jueves, 14 de agosto de 2014

Doble diario


En una de las entradas de los diarios de Iñaki Uriarte, el autor revela un estado de ánimo cíclico como el que muchas veces se refleja en mí y que dice lo siguiente: Ahora, en general, me pasan pocas cosas. Tal vez las cosas más notables que me pasan les suceden a otros. Yo me limito a comentarlas. Lo más interesante que me suele ocurrir es la lectura de libros. En este estado de cosas, hace un par de años había leído un pasaje de la última novela de Andrés Neuman, Hablar solos, donde su protagonista Elena hojea en una incierta librería Diario del hombre pálido, del escritor navarro Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965), un libro que, curiosamente, unos días después, descubrí de igual manera en otra librería. Imité al personaje de Neuman hasta que la melodía y vibración doliente de sus primeras páginas me calaron y salí de la tienda convencido que me llevaba a casa una vigorosa narración autobiográfica.

La lectura de ese diario me produjo desazón y, la batalla planteada por el narrador, enfermo renal, sometido a la correosa máquina de hemodiálisis, parecía por momentos que acabaría llevándome a sentir compasión por ese hombre enclaustrado y abandonar el libro, pero nada de eso ocurrió, gracias a la fortaleza y precisión de la escritura de Gracia Armendáriz. Lograr que un diario emprenda un viaje a la enfermedad y retorne feliz por el camino de la buena literatura, es una tarea exigente que el escritor navarro se impone, y lo consigue, teniendo en cuenta el argumento de Proust que decía : lo importante no es la fidelidad del espejo, sino la intensidad del reflejo.

Aquel descubrimiento diarístico, un género al que le tengo especial devoción, me ha llevado irremisiblemente al último libro de este letraherido y enfermo del riñón, Piel roja, editado en el mismo sello que su anterior bitácora, Demipage (2012). Armendáriz, con esta entrega, pone punto final a su trilogía de la enfermedad que se inauguró con la novela La línea Plimsoll (Castalia, 2008).

El hombre de Piel roja ha crecido con respecto al hombre pálido del diario anterior, y esa madurez se refleja también en el pulso narrativo que se extiende por el texto pero, sobre todo, la diferencia está en el lugar desde donde cuenta la voz narradora. En la primera parte, escrita desde el centro de la enfermedad, surge la mirada compasiva, endulzada con humor y estoicismo; una escritura amarrada a la máquina depuradora. La segunda está escrita desde la distancia de lo que ya ha acontecido, aunque el escritor pamplonés lo disfraza en el presente inmediato para dar más eficacia al relato. El resultado de esta pericia dio lugar a una voz más distanciada, una mirada más a la altura de los ojos del lector. Gracia Armendáriz aborda con mucho realismo, pero también con lirismo y humor, sus vivencias durante las sucesivas diálisis y el segundo trasplante de riñón al que ha sido sometido.

Pero hay también un aspecto relevante en el libro y son las incursiones al pasado como repaso a experiencias vividas. Juan homenajea a su padre, un industrial amanezado por ETA que es obligado a vivir un tiempo en México, y habla también de su separación matrimonial y de su amor y apego a Alejandra, su hija adoptada. Todos estos pasajes familiares se unen mientras se debate con las propias barreras que derivan del temor a un posible rechazo del riñón trasplantado, donado por su prima, pero este temor se aminora con el contacto fortuito con una internauta con la que inicará una nueva relación.

Gracia Armendáriz, en ninguno de estos dos diarios, se ha propuesto escribir un relato amable y autocompasivo, sino indagar por el interior de la conciencia de un hombre en declive por los estragos de la enfermedad, sin olvidarse que desde allí acabamos conociéndonos mejor por dentro que por fuera. Dos obras que se leen muy bien, nítidas y repletas de literatura y pensamiento.

En suma, hago propias las palabras atinadas que el escritor Pedro Ugarte me soltó hace unos días sobre ambos textos: “Diario del hombre pálido y Piel Roja, es un excelente doble diario fundado en la dolorosa lucidez que proporciona la enfermedad”. Exactamente, eso.


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