miércoles, 29 de enero de 2014

Un ilustre viudo


Cuando vi hace unos años la emotiva película Las horas, todavía recuerdo el personaje que interpretaba al marido de la mítica Virgina Woolf, un hombre aparentemente a la sombra, su mejor crítico lector y abnegado enfermero de sus males. La cinta, que cuenta la historia de tres mujeres de épocas diferentes, arranca con un preámbulo en el que se muestra el suicidio de la escritora, en 1941, hundiéndose en el río con piedras en los bolsillos para ahogarse irremisiblemente.

La publicación de La muerte de Virginia por la editorial Lumen, ofrece la oportunidad de acercarse a la figura de Leonard Woolf (Londres, 1880 – 1968), el ilustre viudo de la autora de La señora Dalloway. El título de este volumen, que corresponde al quinto de las memorias del autor, obedece al primer capítulo del libro que la editorial consideró tener más gancho para el lector español. The Journey Not the Arrival Matters, publicado en 1969, corresponde al título original de la última entrega de la autobiografía de Leonard, más acorde con el espíritu de un hombre que quiere dejar testimonio de una vida intensa, y que cita a su admirado Montaigne otorgándole el encabezamiento de su libro: Lo importante no es llegar, sino el viaje.

El libro comienza en 1939, y se centra en las experiencias surgidas por los cambios de domicilios que tienen que soportar el matrimonio Woolf tras los bombardeos de Londres por los alemanes, hasta establecerse definitivamente en Monks House a finales de 1940. Cuenta que el hermano de Virginia, Adrian Stephen, les entregó una dosis letal de veneno para usarla en caso de verse apresados por los nazis. Leonard Woolf se cuestiona en estas memorias qué sucede en la mente de personas normales como su mujer y otros de su círculo que se plantean acabar con sus vidas ante la tentativa germana de arrasar la isla.

Leonard habla de forma insistente acerca del valor del trabajo y se felicita de la labor que desarrolló con tanto tesón y entrega al frente de la editorial Hogarth Press. Se siente un editor satisfecho y ufano sobre la calidad de sus publicaciones y su exigente catálogo. Es crítico y meticuloso con las obras de su mujer y menciona cuatro libros malogrados que repercutieron negativamente en el carácter depresivo de Virginia: Noche y día, Los años, Roger Fry y Tres guineas. Compró la parte de la sociedad que su amigo John Lehmann quiso vender ante la negativa de expandir el sello editorial. Leonard confiaba más en una empresa a imagen del editor, que al servicio del mercado. Le importaba más la calidad de su catálogo y el control del gasto, que el volumen del negocio.

Leonard y Virginia eran dos seres imbuídos en la literatura. Dejaron ambos un registro completo en sus cuadernos y diarios de lo que leyeron y experimentaron. Si Virginia es la gran narradora del momento, Leonard fue una de las personalidades más notable de su tiempo: editor, escritor y político destacado del laborismo. Tuvo mucha relevancia en el grupo Bloomsbury, un movimiento literario por el que transitaron, además de su esposa, figuras como Katherine Mansfield, E.M. Foster, Gerald Brenan, Bertrand Russell o Wittgenstein.

La muerte de Virginia es un intenso y emocionante testimonio, escrito con envidiable lucidez por un hombre de 88 años que tuvo una existencia brillante. Un libro escrito con una prosa elegante, que alterna con emotivas confesiones y reflexiones certeras sobre una época turbulenta. Un texto sin exageraciones ni cortapisas, en el que L. Woolf, un hombre refinado, sencillo y culto,  cuenta su vida de forma magistral hasta su viudez; un periplo que pone punto y final con la cita memorable del gran pensador francés: lo importante no es llegar, sino el viaje.


domingo, 26 de enero de 2014

Cuaderno literario



Releer a Vila-Matas es leerlo por primera vez, al menos eso sentí al volver a su Dietario voluble: recordaba frases enteras que tenía subrayadas en el ejemplar, reflexiones y citas de autores que compartíamos, pero mientras duraba la lectura, los recuerdos ganaban precisión, la novedad de la frase recuperada, la contingencia de leer ahora, despues de cinco años, este diario literario inclasificable, recobraba vida.

Supongo algo parecido sucede siempre al releer, que por eso mismo releemos la obra de un escritor admirado, porque estos fundamentos de admiración se reformulan al regresar a sus textos y construímos recuerdos nuevos que también parecen definitivos.

