supondrá una opción, una negación, un destino o un deseo frustrado, porque cuando una mujer decide convertirse en madre deja de ser parte de lo que era hasta entonces.

La historia que nos cuenta Jenn Díaz corresponde a mujeres que luchan contra la sociedad y el hombre que las hostigan y las predestinan, sin tener en cuenta sus voluntades, hasta el punto de estigmatizarlas y condenarlas, en caso de oponerse al plan de repoblación nacional. La maternidad es una opción lógica como la no maternidad –se oye en una reunión clandestina de mujeres–, y que solo hace falta escucharse a una misma y tomar la decisión al margen de la sociedad. Preguntarse: ¿de verdad quiero ser madre? (pág. 134). Mujeres sin hijo es una novela coral que plantea una posición política sobre la maternidad obligada y reivindica el derecho inequívoco y soberano de la mujer a decidir su embarazo, su destino como madre. Rita abandona a su marido porque no quiere tener hijos, pasando al grado de proscrita. Julia paga con la muerte el nacimiento de su hijo en un parto de alto riesgo. Y Mónica, una joven madre, incapaz de sobreponerse a la pérdida de su hijo pequeño, se desquicia ante su infortunio.

Jenn Díaz empeña su narración en una labor de situar la novela en la realidad, no solo rebelándose contra la impostura de someter la maternidad de la mujer a los designios y poder del estado, sino también postulando la importancia que tiene un hijo en la vida y destino de una mujer. Lo más importante que deja ver la joven escritora catalana en las tres partes de su libro es la posición que toman sus personajes en ese marco orquestado, cómo gestionan sus fobias, sus decisiones y sus fracasos. Pero si hay un trasunto en Mujer sin hijo que verdaderamente hace reflexionar es el significado de los lazos familiares, de los conflictos que surgen en el seno de dichas familias, de lo que cuesta desligarse de esos lazos.

A Jenn Díaz le gusta definirse como una escritora y lectora que busca en los libros una identificación literaria alejada de cercanías históricas y vivencias compartidas. Su escritura no pertenece a ninguna generación. Le interesan más el intimismo y los acontecimientos cotidianos para profundizar en lo social. Aquí, en esta entrega narrativa, una novela incrustada en un mundo inventado, donde la mujer retrocede como ser individual, está parte de su universo literario, ese en el que lo importante no es el escenario de la trama, ni el paisaje, sino el estado mental de los personajes, sus decepciones y las expectativas que tienen que afrontar.

Mujer sin hijo es un libro intenso, intimista, de prosa ágil y ritmo galopante, con un final contradictorio respecto al título, que no empaña su conjunto, escrito con sobriedad y talento por una de las voces literarias más en alza y que va a seguir dando sorpresas a propios y extraños.

martes, 13 de enero de 2015

Misterios de la vida


No me cabe la menor duda que el periodismo de Juan Villoro (Ciudad de Méxivo, 1956) está trenzado bajo el manto de la novela, del cuento y del relato, no solo para extraer la condición subjetiva del narrador, sino también para relatar en el formato de la crónica periodística los misterios de la vida, esos sucesos cotidianos que nos dejan mayormente perplejos. Quizás por eso, esta manera de ejercer el periodismo narrativo, poniendo los recursos de la ficción al servicio de la historia, haya dado en el continente americano una nómina extensa de esa clase de escritores como García Márquez, Rodolfo Walsh, Jorge Ibargüengoitia, Martín Caparrós o Leila Guerriero que ponen en su pluma la magia literaria de contar un hecho extravagante como si se tratara de un suceso único. Si uno es periodista narrativo, como Villoro, no busca acomodar los hechos según convenga, ni añade piezas al reportaje para que el suceso sea efectista; el escritor cronista se empeña solo en persuadir al lector por medio de la gente real, sin inventar nombres, en un contexto verídico, sin engaño.

¿Hay vida en la Tierra? (Anagrama, 2014) es una recopilación de cien relatos que resume los casi veinte años de reportajes periodísticos y crónicas del día a día que el mexicano fue publicando en distintos diarios y revistas. Villoro no pretende inventar, ni alejarse de la realidad, ni mucho menos contar cuentos, sino abordar los asuntos que pasan en la vida, como ese rumor de fondo en el que la experiencia de acometer la existencia cotidiana desvela suficientes hechos menudos que se convierten en extraordinarios cuando se trasladan a la columna periodística. Conforme te adentras en las piezas, hay una especie de conjetura que transita por cada fragmento e invita al lector a percatarse de que lo que propone Villoro es no fijarse tanto en la historia narrada, sino en los vientos que la empujan, porque para analizar una época hay que examinar e indagar cómo se relaciona la gente en su vida cotidiana, cómo esas circunstancias mínimas y fugaces las determinan.

Algo tuvo que ocurrir en la vida de un hombre que quiso ser médico y acabó terminando sociología, para quedar atrapado en la literatura. El suceso definitivo, que no accidente, ocurrió cuando el mexicano asistió a un taller literario dirigido por el maestro Augusto Monterroso. Aquí se inició la otra vida de Villoro, una tarea ininterrumpida hasta la fecha dedicada a las letras. En 2004 obtuvo el Premio Herralde de Novela por su obra El testigo.

