sábado, 31 de agosto de 2013

Ardor y amor


Así es como la pierdes (Random House, 2013) es un conjunto de relatos que tiene como protagonista a Yunior, un álter ego juvenil de Junot Díaz (Santo Domingo, 1968) que se lee como una novela, ya que sus protagonistas son recurrentes, tanto en su presencia como en su ausencia a lo largo de las nueve historias que componen el texto. No obstante, todas y cada una de estas historias tienen entidad propia y se sostienen por sí mismas. Ya en su primera novela, Los boys, el dominicano utilizó la misma estructura narrativa. Con este precedente, entre dos mundos y dos culturas que tratan de sobrevivir, Díaz fusiona la narración apasionada de la voz caribeña del castellano con el inglés. El resultado es un vivísimo spanglish muy sugerente y reconocible al que solo se precisa escucharlo. Son narraciones episódicas que forman parte de un relato mayor que aglutina a todos. Se va formando un entramado del que van surgiendo las diferentes facetas de cada uno de los personajes que desfila con su pasado, su crudo presente e incierto futuro, y donde los acontecimientos derivan en acciones ardorosas y turbulentas.

Si Junot Díaz se adentraba en su primer libro en el territorio perdido de la infancia, en Así es como la pierdes bordea la adolescencia y juventud atrapada en el amor y el sexo. El narrador-narrado, Yunior, un dominicano trasladado a los suburbios de New Jersey va contando, o contándose, las historias de amor propio y de su entorno familiar íntimo, sin saber cómo salir de su aprieto o fracaso. Yunior, como su creador, es un narrador nato, su primera autenticidad la establece por medio de las palabras adecuadas y precisas para describir sus experiencias. Así es como la pierdes, viene dado de la frase final del relato Alma y habla de hombres que dicen de sí mismo, que se insertan en territorio femenino, en el de los sentimientos y la intimidad, sin destreza ni tino. El libro es un catálogo de morenas voluptuosas e insinuantes a las que se puede amar y desear, pero, como siempre, la historia acaba mal resuelta por las infidelidades de hombres primarios y promiscuos. Junot escribe en un lenguaje tan electrizante y distinto que parece que ofende y, sin embargo, es irresistible y fascinante, plagado de construcciones jugosas entre dos idiomas: tígueres, fokin, enigüey, pana, jevita... El ritmo del español dominicano, su música, a modo de blues y su ritmo se despliega aquí con todo su vigor. Al final de la historia, Yunior, al igual que su creador, es un escritor y profesor de la universidad que vive en el Gran Boston.

Lo más característico de la literatura de Díaz es la construcción del registro de la voz. Cómo pasa de la primera persona para transformarse en segunda parece oficio exclusivo de alquimistas. Otro aspecto singular de la escritura del dominicano es la maestría para recrear la narración oral de los personajes, reinventando esas intromisiones del castellano en el inglés por medio de un lenguaje coloquial y directo que ya hemos comentado.


Así es como la pierdes es un banquete para lectores exigentes, un puñado de relatos sabrosos y coloridos, una obra entretenida y jugosa. Junot explora la masculinidad caribeña y logra rescatar la fuerza expresiva proveniente del lenguaje de su gente con talento, humor e ingenio, extraordinariamente traducido por la estadounidense de origen cubano Achy Obejas.




martes, 27 de agosto de 2013

Una farsa hilarante


Se van a cumplir dentro de tres meses treinta años del fatídico y trágico accidente aéreo de Barajas (27 de noviembre de 1983) que truncó, de forma inesperada, la vida de quien fuera una de las voces más genuinas de la narrativa mexicana, Jorge Ibargüengoitia ( Guanajuato, 1928 – Madrid, 1983). El interés por la obra de este excepcional novelista se mantiene inalterado, tanto entre sus lectores (así lo justifican las sucesivas reediciones de sus títulos más destacados, como por ejemplo, Los relámpagos de agosto, una de sus obras capitales, publicada por RBA en junio de este año), como en el ámbito de la crítica literaria.