Enrique Vila-Matas ocupa un lugar privilegiado en la narrativa española y se debe en gran medida por ese dominio de lo diverso y ese hacer creativo tan fértil y genuino suyo. Algunos críticos inciden en que lo extraordinario de Vila-Matas es que hace ya tiempo dejó de ser escritor a secas para convertirse en género literario. Y esto, que parece un elogio exagerado, toma cuerpo desde Bartleby y compañía, que también releí: un libro efervescente de literatura y vida. Pero es aquí, en Dietario voluble, donde el barcelonés alcanza el punto álgido de su incesante búsqueda de nuevos territorios literarios. Es en este cuaderno, que abarca de diciembre de 2005 a abril del 2008, encontramos sus anotaciones personales más entusiastas y reflexivas sobre su universo literario y sus inquietudes creativas; una reelaboración de sus artículos periodísticos publicados en El País en una nueva estructura más autobiográfica y salpicada con guiños a otros diarios de autores de la talla de Pavese, Gide o Kafka. Dietario voluble es un libro que nos revela algunas claves sobre el escritor catalán y su tarea literaria, y mucho más, porque esta bitácora es también un libro de viajes, crónica y ensayo, un coctel muy sugerente que ofrece estampas de escritores de su gusto, como Pitol, Sebald, Coetzee, Magris... Un libro sobre libros y escritores, sobre cómo un ser es capaz de transformarse en otro extraño ser, enfermo de literatura. Esa obsesión con los escritores le viene porque simpatiza con los buenos, es decir, con los verdaderos, porque conoce lo difícil que es ser un buen escritor, un escritor auténtico, que une literatura y vida, que hace de la literatura un destino, como sus admirados: Kafka, Mallarmé, Joyce, hombres para los que la vida apenas era concebible fuera de la literatura.

La escritura, como vocación, nos viene a decir Vila-Matas, no admite templanza, sino pasión: es el proceso de escribir propiamente dicho el que permite al autor descubrir lo que quiere decir, sin olvidarse de advertirnos que: ningún escritor es bueno hasta que aprende a corregir. Pero atención: tampoco corregir es tan fácil como a primera vista puede pensarse.

Enrique Vila-Matas ha dejado de ser, desde hace ya muchos años, la gran incógnita de la literatura española para convertirse en un autor de referencia obligada, que rehuye la entrevista y los flashes y que milita en el territorio de la soledad y el silencio, como apostillaba Bioy Casares: los escritores son interesantes por escrito y no por hablado.



Dietario voluble, publicado por Anagrama en 2008 es un texto fragmentario formidable. Un libro que hace gala de la esencia de un escritor único y diferente, propulsor de la cita literaria, letraherido hasta las trancas y que, desde su fuero interno, no soporta a los falsos escritores, porque para él, como para Michon y Meléndez Salmón, la literatura no es un oficio, es una enfermedad y uno escribe para intentar curarse porque está infectado.

jueves, 23 de enero de 2014

"Vivimos en la mente"


El poeta americano, Wallace Stevens (Reading, Pensilvania, 1879 – Hartford, Connecticut, 1955), trabajó toda su vida como abogado de compañías de seguros. Sin embargo, su dedicación profesional no le impidió vincularse a su verdadera vocación: la poesía, y se incorporó con entusiasmo a la corriente vanguardista del momento en la que militaba T.S. Eliot. La publicación más importante de su obra se produjo cuando el escritor tenía cincuenta años, un ejemplo claro de poeta tardío. Stevens propone una poesía sobre las ideas y la imaginación, se identifica con el mundo que se aloja más allá de nuestra mente y asegura que la realidad es un producto de la imaginación. Es así, con el mundo de la abstración donde su modernidad adquiere una voz propia, como continuador de la estirpe simbolista de Mallarmé y Valéry.

En los Aforismos completos, publicados en la editorial Lumen, Stevens despliega toda su concepción poética que abarca muchos años de escritura. Las metáforas surgidas en los aforismos de Stevens vienen a consagrar lo que suponen para él este recurso: ser la esencia del lenguaje y símbolo perfecto de la expresión poética. Esta edición, en versión bilingüe, es un libro insólito, de mucha enjundia literaria, que refleja con brillantez el sentir y pensamiento del escritor norteamericano.