¿Hay vida en la Tierra? Es un libro fragmentario con un título cargado de ironía, un texto con un centenar de realidades contadas bajo la mirada atenta de un cronista que indaga en los hechos cotidianos, en su doble condición de periodista y escritor. Se cuentan historias extraídas de la vida real y costumbres de México y su Distrito Federal, un escenario inabarcable y desbordante, hervidero de acontecimientos extraños y personajes estrafalarios de todo tipo, sea un taxista extraviado, un peluquero aprehensivo o una bella escritora albanesa.

Con este libro, que fluye como el río de la vida, con sus malentendidos y sorpresas, Juan Villoro sigue la estela de Ibargüengoitia en el que se reconoce como periodista de lo insólito, maestro de la pericia del reportaje y la crónica, para mostrarnos el presente inagotable que se repite con sus misterios. La sensación que deja la lectura de estas historias y anécdotas, sobradas de humor y sarcasmo, es que la literatura se muestra como una pequeña ventanilla de quejas de nuestras propias miserias. Villoro, ciertamente, ejerce de demandante de una manera crítica para reconciliarnos con la realidad incómoda en la que todos estamos inmersos.

En suma, ¿Hay vida en la Tierra? es un texto luminoso que aglutina la vida, las amistades y las relaciones sociales, donde no faltan incomprensiones, ni sobran contradicciones, un catálogo que constata que la literatura es una terapia apropiada para sobrellevar nuestras adversidades.

miércoles, 7 de enero de 2015

Una travesía enigmática


“No tengo ningún problema con la lectura. Tengo un problema con los libros”. Con esta aclaración en los primeros compases de su relato, Agnès Desarthe (París, 1966) confiesa su compleja experiencia lectora y su relación con el universo literario en Cómo aprendí a leer (Periférica, 2014), un texto cautivador que invita a reflexionar sobre la educación, la cultura y los cánones literarios. Desarthe, escritora y traductora, narra su travesía lectora en un relato autobiográfico, impregnado de sinceridad y encuentros con los libros, sin establecer diferencia entre ficción y realidad, ni jerarquía alguna. Para la autora francesa, la literatura no solo anula las fronteras de géneros, sino que además ayuda a franquearlas.

Cómo aprendí a leer tiene como destinatario el lector que aún está fuera de la órbita de los convencidos, que dormita todavía y espera ser seducido para entrar en el mundo fascinante de los libros. Con un tono sencillo y nada petulante, Agnès desvela cómo, siendo niña, soñaba con las historias oídas en casa y seguía ajena al vínculo de los libros, un eslabón que permanecía extraño a sus intereses. Agnès, que procedía de estirpe libanesa y rusa, fue una escritora que experimentó un tránsito por los libros muy peculiar y esforzado. Hija del exilio, tuvo dificultades de adaptación a la lengua francesa y a sus maestros literarios, como Flaubert o Balzac. Sin embargo, le seducía Camus y Duras además de otros autores extranjeros, especialmente Faulkner y Dostoievski, dos de los autores que más huellas le dejaron. Pero el descubrimiento de Isaac Bashevis Singer fue una bendición, un hallazgo que le provocó un entusiasmo desmedido y apasionado por las letras. Singer rompió su reticencia lectora y, a partir de él, leía de todo de manera compulsiva. Este impulso la llevó a consagrarse como traductora profesional de las obras de Virginia Woolf y Cynthia Ozick, como si de una orden religiosa hablaramos, con absoluta vocación, convencida que quien se dedica a la traducción acoge el alma del autor, una experiencia excitante que la llevó a sentir que la letra impresa sería su vínculo vital, el instrumento imprescindible para su memoria.

Agnès Desarthe había esperado demasiado tiempo a tener la revelación que ansiaba, aquella que ya se vislumbraba en sus primeros escarceos literarios: encontrar en los libros aquello fuera de lo cotidiano, lo que trascendía. Antes de recalar en los clásicos, la joven escritora deambuló por la novela negra leyendo a Chester Himes, Chandler y Hammett, autores de un género que le mantenía el suspense y el fervor continuado. Después cayó arrebatada por la literatura de Jacques Prèvert, un autor que la catapultó a Racine, Rimbaud y Baudelaire. Volvió de nuevo a Madame Bovary, un libro que se le atragantó de jovencita y, posteriormente, se embelesó con El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, hasta el gran fogonazo de El ruido y la furia de su admirado William Faulkner.