Los relámpagos de agosto es una extraordinaria caracterización de algunos episodios de la Revolución Mexicana, escrita con trazos simples y directos, pero geniales, donde la caricatura se eleva hasta convertirse en auténtico humor. Una obra biográfica que narra la autobiografía apócrifa del falso general José Guadalupe Arroyo, narrador y personaje que participó en la malograda revolución de 1929, repleta de caudillos revolucionarios y oportunistas, donde los viejos militares con galones desplegaron sus ambiciones y cinismo; una carnavalización de la realidad de una época, del poder efímero por medio del abuso, el engaño y la inquina. El protagonista, el ficticio general Arroyo, revisa la historia de su vida por medio de flashbacks. Utiliza para el caso una narración en primera persona y decide escribir unas memorias para clarificar y desmentir algunas impresiones creadas sobre su persona a partir de los testimonios de muchos de sus contemporáneos, a quienes tacha de calumniadores y desagradecidos, e intenta obtener la complicidad del lector con su punto de vista. La parodia y el simulacro se esparcen por estas memorias que relatan las aventuras de su participación en la Revolución Mexicana. Además, José Guadalupe Arroyo no se detiene en asuntos de estilo ni en otras florituras creativas. A él solo le preocupa contar y explicar cómo un grupo de viles colegas de uniformes arrebató el poder a otro, igual de villano, en donde él formaba parte. Los relámpagos de agosto conduce al lector hasta uno de los momentos más turbulentos de la historia contemporánea de México. La revolución de 1929 es el eje fundamental del relato que nos presenta los diversos levantamientos militares que caracterizaron aquella época. La historia evoluciona de manera lineal, sin fracturas y, las que existen, están justificadas por la explicación de algún episodio del pasado o para crear la tensión necesaria ante algún suceso. Finalmente, la narración concluye con un epílogo sobre los hechos posteriores a la guerra.

Los relámpagos de agosto fue la primera novela de Ibargüengoitia y sorprende por su enfoque humorístico y paródico, repleto de situaciones ridículas, cuando no absurdas. Bajo el velo traslúcido de la risa, el escritor mexicano revela la triste farsa en que ha desembocado la Revolución. Historia, farsa y sátira se dan cita en este texto de forma original. Una parodia en toda regla de las biografías escritas por los generales mexicanos que plasmaron sus memorias para demostrar que tenían la razón. Jorge Ibargüengoitia caracteriza a los generales, encarnados en el protagonista de la novela, como militares incompetentes, cegados por la ambición del poder. Desmitifica con ironía el significado de la conspiración revolucionaria en México, tanto en su alzamiento, como en su fracaso posterior. La risa provocada en el texto es una reflexión triste sobre los pretenciosos padres de la revolución. Ibargüengoitia revisita la historia de su país y elige el humor para contarnos las aventuras y desventuras del general Arroyo que engloba el desastroso y nefasto movimiento de toda la nación.


Algunos destacados escritores, paisanos del autor de Dos crímenes, comentan y opinan sobre esta obra: [...]”Con el paso del tiempo Los relámpagos de agosto ha crecido en esplendor. Los personajes aparecen como un puñado de papanatas, pícaros, perdedores, pésimos en el manejo de las armas... y aún peores en el de la intriga. Así pues, la obra de Ibargüengoitia es la parodia de unos años especialmente atroces, complejos, el fin de la revolución, su gente y su entorno” (Sergio Pitol).
[…] “Jorge Ibargüengoitia fue el cronista rebelde de una nación avergonzada de su intimidad e incapaz de ver en su Historia otra cosa que próceres de bronce” (Juan Villoro).