Como muestra, una docena de esquejes aforísticos que resumen de alguna manera la agudeza de Stevens hacia lo imaginativo y simbólico, y que invitan al lector a demorarse y recrearse en las reflexiones que más empeño pone el americano, especialmente, aquellas que vinculan la creación poética y literaria con el mundo real:

Los autores son actores; los libros, teatros.
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La literatura es la mejor parte de la vida. A esto parece inevitablemente necesario añadir la condición de que la vida sea la mejor parte de la literatura.
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Toda poesía es poesía experimental.
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Lo que no está al alcance de la sensibilidad de uno no existe en realidad. Y esto cambia según cada cual.
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Lo que cuenta es la creencia, no el dios.
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La poesía se lee con los nervios.
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Uno no escribe para ningún lector excepto para sí mismo.
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La lengua es un ojo.
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El hombre es un eterno principiante.
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El interés de la vida se siente participando y formando parte, no observando ni pensando.
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El mundo del poeta depende del mundo que haya contemplado.
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La literatura es una ilusión de lo normal creada por lo anormal.
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Wallace Stevens nos brinda con maestría y sentido poético un libro para disfrutar leyendo y releyendo los más de trecientos aforismos que atesora esta extraordinaria antología repleta de literarura y vida.


lunes, 20 de enero de 2014

Crónica de una insidia


A mitad del verano del 2012, acudí a la presentación en Jerez de la última novela de Almudena Grandes, El lector de Julio Verne, segunda entrega de sus historias de la posguerra franquista, iniciadas en el 2010 con Inés y la alegría. Al final del acto, la escritora madrileña hizo un guiño a la concurrencia invitándonos a leer a Galdós en busca de la verdad histórica y, como andaba por estas tierras, recomendaba vivamente un libro del periodista y reportero Tano Ramos (Cangas del Narcea, Asturias, 1958) sobre los sucesos de Casas Viejas. Recuerdo que mi padre me contó en la infancia aquellos hechos ocurridos en 1933 en donde Seisdedos y sus aguerridos vecinos de Benalup, que es como se llama ahora el pueblo, fueron masacrados a sangre fría por la guardia de asalto que comandaba el capitán Rojas. De manera que el asunto no me resultaba extraño y no dudé al día siguiente de hacerme con un ejemplar de El caso de Casas Viejas, Premio Comillas de Historia, publicado por Tusquets, que recobraba para mí, actualidad y curiosidad. Sin embargo, hace tan sólo unos días culminé aquella lectura iniciada dos veranos atrás, debido a las intermitencias de tantos otros libros que se interpusieron a su hazaña.

El caso Casas Viejas es un excelente trabajo de investigación y revisión histórica, una crónica exhaustiva de unos sucesos que tuvieron mucho calado político en aquellos años de la República. Tano Ramos narra con buen pulso periodístico una extensa crónica a través de un trabajo honesto y sistemático en archivos judiciales, en papeles de parientes vinculados a los protagonistas y en un riguroso estudio de las hemerotecas del momento, para dar luz a un suceso que llegó a la opinión pública de forma torcida.

Los hechos que se analizan obedecen a unos incidentes que un grupo de campesinos anarquistas de la población gaditana protagonizaron, y que fueron aniquidados por un destacamento de guardias de asalto que el gobierno desplazó al lugar para someterlos. Una intervención militar, a las órdenes del capitán Manuel Rojas, que reprimió aquella insurrección armada contra la República. Pero la resolución del conflicto dejó cabos sueltos y se inició una investigación ante el revuelo originado en la opinión pública por la masacre perpetrada contra los campesinos. La implicación del gobierno en el caso de Casas Viejas obligó a su presidente a tomar cartas en el asunto y se inició por parte de la fiscalía del Estado las diligencias para instruir lo sucedido. Y es que a Manuel Azaña se le atribuyó, como Jefe del Gobierno, la responsabilidad directa de la matanza de los campesinos con la supuesta y aireada instrucción de “tiros a la barriga”. El libro relata los juicios incoados al capitán Rojas en 1934 y 1935, y cómo lo contó por entonces la prensa lugareña y nacional, sobre todo el eco de los periódicos monárquicos y anarquistas que con toda la intencionalidad política, perseguían el derrocamiento de Azaña y su gobierno.

