domingo, 28 de abril de 2013

Relatos hipnotizadores


El primer libro que leí de Roald Dahl (Llandaff, 1916- Buckinghamshire, 1990) fue hace más de veinticinco años. Quiero recordar que mi acercamiento al escritor galés fue por puro azar, debido a la atractiva portada de Julio Vivas, que la editorial Anagrama publicó bajo el título El gran cambiazo. Los cuatro relatos recogidos en el libro, Switch Bitch, en su edición original, que fueron galardonados con el Gran Premio del Humor Negro, me parecieron extraordinarios. Dahl presenta una receta de humor llena de ternura y crueldad, muy bien elaborada y sazonada con talento e imaginación abundante. El relato que da título a esta obra describe la ingeniosa estratagema concebida por dos maridos libertinos respecto a sus confiadas y exuberantes esposas. Roald Dahl es un maestro en poner en evidencia las fisuras de la normalidad y cómo en una situación aparentemente trivial se agazapa el horror. En estos relatos, Dahl propone unas parábolas ácidas sobre la fragilidad del amor y la incertidumbre de la existencia.

A partir de esta lectura empecé a interesarme por toda su obra y continué con Mi tío Oswald, el mejor fornicador de todos los tiempos, según su sobrino, que es el encargado de transcribir sus diarios. Una novela repleta de aventuras picarescas, a veces escabrosas, otras delirantes, pero bajo un ritmo trepidante.

Roald Dahl se consagró por su extraordinario ingenio, su destreza narrativa, su dominio del humor negro y su capacidad innata para la sorpresa, quizás la característica más sugerente para el lector entusiasta de sus textos y, también, para Alfred Hitchcock, que adaptó para TV muchos de sus relatos. Gozó de una fama sin precedentes como autor de libros para niños, como Matilda o Charly y la fábrica de chocolate. Dhal pasó su infancia en Inglaterra y, a los dieciocho años, se fue a trabajar a la compañía de petróleo Shell en África. Cuando estalló la II Guerra Mundial se alistó en la RAF como piloto de combate. A los veintiséis años se trasladó a Washington D.C. y allí empezó su carrera literaria. Su primer relato, que recogía su aventura en la guerra, se lo publicó el periódico The Saturday Evening Post, y fue el inicio de su exitosa carrera. Una vida fascinante y aventurera dentro de una mente que hervía imaginación y maestría para contar historias extraordinarias.

Después de establecerse como escritor para adultos, Roald Dahl empezó en 1960 a escribir historias para niños mientras vivía en Inglaterra con su familia. Sus primeros relatos estaban dirigidos a sus propios hijos, como entretenimiento, y a quienes dedicó muchos de ellos.

La editorial Alfaguara ha publicado recientemente Cuentos Completos, una obra que contiene cincuenta y cinco relatos hipnotizadores que embaucan al lector para que sea cómplice del narrador hasta el desenlace brutal e inesperado de la trama de cada historia. Dahl posee un estilo subversivo que irrumpe en nuestra mente de la manera más directa posible: son narraciones secas, ingeniosas y carentes de sentimentalismo. Si Stephen King pudiera escribir con precisión criminal nos habría sorprendido con La patrona (The Landlady), la historia de una casa del extrarradio con una misteriosa propietaria que acoge a una escasa y permanente clientela. Si Clive Barker tuviera sentido del humor, podría haber escrito Cerdo (Pig), una mirada cómica y brutal sobre la cocina vegetariana. Y con un poco de sangre fría, Borges habría imaginado al fanático jugador de Un hombre del Sur (Man from the South) que apuesta asiendo en sus manos un martillo y un cuchillo de carnicero. Sin embargo, estos relatos y todos los que configuran esta antología fueron concebidos por la mente y la astucia de Roald Dhal, un genio del horror, lo grotesco y lo inesperado. En el último relato de esta colosal edición de sus Cuentos Completos, titulado Racha de suerte (cómo me hice escritor), el británico narra cómo se convirtió en escritor profesional. Para él, lo más importante y difícil de escribir historias inventadas, consistía en encontrar el argumento. Y afirmaba : los argumentos buenos y originales son difíciles de encontrar, porque un buen argumento es como un sueño, si no lo escribes al despertar, lo más probable es que lo olvides y con frecuencia basta con una sola palabra.

Un aspecto que gusta mucho del escritor galés es que tiene por norma no mostrarse como intruso en lo que cuenta y para ello se aparta de las consideraciones morales de sus personajes. Dhal no es cruel, aunque experimentó alguna crueldad en su vida, por eso no tiene problemas en mostrar quién es el malvado en un cuento y se aparta por comprenderlo, y no trata de justificarlo. Tiene claro que para que haya un vencedor se requiere un perdedor y que para que exista el bien ha de existir el mal. Y así, para provocar inquietud en el lector, Dahl enfrenta a los personajes a situaciones morbosas e incluso macabras. Una de las características más significativas de su escritura es la capacidad de manejar al lector en el desarrollo de sus cuentos. Podemos inmiscuirnos en la venganza, el desprecio, el rencor y el odio hasta el punto de que compartamos la inevitable ferocidad del castigo para aliviarnos. Su estilo directo, elocuente, seco, expresivo y vivo, con un humor ácido y negro, siempre ha cautivado a sus lectores. Roald Dahl es un escritor de relatos directo y cercano. Esta edición completa de sus cuentos es todo un acontecimiento literario que hay que celebrar como se merece.