Los relámpagos de agosto es una novela breve, en veinte capítulos, de apenas 115 páginas, tan sencilla como maravillosa, que nos sitúa ante un contexto donde la sátira social, la ironía, las luchas por el poder, la violencia y la corrupción se conjugan disfrazados de una laxo patriotismo. Una historia que atrapa por su genialidad e intriga, escrita por uno de los grandes dominadores de la sátira como género literario. Una farsa hilarante sin reticencias, divertida y jocosa, magistral, de lectura fluida, que se lee de una sentada.

sábado, 24 de agosto de 2013

Los libros: un regalo incomparable



Con la publicación de Los libros y la libertad (Ediciones RBA, 2013), Emilio Lledó (Sevilla, 1927) reúne una selección de los artículos, conferencias o discursos más sobresalientes sobre los libros. El académico andaluz trata de aseverar con argumentaciones lo que durante siglos hicieron los libros, auténticos protagonistas y vencedores del carácter efímero de la vida. Los libros conservan la memoria, una consecuencia que repercute en la libertad, gracias a la mirada dispuesta de cada lector en los instantes de su propio tiempo. Afirma Lledó en el prólogo que “los seres humanos somos memoria y lenguaje”, para apostillar más adelante que “el libro es, sobre todo, un recipiente donde reposa el tiempo”.

Sobre esta proyección referida a la importancia de los libros, Lledó nos ilustra con el comentario sobre una viñeta de El Roto, publicado en El País donde aparecen dos pequeños montones de libros que dialogan. No lo cuento, lo reproduzco:

-Antes nos quemaban, ahora nos digitalizan
-No es lo mismo.
-Ya veremos.

Los escritos escogidos en Los libros y la libertad señalan que los libros y la literatura son una de las manifestaciones esenciales de la capacidad creadora del hombre, de su recreación e imaginación. Este tema es uno de los ejes centrales en el que se fija parte de la obra global de Lledó, cuyo denominador común se vuelca en el amor a los libros, el lenguaje, la memoria, la libertad, la amistad o la educación, piedra angular de su pensamiento. Para Lledó, escribir sobre ese soporte donde quedarán inscrito nuestros recuerdos es portar un arado que crea surcos y cauces de nuestra memoria sucesiva como encarnación de la palabra y de la memoria del lenguaje. En uno de tantos artículos publicados en El País por el profesor sevillano volvemos a encontrar su convicción al respecto: “La lectura, los libros, son el más asombroso principio de libertad y fraternidad. Un horizonte de alegría, de luz reflejada y escudriñadora, nos deja presentir la salvación, la ilustración... Los libros nos dan más y nos dan otra cosa […/...]”.

Ni más ni menos, Los libros y la libertad es un texto escrito con la claridad y con la elocuencia que sólo está al alcance de un magnífico profesor. Un libro para aprender y disfrutar, rebosante de argumentos sobre el origen de la escritura, la lectura y la necesidad de amistad, porque para D. Emilio Lledó, el profesor, como a él le gusta que le llamen: “el lenguaje y el sentimiento de amistad son los fundamentos esenciales de la socialización de la humanidad”.

La lectura de este libro es luz, pura luz, lleno de esperanza e impulso hacia la palabra, la memoria, el conocimiento y la cultura. Los libros son un ámbito privilegiado de libertad. Quienes nos rodeamos de ellos sabemos que son un regalo incomparable.

martes, 13 de agosto de 2013

Un bestseller con pretensiones


Dice Benjamín Prado que para el verano lo mejor es llevar el pelo corto y las novelas largas. Así que con este consejo me predispuse a pasar por la peluquería y adentrarme en una propuesta literaria un tanto arriesgada: la lectura de La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker (Suiza, 1985), editado por Alfaguara. La novela del joven suizo tiene todos los ingredientes necesarios para ser un bestseller: tiene misterio, tiene un crimen por resolver, tiene un personaje ambiguo, Harry Quebert, un profesor famoso norteamericano al que acusan de haber asesinado hace muchos años a una adolescente con la que mantuvo una relación ilícita, por la edad de la chica. Y a partir de ahí, su discípulo, Marcus Goldman, será el investigador y escritor del caso.

La verdad sobre el caso Harry Quebert es un libro contado por dos escritores, donde el maestro y el alumno hablan con frecuencia del oficio de escribir, de las cualidades necesarias para ejercerlo, de la soledad y el aislamiento que precisa la creación literaria. Este recurso lo expande Jöel Dicker para que el lector revalorice el trabajo literario. Dicker ha escrito una novela con pretensiones literarias, pero estas aspiraciones se constriñen en la propia filosofía interna del libro, donde por boca de su protagonista, el profesor Quebert, sentencia que: se escribe para hacer pasar un buen rato a los lectores. No es el boom que pregonan sus editores, pero es merecedora de ser elogiada, eso sí, apartándonos de las comparaciones interesadas sobre Nabokov, Philip Roth o Larson. Quizás convengamos que, con respecto al último, convergen en el modus operandi, ya que es una trama enclavada en el género policiaco.