Tano Ramos traza un discurso minucioso de forma circular sobre todas las vistas judiciales que se van celebrando y, aunque a veces peca de reiteraciones, la crónica se mantiene con interés para el lector por la tensión e intensidad del proceso judicial. Uno de los logros meritorios del libro, aunque el periodista asturiano tome partido, es la incorporación en su ensayo de todas las voces intervinientes que se hicieron oír en el episodio de la corraleta (el lugar donde se ejecutaron a los campesinos) y en los juicios orales que derivaron.

Ramos ha escrito un texto que es una pieza valiosísima y rigurosa para saldar unas páginas de la historia de nuestro país que requerían aclaraciones y verdad; un ensayo valiente que aborda, desde la investigación, los pormenores de un lamentable suceso que tuvo su repercusión en la deriva nacional de aquellos tristes años. Un trabajo de alto nivel periodístico, todo un alegato firme, con datos, contra el periodismo envenenado. El caso de Casas Viejas, además de hurgar en la verdad de unos crímenes, es un meticuloso análisis del poder de la prensa, de la manipulación informativa de las declaraciones de los imputados, y de un sinfín de tergiversaciones. Una obra que impresiona, ilustra y conmueve, con un prólogo memorable y un epílogo muy prosaico y sustancial.

En definitiva, El caso de Casas Viejas es una lectura para curiosos y amigos de la historia, que pone luz y taquígrafos a tanto engaño exhibido, en donde su autor resuelve el enigma de la culpabilidad del presidente Azaña eximiéndolo y se detiene para vislumbrar la conexión Casas Viejas con la Guerra Civil.

jueves, 16 de enero de 2014

La realidad supera a la ficción


Fue deliberado. Me compré el libro porque no quería perderme la novela del año, según los críticos. Me había resistido anteriormente, cuando se publicó allá por el mes de marzo, pues no me olvidaba de haber salido trastabillado de su Crematorio, y mira que con La buena letra quedé prendado de este autor por la sobriedad y sutileza de su escritura. Así que me sumergí con cautela En la orilla, en busca de sus tesoros guardados, entre las cuatrocientas páginas y pico del libro, y me sentí fatigado desde los primeros compases, deambulando por el camino pedregoso de una narración dura y ácida, de mucho pesimismo, pero, sobre todo, como me lo suponía: una escritura muy exigente, de ritmo tan denso y lento. De manera que tuve que solapar esta lectura con otras para aliviarme y no desfallecer.

Rafael Chirbes (Tabernes de Valldigna, Valencia, 1949) cuenta la realidad seca de un entorno y de una época reciente de la historia de nuestro país. En la orilla es una novela que explica de forma implacable lo sucedido en España en los últimos lustros: la ruina devenida por tanto exceso y abuso, donde la codicia, la traición y la explotación del sistema ha hecho estragos. Y es con estas mimbres cómo el escritor valenciano teje la trama narrativa de esa realidad despreciable, que sucumbe a propios y extraños del lugar. La historia de Esteban y su carpinteria, engullida por la crisis, es una muestra, un episodio más de una sociedad estrangulada por la avaricia y el egoismo afilado de unos cuantos. No es una novela fácil de digerir, que se hace larga y requiere entereza ante tanta actitud recontada.

En la orilla es un libro árido que muestra unos personajes devastados y amargados por el sino de sus vidas lastradas por una crisis impensable que, una vez mostrado su verdadero rostro, deglute todo el futuro de los ingenuos y desvalidos. Chirbes se vale de las descripciones del paisaje para retratar a sus desfavorecidas víctimas: los olvidados que sortean a duras penas la dificultad de sobrevivir.



No voy a cuestionar el chorro de críticas que han encumbrado esta novela hasta aclamarla como la mejor novela del año, pero a mí, reseñista fútil y sin ataduras, me ha parecido un artefacto literario duro de roer, aburrido, de monotonía excesiva. La gran novela de la crisis, la llaman algunos. Mi experiencia lectora es tangencialmente opuesta, porque la gran crisis la he tenido yo leyendo este oneroso relato que cuenta una terrible realidad y que, en esta ocasión, nunca mejor dicho, la realidad supera a la ficción.

martes, 14 de enero de 2014

La fatalidad de los genes


Hace unos años se publicó en España la novela El desierto y su semilla (451 Editores), de Jorge Barón Biza (Buenos Aires, 1942 – Córdoba, 2001), una historia estremecedora y excepcional, publicada con anterioridad en Argentina en 1998, en la que se conjuga literal y literariamente una tragedia familiar a partir del relato pormenorizado de la reconstrucción del rostro de una mujer. Casi siempre sigo las recomendaciones literarias de mi admirado Vila-Matas y presumo de no haber tenido, por ahora, ninguna lectura fallida de las sugeridas por el escritor catalán. Fue tanta la curiosidad que me sobrevino que hace más de un mes encargué esta única novela en la carrera literaria de su autor. El pedido se resistía y la pasada semana recibí un mail del distribuidor anunciándome que el encargo estaba expedito y en breve lo recibiría. Este lunes me llegó felizmente el ejemplar y me los embullí en una jornada.

