domingo, 21 de septiembre de 2014

Lecciones felinas



Leer nos enmienda de algún modo, corrige por así decirlo nuestra propia experiencia, porque cualquier libro se puede convertir en un vehículo más de aprendizaje de la vida, aunque el asunto que trate solo tenga que ver con los quehaceres cotidianos de una mascota.

Los gatos son animales que tienen fama de ariscos y carecen del prestigio social que ostentan sus adversarios domésticos: los perros. Ya en la Edad Media tenían cierta leyenda maldita y se les relacionaba con las brujas. Sin embargo, a pesar de este sambenito, la escritora Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954), viene a poner las cosas en su sitio y a rehabilitar la figura de este animal sagaz y astuto que es el gato.

Lo que aprendemos de los gatos (Anagrama, 2014) es una hermosa semblanza sobre estos misteriosos salvajes tan reflexivos y silenciosos. Antes de empezar este volumen de apenas ciento veinte páginas, me consideraba una persona con una aversión activa hacia los gatos. Me resultaban antipáticos y convenidos, encasillándolos en el tópico de animal de compañía de solteronas, viudas y solitarios. Antonio Burgos, entusiasta de estos felinos, decía que “no hay animal más politicamente incorrecto que el gato, que nunca halaga pero, eso sí, se muestra sincero y libre”. Otros han afirmado que es un animal de estirpe literaria y de pose artística, con protagonismo sonado en la poesía de escritores como Becquer o Neruda, y en lienzos de pintores como Velázquez o Goya. Lo cierto y lo fijo es que el bonito texto de Díaz-Mas ha venido en un momento oportuno para liberarme de mis prejuicios sobre estos animales, ya que la próxima semana tengo una cena en casa de unos amigos que acaban de adoptar una gata de angora.

La escritora madrileña viene a desmentir la falsa creencia de que todo fue creado para servir al hombre y ahí estuvo el Creador para interponer a los gatos y hacer una excepción, porque lo primero que tiene que aprender quien quiera tener un gato en casa es a servirle. En Lo que aprendemos de los gatos hay toda una minuciosa selección de secuencias que guían al curioso lector a saber más de estas criaturas sibaritas y egoistas que dejan pelos por la casa displicentemente, se adueñan de rincones confortables, se apoltronan en sillones ergonómicos, duermen siestas sobre cojines de lana y se enfandan y encaran si les molestamos. Pero para Paloma Díaz-Mas lo magnético de este pequeño felino radica en el hechizo que produce en sus dueños, proveniente de la serenidad y quietud de su comportamiento. Esto explica suficientemente la sumisión de los humanos hacia estos personajes que, además, después de haberse apropiado de sus casas, se mostrarán simpáticos si no les fastidian. Decía Victor Hugo que “Dios hizo al gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre”. Pero ellos son inasequibles a la angustia. Su miedo dura sólo un momento: el momento en el que se produce. El nuestro se prolonga en el tiempo, se arrastra en recuerdos y se proyecta hacia un futuro desconocido e imprevisible. Mientras, acomodados en su sillón favorito, los gatos se atusan mutuamente con largos lengüetazos rosados. (pág. 120)

Díaz-Mas siente debilidad por estas criaturas y, en Lo que aprendemos de los gatos, la autora se acerca con celo al lector para mostrarle su relación con estos animales en detalles cotidianos, como si tratara de conseguir adeptos. Recientemente, en una entrevista con la prensa, la autora afirmaba que “conviviendo con un gato se tiene la certeza de aprender a vivir la intensidad del presente, sin atormentarse del pasado ni agobiarse con lo próximo que viene”.

Lo que aprendemos de los gatos es un libro jugoso, pertrechado en los andamios del relato, entre la ficción y la no-ficción, y que guarda afinidad con el género expositivo y el ejercicio de estilo, labrado en una prosa pulida y sencilla.

Paloma Díaz-Mas ha revalorizado la figura del gato con un texto esmerado, emotivo y sincero que fluye con sumo alborozo, dirigido a los amantes de los gatos y, con un guiño de benevolencia, para los que no lo somos todavía.

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