La novela se desarrolla en varios planos narrativos: en uno se cuenta la investigación del joven Marcus Goldman para averiguar quién mató a Nola, la joven de quince años, hija de un pastor, envuelta en historias dispersas por el pueblo; en otro se narra la amistad surgida entre la desdichada adolescente y Harry Quebert, hace diez años; y también, un plano que se adentra en la propia historia de amor surgida entre el escritor Quebert y la chica. Los 31 capítulos se presentan en orden descendente, una cuenta atrás que excita al lector y empuja hasta el desenlace final. Cada uno de ellos se inicia con epígrafes que sustancian los consejos que Quebert ha dictado a su pupilo, Marcus Goldman, para llegar a ser un escritor solvente. Igualmente, dentro de cada capítulo, se interconectan tres tiempos que van sustentando a la novela: 1975, el año de la desaparición de la joven Nola, 1998, el año del encuentro en la Universidad entre Quebert y Goldman, donde se explicita la afición de ambos al boxeo, y, por último, 2008, cuando aparece el cuerpo sin vida de Nola.

A pesar de que La verdad sobre el caso Harry Quebert reúne defectos: cursilerías, expresiones tópicas y mucho diálogo insulso, y, a pesar de que los consejos con que Harry obsequia a Goldman, llenos de ingenuidad, parecen más recetas de auto-ayuda y auto-superación para lectores poco exigentes, pues bien, a pesar de esos desaciertos constatados, la novela es digna de encomio, es adictiva y atrapa, de tal modo que resulta difícil de abandonar, sin ser un obstáculo serio sus más de 660 páginas. La trama está bien tejida y la resolución del misterio sorprende al lector que anda desconcertado ante tantos sospechosos descartados. Los diálogos de Marcus con su madre y las escenas protagonizadas del matrimonio Quinn están repletas de humor y gracia.


Quizás lo arriesgado del libro obedece a las aspiraciones de Joël Dicker, de acariciar unas pretensiones literarias que, francamente, se le quedan cortas. 

viernes, 9 de agosto de 2013

El cuento: el origen de todo

Del escritor Juan José Arreola había leído algún cuento esporádico, pero desconocía por completo su obra. Tras la lectura de Confabulario, reeditado por RBA (un sello editorial que está decidido a recuperar clásicos contemporáneos de la literatura americana, para mayor gozo de sus lectores), siento haberme adentrado en una de las obras más vanguardistas referida al cuento de la mitad del siglo pasado.

Juan José Arreola (Zapotlán el Grande, 1918- Guadalajara, 2001), es un clásico del cuento, de “ilimitada imaginación y lúcida inteligencia”, en palabras de su admirado Borges, que reúne en Confabulario, publicado en 1952, lo mejor de su escritura. Un libro esencial que contiene piezas memorables como: “Parábola del trueque”, “El prodigioso miligramo”, “La migala” o “Un pacto con el diablo”. Son veintiocho cuentos, escritos en un español sin apenas influencias de giros mexicanos, elaborados por medio de frases concisas y cuidadas, impregnadas de ironía y sarcasmo, sin ninguna conexión entre ellos, pero que reflejan la amplitud del mundo vivido por el escritor mexicano. Arreola se había formado en Francia y, a diferencia de otros autores de su época, creó un universo más cosmopolita, con menos apego a la tierra donde nació. Su escritura es culta, elegante y afilada, teñida de influencias surrealistas. Confabulario es la cima de su creación literaria. Aquí se descubre al escritor jalisqueño en su pleno apogeo. Su obra exige un lector para hacerle pensar, para obligarle a resolver las incógnitas narradas, pero, a su vez, logra gratificarle siempre, desde el arranque magnético de sus cuentos hasta empujarle a sucumbir en un final magistral.