El desierto y su semilla arranca con el relato del episodio más trágico de la historia del extraño matrimonio (padres del narrador) en el transcurso de la última reunión antes de sellar el divorcio: Arón (Raúl Barón Biza) lanza al rostro de su mujer, Eligia (Rosa Clotilde Sabattini) el contenido de una botella de ácido. Unas horas después, el ínclito criminal se pega un tiro en la cabeza. Mario, el hijo de la víctima, se ocupará de los cuidados clínicos requeridos para su madre. La historia deambula por Buenos Aires y Milán, un derrotero obligado en la búsqueda de la reparación del rostro calcinado de Eligia.

El desierto y su semilla es una novela de formación, narrada por su protagonista, el desamparado Mario. La publicación de este relato fue recibida en Argentina como una obra mayor, y se convirtió en una novela de culto por la crudeza de la historia y, sobre todo, por el equilibrio y distanciamiento con que es relatada, a pesar de lo autobiográfico del texto. Es ese distanciamiento sentimental deliberado del narrador que se aleja, sin darle al lector indicios sobre sus sentimientos, el que sostiene el tono narrativo propiciado por el autor para acabar como mero observador. Barón Biza escribió este libro único que le arrebató la posibilidad de escribir otra cosa, como un exorcismo letal, hasta culminar tres años más tarde, en septiembe del 2001, el último suicidio de su saga, tras el padre, la madre y la hermana. El legajo de Jorge Barón Biza es haber escrito un libro duro que indaga en la existencia, en los rincones opacos del ser humano y a pesar del tono desapasionado que exhibe, el lector percibe el estado lacerado del alma del narrador que el propio autor se empeñó en ocultar, hasta que la fatalidad de los genes se impuso al destino insorteable de la vida. La novela, además, esconde una metáfora de la vida política argentina y Barón Biza se ocupa en unas páginas memorables de comparar la cara descompuesta de la madre con el país y con la peripecia del cadáver embalsamado de Eva Perón, su antagonista política.



Concluyendo: El desierto y su semilla es un libro emocionante, sobrecogedor, escrito con una prosa clara y segura, mezcla de lirismo y lenguaje coloquial, que golpea al lector con vehemencia. Una gran novela en la que la mirada del narrador se muestra concentrada en la precisión de lo que cuenta, pero lo innegable es que el relato reboza de pulsión narrativa, de lo mejor que he leído últimamente; un hallazgo, una vez más, vilamatiano.

sábado, 11 de enero de 2014

Todos somos artesanos


Al gurú del arte contemporáneo, Marcel Duchamp, personaje que nunca consideró el arte como solución de nada, que dejó de pintar y se dedicó a experimentar el arte bajo otra mirada, le gustaba afirmar que todos somos artesanos de nuestra vida cotidiana y, en última instancia, como espectadores, decidimos qué es la obra maestra. Duchamp decía que los museos lo hace el mirante, porque él es quien proporciona los elementos del museo. Cuando hizo acopio de su trayectoria artística, hasta alcanzar una vida sosegada de envidiable felicidad, se enclaustró en una inacción casi completa. Murió de forma repentina en su estudio de Neuilly, el 1 de octubre de 1968, a la edad de ochenta y un años.

Cuando leí Dietario voluble hace algún tiempo, quedé con la curiosidad de saber e indagar más sobre la vida y obra de Marcel Duchamp. En ese libro, Vila-Matas esbozó una frase que nunca olvidaría del artista francés y que cito literalmente: “Cuando veía a Marcel Duchamp jugando al ajedrez en el Café Melitón de Cadaqués, no sabía que aquel hombre se había retirado de la pintura y había convertido su vida en una obra de arte”. Siempre tuve una idea vaga sobre Duchamp y hasta que no he leído el libro de conversaciones de Pierre Cabanne, prestigioso crítico de Arte, no me enteré de lo ajeno que había estado a un hombre sabiamente liberado de todas las ataduras estúpidas del arte.