Cómo aprendí a leer es un libro alentador, un híbrido entre novela y ensayo, narrado en clave autobiográfica sobre la transformación experimentada por Agnès Desarthe de lectora abúlica en una letraherida voraz e impenitente. Llegar hasta aquí, a esta meta enigmática, ha sido un trayecto árduo y emancipador, un placer impensable e inmenso desvelado por la escritora parisina de la manera más simple y llana, un logro que viene a constatar que no existen personas que no leen, sino personas que todavía no han encontrado la estela que les lleve al increíble jardín secreto que es la lectura.

jueves, 1 de enero de 2015

Apurando la vida


Pedro Vidal murió en Madrid el 5 de diciembre de 2010 víctima de un cáncer a los 84 años, hombre trasnochador bajo lunas de güisquis, música de jazz y zambullidas en piscinas nocturnas. Fue ayudante de dirección de tres grandes cineastas. Debutó con Orson Welles en Mr. Arkadin, trabajó con Mankiewicz en De repente el último verano y con David Lean en Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago y La hija de Ryan. Perico, un tipo fascinante, con aire de corsario y mirada de halcón, presumía de no llamar por teléfono, porque a él lo que le gustaba era dejarse caer, aparecer de imprevisto. Amigo de Sinatra y Christian Marquand, había vivido en el barrio de Harlem en Nueva York, en Los Ángeles, Río de Janeiro, Cuernavaca, Miami, Barcelona, Madrid y Marbella. Vivió a lo grande, apurando la vida hasta el fondo, un bohemio fuera de lo común, una especie de aristócrata beatnik que se jactaba en afirmar que triunfar no es más que hacer lo que le gusta a uno.

Nacido en París, Pedro Vidal decidió abandonar la carrera de Derecho e irse a Cannes cuando tenía veintiocho años a escribir crónicas cinematográficas. Esa pulsión y locura por el cine le permitió conocer a Orson Welles en las alfombras de la ciudad francesa y entablar una amistad perdurable. Una noche le dijo: “Voy a rodar Mr. Arkadin, ¿quieres ser mi assitant?” “No conozco la técnica”, respondió Vidal, y Welles le replicó de corrido: “Es muy fácil. Si eres muy estúpido lo pillas en quince minutos, si eres normal, en sólo diez”. Y a partir de aquí, Perico Vidal se convirtió a la religión del cine.

Marcos Ordóñez (Barcelona, 1957), periodista y escritor, colaborador del diario El País, se encandiló con este personaje a raíz del libro que publicó anteriormente sobre las visitas que hizo a Madrid la gran pantera del cine, Ava Gadner , allá por los años 50 y 60, el Madrid de las noches de ríos de güisquis en los clubes de jazz, en los tablaos flamencos y hoteles de cinco estrellas donde se alojaban las estrellas de Hollywood. Beberse la vida (Aguilar, 2004) fue el embrión para el escritor catalán de indagar en la vida de Perico Vidal, un protagonista capital de la movida nocturna de aquel entonces, un personaje que reunía todos los requisitos para armar un libro sobre la España oculta y libertina de aristócratas, actores y toreros que desafiaban a un franquismo encorsetado y reprimido a base de fiestas privadas sobre áticos lujosos y piscinas iluminadas hasta el amanecer.

Big Time: la gran vida de Perico Vidal, publicado por Libros del Asteroide (2014) es una biografía novelada con mucho de cine de los 60 y 70, un libro entre la novela, el documental y el reportaje muy bien contado, con un ritmo vertiginoso y una prosa sencilla y audaz, narrado en primera persona, por donde desfilan personajes y mitos como Marylin Monroe, Elisabeth Taylor, Marlon Brando, Sofia Loren, Omar Sharif, Robert Mitchum, Tete Montoliú... El libro de Ordóñez contiene todo un guión cinematográfico sobre la vida de Perico Vidal, un auténtico personaje literario embebido de cine, jazz y alcohol que fabula como nadie sus andanzas en presente, dentro y fuera del plató, junto a grandes directores, megaestrellas del cine y figuras del jazz.

Marcos Ordóñez rinde homenaje a una época grande y heróica del cine a través de la voz y memoria de su personaje, un virtuoso de las relaciones públicas, de simpatía arrolladora y con una inteligencia natural capaz de estar siempre a la altura de las circunstancias, amigo de sus amigos y de una generosidad inmejorable, un vividor incansable hasta caer bajo los estragos del alcoholismo. El autor catalán cede la palabra a un hombre envenenado de cine.

Big Time... es un relato ameno y divertido, repleto de anécdotas y humor donde Ordóñez ha recopilado las extensas conversaciones que mantuvo con Perico Vidal en sesiones prolongadas durante meses; un libro curioso que no debe pasar desapercibido a mitómanos y aficionados del cine, y que transita entre la Barcelona del jazz de los 50 y el Madrid americano de los 60, un justo tributo al papel representado por la gente del rodaje, artífices de la magia de las películas. En la parte final del libro, el periodista barcelonés añade el testimonio de Alana Vidal, la amada hija de Perico, su gran apoyo en sus últimos años para superar la adicción a la bebida.

La habilidad de Marcos Ordóñez es haber logrado que el lector se olvide de quién está tras el vendaval fabulador de Perico Vidal, de la voz de su amo, como si sonara un vinilo del mejor jazz. Big Time... es una historia sorprendente, un curriculum extraordinario de un ser irrepetible, un español poco conocido por el gran público apurado en vivir la vida a tope, a lo grande. Un libro increíble.