Juan José Arreola no disimula su desdén hacia la gramática enredosa para reafirmarse en transmitir la pasión por la literatura que él había aprendido de pequeño por boca de su abuela, y apostar por la sabiduría del pueblo llano que habla de espaldas a las normas gramaticales y alejado de las pompas académicas. Se jactaba de haber ejercido más de veinte oficios, y el don del diálogo decía haberlo aprendido en sus papeles interpretativos en el cine y la televisión. Nada le resultaba difícil, hasta que todo dio un giro en su vida cuando pasó por los talleres de una imprenta. Allí fue acogido, gracias a un amigo, como filólogo y gramático, que no lo era. Durante tres años estuvo corrigiendo pruebas de imprenta y traducciones, hasta que le llegó su turno de figurar en el catálogo de autores. Esto es lo que cuenta en las primeras páginas de Confabulario, bajo el título “De memoria y olvido”: “Procedo en línea recta de dos antiquísimos linajes: soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De allí mi pasión artesanal por el lenguaje”. Y más adelante afirma orgulloso: "Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años leí a Baudelaire a Whitman y a los fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob...” Y concluye con esta confesión: “No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla”.


Arreola fue un polifacético que convirtió su vida en literatura, con una imaginación poderosa y corrosiva, heredero de la estética vanguardista y extraordinario dominador del microrrelato. Para él, el cuento es el origen de todo, porque el cuento libera pronto al autor de la red y eso le hace salir más rápidamente del trance maravilloso de la inspiración. Fue un entusiasta promotor de talleres literarios. No había más interés para él que apoyar nuevas promesas en el oficio que más amó: la escritura.

Confabulario es un libro gozoso e intemporal, que seguirá reeditándose indefinidamente, cargado de irónica simbología, que se disfruta plenamente y constata que, cuando un libro es bueno, su precio es una ganga y su lectura, una ganancia segura.



martes, 6 de agosto de 2013

El lenguaje del amor


La novela En Grand Central Station me senté y lloré, de Elizabeth Smart (Ottawa, 1913-1986) es una autobiografía, distante por completo de los cánones del género, en la que la escritora canadiense narra distintas fases de su relación con el poeta inglés George Barker. Una autobiografía novelada, impregnada de poesía, por cuyas páginas circula a raudales el aliento lírico que hace que esta obra sea única, porque Elizabeth Smart quiere empeñarse en contar su estado interior y su evolución, referido a un corazón partido e inconsolable. La relación adictiva con Barker acabó siendo una droga para Elizabeth, que se enamoró de forma demencial y patológica de un hombre casado con otra mujer, imposible de atrapar.

No es de extrañar que esta novela, publicada por primera vez en 1945, sea la obra más conocida de Elizabeth Smart, debido a que está inspirada en su propia vida, martirizada por el amor tormentoso con George Barker, de cuyo romance nacieron cuatro hijos, pero que ni siquiera fue suficiente para que abandonara a su esposa y se uniera a ella, su amante desesperada.


George Barker
Un libro tan maravilloso como sobrecogedor, excelentemente traducido por Laura Freixas, escrito desde la piel y el alma, muy difícil de encontrar en la literatura del relato íntimo de una mujer, tan despiadado como autodestructivo. En Grand Central Station me senté y lloré encontramos una escritura nítida y apasionada, una crónica de amor delirante, de las que dejan huellas en el lector, una pasión erótica reflejada en pasajes inolvidables como: “...en mi cama me invade la selva, me veo infestada por una horda de deseos: una paloma me picotea el corazón, un gato hurga en la cueva de mi sexo...”, (pág. 20). Y como este otro: “...Él es la luna dueña de las mareas, es el rocío y la lluvia, es todas las semillas y la miel del amor. Siento crujir mis huesos, aplastados como los bambúes...”, (pág. 43). Son diez fragmentos de la relación de Elizabeth con George Barker, y, en cada una de las partes del libro, la canadiense se funde en un lenguaje poético que da vida a lo narrado. En cada uno de los capítulos se despliega un instante de vivencia imborrable, con guiños alusivos a Shakespeare, Dante o Blake, para describir la inquietud del primer encuentro, la feminidad desbordada, la exasperación del abandono o el rechazo social.