A principios del pasado año, la editorial This Side Up lanzó Conversaciones con Marcel Duchamp, justamente cuando se celebraba la Feria de Arte Contemporáneo en Madrid, un texto que aglutina las diferentes entrevistas que Cabanne realizó en 1966 al artista más fascinante del arte contemporáneo en su propio taller de Neuilly. Lo asombroso de estos diálogos es la primicia periodística que supuso para los lectores poder escuchar a un hombre alejado del público que aceptaba hablar de sí mismo y, sobre todo, explicar su pensamiento artístico y obras de una forma sencilla y profunda. Las conversaciones entre el crítico y el personaje derivan hacia el universo artístico por medio de un diálogo fluido y donde aparecen figuras de la talla de André Bretón que decía de Marcel: “uno de los hombres más inteligentes (y para muchos el más molesto) de este siglo”. El libro está cargado de respuestas valiosas sobre la mirada del artista y su pensamiento, sobresaliendo el descarte de un hombre apasionado del juego, que jugó con muchas cartas, hasta quedarse con la más valiosa: el comodín de su inteligencia creadora.

Duchamp era un artista sin apenas formación que todo lo aprendió motu proprio, con la maestría de su atenta mirada sobre las creaciones que otros exponían. Para Vila-Matas, lo más fascinante de este hombre singular e irrepetible, era que a sus setenta y nueve años decía haber tenido una vida obsolutamente maravillosa y parecía proponer un estilo ágil de conducta y de relaciones con el arte y con el mundo, a modo de lección magistral involuntaria.



Conversaciones con Marcel Duchamp es un libro vivo y ameno, en el que Cabanne logra hábilmente naturalizar la relación entrevistador y entrevistado para gozo de los lectores, gracias a preguntas sutiles y entusiastas sobre la órbita de este autor iconoclasta y provocador, que supo despertar con sus obras una suerte de ósmosis creativa en el espectador. Estas conversaciones son toda una lección ética sobre uno de los más sorprendentes artistas del siglo XX y, para curiosidad de los que se acerquen a este texto tan extraordinario, un intelectual que rompió moldes para alumbrar otras orillas en el orden creativo y vital.

En resumen: Pierre Cabanne ha escrito con brillantez las recapitulaciones de un artista, su pensamiento y sentir. Conversaciones con Marcel Duchamp es un retrato dialogado que logra acercar el personaje al lector hasta simpatizar con su sabiduría. Tengo la sensación inevitable de haber sido hechizado, y eso ha sido para mí una suerte extraordinaria.

martes, 7 de enero de 2014

Un palíndromo policial


Leí hace dos años Campo de amapolas blancas, una novela breve y extraordinaria de Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalar, 1950), una historia conmovedora escrita en primera persona donde lo más importante es el tono tan original en que está contada. A partir de ese primer encuentro con el escritor extremeño me sumergí en Conversación, un libro de relatos repleto de confidencias y secretos.

Acabo de culminar La sed de sal, lo último de la producción narrativa de Bayal, publicado en Tusquets, el mismo sello editorial de sus anteriores obras. En esta ocasión, Hidalgo Bayal propone con este sorprendente título una novela de intriga en la que un hombre llamado Travel inicia un viaje hacia la región de Murania tan solo con una mochila sobre sus espaldas. Y en ese periplo por los alrededores de Murania es cuando surge el pasado que nunca se va y es cuando el protagonista inicia un relato que a todas luces se traduce paradógicamente en una pesadilla kafkiana, en el que Travel se ve inculpado en un crimen que no cometió. Bayal recrea con solvencia la situación desesperada de la detención de su personaje, un hombre atribulado por el pesimismo y la desdicha.

Aparece como un leit-motiv cinematográfico el sentido lingüístico característico de Gonzalo Hidalgo que gusta de la frase hecha para evocar las situaciones de soledad y desasosiego de su protagonista, incluso con tintes humorísticos: “rimes y diretes”, “nosotros, vosotros, losotros”, “etcé, eceté”, o cuando se refiere a la expresión duplicada de la conciencia con esta contundencia: “somos seres viceversos”, lo mismo que lo son otros personajes dispares que aparecen a lo largo del relato, como Zotalito o Noel León (otro palíndromo caprichoso) para dar juego a ese fingido guion de cine que supone esta novela aguda y brillante. La sed de sal tiene una envoltura de novela negra y un trasfondo existencial que transcurre en el calabozo de un pueblo y que se mantiene con fuerza entre las manos del lector gracias a su prosa elevada y a la incertidumbre de la trama. Y es esa incertidumbre reflexiva del protagonista la que urde un entramado sobre la condición humana y sus consecuencias.



