lunes, 26 de mayo de 2014

Dos artistas


En la nota final de El poeta y el pintor (Ediciones Alfabia,2014), Ana Rodríguez Fischer (Asturias, 1957) cita a Gerald Brenan para sustentar el encuentro posible entre Góngora y el Greco en la ciudad de Toledo y resumir las coincidencias personales entre estos dos geniales artistas: Tenían mucho en común: distinción, refinamiento, maneras aristocráticas en las artes que practicaban. El pintor tenía buen oído para la poesía y el poeta buen ojo para la pintura. La escritora asturiana sitúa este supuesto hecho histórico en 1610, al tiempo que Góngora partía de regreso a Córdoba, después de una experiencia muy decepcionante por la Corte y cuando el Greco, obligado por sus achaques de salud, vivía solo y recluido.

La profesora Rodríguez Fischer recrea ese hipotético encuentro en un relato que, según la propia autora, rehuye del sentido de novela histórica y se centra más en ofrecer al lector un escenario que retrata a los dos personajes únicos de esta historia. El poeta y el pintor es una novela de confidencias y teorías sobre el arte y la composición entre ambos artistas que en aquella época ostentaban la cima innovadora de la poesía y la pintura respectivamente. Para Góngora, la conversación surgida con el pintor de Creta que aglutinó la elegancia de Rafael, la amplitud de ejecución de Tiziano y la fuerza inspiradora de Veronese, supondrá un punto de inflexión en su concepción artística, pues había aprehendido lo que el Greco perseguía en la elaboración de sus cuadros: descubrir la verdad oculta de las cosas. El juicio que mantiene el pintor sobre las musas conmueve a Góngora y éste, en una honda melancolía, confiesa: ...tiene utilidad avivar el ingenio, y que lo nuevo nace de la oscuridad. Y el que tenga capacidad para quitar la corteza descubrirá lo misterioso que la obra encubre (pág. 117).

El poeta y el pintor es una novela sorprendente, de corte intelectual, con un narrador testigo que parece hablar por la boca del poeta cordobés. Está escrita en un lenguaje culto que hábilmente soslaya las formas arcaicas de la época, pero que evoca el espíritu erudito de sus protagonistas: don Luis y don Doménico. Ese hálito ilustrado y la atmósfera de su entorno son, sin duda, dos de los grandes aciertos del libro que transita por el siglo XVII en Toledo, ciudad monumental y artística, de calles estrechas, olores añejos y ropajes gentiles y harapientos. Rodríguez Fischer consigue captar ese ambiente gracias a una prosa cuidada y ajustada, acorde con el contexto histórico de aquella España sombría del reinado de Felipe III.

Hay un cierto aire melancólico al final del libro que contagia al lector, provocado por la sutileza académica que trasciende su autora, profesora de Literatura de la Universidad de Barcelona, capaz de dar verosimilitud a los diálogos vivísimos y profundos entre el pintor y el poeta, dos personalidades geniales e irrepetibles de la literatura y la pintura del Siglo de Oro español.

Resumiendo: Ana Rodríguez Fischer nos entrega una revisión literaria de una cita supuestamente histórica entre dos grandes de las artes, que viene a confirmar la importancia del Greco y su admirador, Góngora, en la historia de nuestro país. El poeta y el pintor es una novela luminosa y de gran riqueza léxica, un libro hondo que entrelaza reflexiones sobre la poesía y la pintura y, por consiguiente, demanda un lector presto a disquisiciones estéticas.


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