sábado, 3 de mayo de 2014

Vidas precarias


En No tan incendiario, un ensayo radical pero profundamente literario, Marta Sanz viene a reafirmar la necesidad de seguir escribiendo fábulas, porque lo que de verdad nos falta son realidades -dice- y es la literatura la que tiene mejores perspectivas de formar la conciencia para intervenir en el mundo y en la vida privada de las personas. Lo que viene a contarnos Elvira Navarro (Huelva, 1978) con su última novela La trabajadora, editado por Literatura Random House, tiene mucho que ver con lo expresado en la cita anterior de la escritora madrileña. Navarro afronta una historia que hurga en la conciencia del lector con la puesta en escena del juego del doble al contar cómo la crisis económica y sus consecuencias desencadenan un desequilibrio psicológico en dos mujeres que se las apañan compartiendo piso en un barrio modesto del extrarradio madrileño. La escritora andaluza aprovecha este escenario, que en buena medida rezuma experiencias propias, y utiliza diferentes tonalidades lingüísticas para desenmascarar la locura, la precariedad laboral y económica reinante que dista mucho del futuro que, según prometieron los líderes políticos, debía ser otra cosa bien distinta.

Elvira Navarro se inscribe en esa línea de literatura comprometida por medio de una historia que asocia lo individual, como vertiente testimonial, con el contexto socioeconómico de la cruda realidad existente. La trabajadora es una novela que transita por la angustia y la alienación en un marco hostil donde la ciudad es espejo de las voces rotas de sus dos protagonistas. En ese recuadro, la novela y la ciudad que nos describe la narradora se corresponden.

El inicio de La trabajadora es un descenso a los infiernos de Susana, una mujer psicótica y solitaria que trabaja de operadora en una compañía de telemarketing. Susana cuenta en primera persona sus peripecias, impulsada por su comportamiento bipolar, en los contactos mantenidos a través de las páginas de la sección íntima del periódico local, para satisfacer sus caprichos sexuales delirantes y sórdidos. Elisa, la protagonista principal y narradora de la historia, avisa que se ha limitado a poner en negro sobre blanco lo que su compañera de piso le contó. Sin embargo, Elisa, que es la más joven de las dos y trabaja de correctora en un grupo editorial que anda en crisis y se atrasa en los pagos, tiene miedo de alcanzar la edad de Susana y llegar a ese estado precario de salud mental. Elisa mira a Susana auscultándola, pero con recelo, porque en realidad ambas se medican para sobrellevar sus naufragios mentales. Entre ambas se produce una atracción y rechazo silencioso que les permite compartir el cobijo precario de sus economías.


En suma, La trabajadora es un libro revelador de la crisis socioeconómica de la última década, una novela nada compasiva, a pesar de las zozobras de las vidas de sus protagonistas. Elvira Navarro renuncia a cualquier ternura que dulcifique el texto para resaltar con ello la radicalidad del ambiente: un cuadro social convulsivo y atiborrado de ansiolíticos, donde muchos pacientes tratan de sobreponerse a sus vidas precarias, amenazadas por la esquizofrenia del momento y al límite de la enajenación.




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