Bayal refleja una prosa intensa y poética, como si tamizara las palabras buscando la concordancia del sonido, hasta que la frase suene bien. En ese culteranismo clásico es donde se encuentra la fortaleza de la escritura del cacereño y, quizás también, su punto débil. Gonzalo Hidalgo Bayal es un narrador que desarrolla su quehacer literario con una personalidad bien diferenciada, especialmente en lo relativo al cuidado de la prosa y la reflexión, pero con una tendencia especial a la paradoja.

La sed de sal es un thriller que más bien trata sobre la exculpación de un inocente. Bayal es un escritor que busca la excelencia en la escritura e invita a la lectura reflexiva, como lo hace con garra y convicción el narrador al concluir su desventura: Sólo la sed mueve al mundo. Tenemos sed y no sabemos de qué. Por eso somos infelices.

sábado, 4 de enero de 2014

Baroja se moja


Empezar el año leyendo o releyendo a Baroja (San Sebastián, 1872 – Madrid, 1956) es rescatar a este apasionado individualista, ácrata y cascarrabias; es recuperar el ayer de un agnóstico que habla en presente y que retrata tan bien a los protagonistas de su tiempo como se puede ver en el bosque animado de Semblanzas, un texto editado en el entrañable sello barojiano Caro Raggio y prologado por Francisco Fuster, donde se recopila un buen número representativo de aquellas biografías literarias, en formato breve, trazadas a lo largo de la vida del novelista vasco. Estas semblanzas han sido extraídas de algunas obras de Baroja, en especial de los ocho tomos de sus memorias y de uno de los libros más celebrados por los críticos: Juventud, egolatría.

Entre los primeros personajes de esta antología destacan Azorín y Ortega, dos grandes excepciones del elenco de prosistas y novelistas que el escritor donostiarra detestaba en su época, como podemos constatar en los retratos demoledores que traza sobre Unamuno y Blasco Ibáñez. Había tenido amistad con Valle-Inclán, aunque discutían mucho sobre literatura. Una de sus frases favoritas del autor de El árbol de la ciencia para opinar de algunos de los personajes que desfilan por estas Semblanzas era: “Es una lata”, según nos cuenta Julio Caro Baroja en su memorable libro, Los Barojas.

En el orden estético, Baroja, de joven, había pagado tributo al Arte. La pintura le había entusiasmado y, desde 1899, fecha de su primera estancia en París, le eran familiares los impresionistas. Pero cuando habla de otros artistas da rienda suelta a sus afinidades y antipatías, algo natural en el vasco, que nunca tuvo odio a nadie. En su madurez Pío Baroja no tenía más que un amigo artista, Juan Echevarría, pintor bilbaíno, para quien posó una y otra vez. Pero Echevarría murió pronto y así terminó otra posibilidad de trato social. Baroja se relacionaba casi con más gente en Vera que en Madrid. A veces Ortega llegaba para llevárselo con él unos días y así sacarlo del hogar donde permanecía adosado días y noches.

De Solana rechazaba su cuquería e ingratitud y criticaba el retrato que éste hizo de Unamuno por su falta de autenticidad. Decía que su pintura parecía un poco pastiche. Baroja no estaba contento con casi nada: ni con la política, ni con la literatura, ni con el arte, ni tampoco con las costumbres de la gente. Pensaba en el pasado y en el porvenir. Su carrera de médico, también, había sido un fracaso, sin embargo de los veintiocho a los cuarenta y dos años (de 1900 a 1914) fue el período más fructífero de toda su carrera literaria.


Lo más extraño en Baroja es que también como articulista engancha del mismo modo que lo hace con su narrativa. Estos aguafuertes literarios son prueba de ello. En Semblanzas aparece el trazo duro, firme y sobrio suyo, enemigo de la retórica y de todo artificio que, para bien de los que nos sentimos barojianos, sigue latiendo, como se comprueba sobradamente en esta interesantísima recopilación de retratos de artistas y literatos de aquella España tan convulsa que le tocó vivir.