El resultado es una obra maestra, bella e intensa. Un ejemplo perfecto de novela en convivencia con la grandeza poética, narrada en primera persona, con un insistente y eficaz presente de indicativo. Aunque el texto es fragmentario en su concepción, no impide mantener en su conjunto la cohesión interna necesaria para el desarrollo narrativo. A pesar del clamor por su desdicha, Elizabeth Smart, una mujer preciosa, describe su realidad con la distancia justa, lejos de cualquier asomo patético.

Elizabeth Smart

En Gran Central Station me senté y lloré es una novela corta, escrita con suma fluidez, que precisa una lectura pausada y atenta por la infinidad de metáforas poderosas y visuales que muestra. Un texto emocionante y desgarrador, profundamente poético, sobre una mujer malherida de amor y marcada por la sociedad de su tiempo.

sábado, 3 de agosto de 2013

Bibliopatía


Hace unos días, mi amigo Jesús Marchamalo hizo una incursión fotográfica en Facebook sobre uno de sus libros escritos hace unos años. Al parecer, la editorial le había remitido algunos ejemplares de Las bibliotecas perdidas y ese hecho fue suficiente para evocarlo con nostalgia y satisfacción. Me uní al coro de sus seguidores y le di un like a la noticia.

Acabo de releer con gratificación renovada Las bibliotecas perdidas (Editorial Renacimiento), un libro-placebo para letraheridos. Todo un compendio de artículos seleccionados, que Jesús Marchamalo (Madrid, 1960), reunió de lo anteriormente publicado, entre el período transcurrido de 2001 a 2008, en el suplemento cultural de ABC. Un texto divertido y ameno a más no poder, y repleto de sorpresas y curiosidades. Toda una trastienda de libros en donde Marchamalo, un obsesivo lector, rastrea, para diversión del lector, en el lado menos conocido de algunos escritores universales: sus manías, rencillas y adicciones.

El libro desvela anécdotas y peculiaridades de autores como un breviario de momentos estelares y secretos, donde descubrimos instantes estrafalarios y obsesivos de los mismos. Las bibliotecas perdidas es un homenaje total a la Literatura, que se lee con soltura, que está muy bien enlazado, a modo de ¿sabías que...? Un juego apasionante de búsquedas e interrogantes sobre las vidas de estos seres únicos e irrepetibles, que son los grandes escritores, para nuestro deleite. En este texto encontraremos excentricidades, manías, peleas, secretos y demás peripecias de los autores mostrados. También nos habla de sus parejas: Simone de Beauvoir y Sartre, Zenobia y Juan Ramón Jiménez, Zelda y Scott Fitzgerald, o sobre la relación de la escritura con el tabaco, las relaciones tensas entre editores y escritores, sin olvidarse de las peleas y riñas callejeras entre ellos que degeneraron en odios eternos.

Si hay algo que destaca por encima de todo en Marchamalo es que habla de lo que más le apasiona, de los libros, y lo hace de manera adictiva, porque lo siente vívidamente. Ninguno de los capítulos de Las bibliotecas perdidas tiene desperdicio, todos brindan destellos personales de los mejores autores literarios. En todos encontraremos material biográfico tan sugestivo como singular de sus vidas. Jesús Marchamalo ha seleccionado muy bien sus reportajes y citas con acertados títulos. Así, por ejemplo, se despacha: Cartas marcadas, el secreter de la correspondencia entre escritores, Muertos y lustres, páginas de obituarios de celebridades literarias que testimonian al no menos célebre desaparecido. En El humo de las musas, se explaya en la constancia del tabaco en los escritores, como Onetti, Camus, Cabrera Infante, Chesterton o Marsé.



Las bibliotecas perdidas es un divertimento literario muy bien contado en 25 capítulos sabrosos de lectura agradable, salpicado de anécdotas jugosas que acaban en la recámara de nuestra memoria como fuente de esas historias privadas que tanto nos gustan a los lectores curiosos y que son la trastienda literaria de las celebridades.