viernes, 14 de febrero de 2014

Seres perdidos



Confieso que descubrí a Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) de la mano de Vila-Matas, en una referencia memorable en su libro Diario voluble sobre el autor de Gritar y que cito textualmente: La literatura no es un oficio, es una enfermedad; uno no escribe para ganar dinero o caer bien a la gente, sino porque intenta curarse, porque está infectado, porque lo ha ganado la tristeza. Y, ante tamaño desvelo, ya no pude resistirme a buscar lo que no quería perderme del escritor asturiano hasta entregarme a La luz es más antigua que el amor (2010), un texto sobre la enfermedad, la locura y el genio. Después me encandilé con La noche feroz (2011) y Medusa (2012), dos relatos inquietantes y crueles que me conmovieron. Cuando un escritor, como Menéndez Salmón, te muestra esa literatura que procede de la desolación de su escritorio, donde se encierra para vislumbrar todo el caudal de tristeza y de alegría que conforma su vida, entonces nos damos cuenta de que estamos ante un narrador con mayúsculas.

Niños en el tiempo (Seix Barral) , su última propuesta narrativa, presentada el pasado mes de enero, goza del sello de sus anteriores novelas, pero aquí, la fuerza de la desgracia sopla entre la pérdida y el duelo. Menéndez Salmón nos cuenta tres historias que tienen el sino de la convergencia, bajo un eje central protagonizado por un niño que transita por tres estados: un niño muerto en la primera parte, un niño histórico en la segunda y un niño que viene de camino en la parte final. Tres partes, desde lo hondo de la herida hasta la luz, que hablan de las cicatrices del dolor.

Hay un trasunto vital en Niños en el tiempo que engarza intencionadamente un episodio con otro. La novela arranca con un texto de duelo por la muerte de un hijo que provocará la ruptura de sus progenitores. La segunda parte de la novela recobra la infancia de Jesús, su época más invisible. El interés de Menéndez Salmón de recrear la figura de Jesús se aleja del plano religioso para mostrarlo más como personaje literario y terrenal.

Un libro que se lee con la piel y el lápiz para subrayar gemas como estas : El tiempo lo cura todo, incluso la pérdida más insoportable (pág. 28); la única aurora del hombre es el lenguaje (pág. 107); no hay ficción que escape a la impostura (pág. 133); la vida sólo tiene sentido como relato. Y el relato, por definición, es falso (pág. 135)...

Niños en el tiempo responde a una parábola sobre la literatura como liberación y medio para aplacar el dolor. Un relato bello, filosófico y conmovedor sobre el amor y la pérdida pero, también, un conjuro literario sobre el duelo y la salvación.



Uno tiene la sensación, siempre excitante, de haber descubierto a un escritor existencial y egregio, como Ricardo Menéndez Salmón, para seguir leyéndolo, porque irremediablemente se hace irresistible y necesario, como lo han sido los seres perdidos de esta sorprendente novela.

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