miércoles, 24 de abril de 2013

Sobre números y otras cosicas


José María Letona, colaborador del programa No es un día cualquiera, que conduce Pepa Fernández, es un excelente divulgador de las matemáticas y recomendó en una de estas emisiones radiofónicas un libro sobre cifras y cálculos que, en realidad, es un cuento oriental para descubrir las matemáticas, titulado El hombre que calculaba. Me picó la curiosidad y tomé nota en mi pequeña libreta Moleskine de la propuesta del profesor Letona. Curiosamente y, en otra emisión del mismo programa, escuchaba con atención, la semana pasada, una entrevista a José Luis Cuerda donde se hablaba de su libro recientemente publicado. La conversación entre la directora del programa y el propio cineasta albaceteño fue tan divertida y amena sobre Si amaestras una cabra, llevas mucho adelantado, título prometedor para pasar un buen rato, que tampoco me resistí a anotarlo en mi pequeño cuaderno como próxima lectura.


Malba Tahan (Río de Janeiro, 1895 – Recife, 1974) es el pseudónimo del profesor y escritor brasileño Julio César de Mello e Souza. Un hombre apasionado de las matemáticas que escribió su obra más famosa: El hombre que calculaba. Lo interesante del libro es el formato utilizado por el brasileño: una historia oriental, que recuerda a las Mil y una noches, para contarnos leyendas envueltas en problemas aritméticos. Un libro que demuestra que los problemas más complicados pueden ser presentados de una forma viva y hasta simpática. Contar y calcular es uno de los pocos asuntos en torno al cual los hombres no divergimos, pues lo consideramos la cosa más sencilla y natural. Todos los pueblos, a través de la historia, han incorporado en su lenguaje oral el sistema decimal. De manera que las cifras tienen en la evolución de la humanidad un protagonismo primordial. En Grecia, el gran filósofo y matemático Pitágoras fue consultado por uno de sus discípulos acerca de las fuerzas dominantes de los destinos de los hombres, el sabio respondió : “Los números gobiernan el mundo”. Y esto es muy cierto. Todo es cuantificable y medible. Todo está regido por cifras y guarismos.


En este libro de Malba Tahan encontramos soluciones narradas con sencillez y belleza que homenajean el discurrir del cálculo y el análisis matemático. Historias orientales curiosas, donde la magia de los números encienden el razonamiento. Un texto interesante y ameno que demuestra que las matemáticas son divertidas y, que su ejercicio en lo cotidiano, despierta el sentido común y la lógica para analizar y resolver problemas.



José Luís Cuerda (Albacete, 1947 ), director de la inolvidable película La lengua de las mariposas nos sorprende con un librito de aforismos y ocurrencias, que el propio cineasta llama “cosicas”. Son breves anotaciones, muchas de ellas extraídas de los twitts publicados por el propio autor. En Si amaestras una cabra, llevas mucho adelantado, título que bien valdría para una obra de Groucho Marx, encontramos desparpajos e ideas irreverentes. Sin embargo, estas reflexiones llevan incrustadas una cierta efervescencia pesimista que hábilmente el autor disimula con comicidad. Y así, en algunas de sus perlas, podemos extraer que Cuerda es todo escepticismo, opuesto a la retórica vacía de los gobernantes y añade, por ejemplo: lo que salta a la vista te puede dejar ciego. A veces el guionista manchego orienta su ángulo de mira hacia derivas más estéticas, pero siempre de forma irónica, y dice cosas como esta: En vez de caer en la cuenta, ¿podemos caer en el poema de vez en cuando? Un libro, en una edición muy bonita y agradable de Martínez Roca, con dibujos del autor, que se lee como un divertimento, lleno de agudezas y donde también resalta la mirada de niño perverso que lleva el albaceteño para contemplar la naturaleza y hacer afirmaciones tan ingeniosas como: Los saltamontes no son guapos de cara; pero tienen un cuerpazo.

El hombre que calculaba y Si amaestras una cabra, llevas mucho adelantado son dos propuestas amenas, divertidas y, al mismo tiempo, reflexivas, para pasar un buen rato observando la vida a través de las cifras y las letras. Dicho de otra manera, dos libros sobre números y otras cosicas muy encomiables.

domingo, 21 de abril de 2013

Secretos y Misterios


Ni los errores de Nadal en la final de tenis de Montecarlo, ni los fallos en el chasis del monoplaza de Alonso en la carrera de hoy, en Bahréin, han logrado aguarme este domingo tan soleado y luminoso, que languidece a estas horas, y al que me consagré por la tarde en mi butaca, con la lectura de un estupendo libro, lleno de secretos y misterios.

Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1929), uno de los más veteranos cuentistas del panorama literario español, publicó en 1992 una antología de cuarenta relatos breves que destacan por sugerir enigmas y dudas. Misterios de las noches y los días, editados este año por la elegante Galaxia Gutenberg, es una aventura fantástica donde el escritor madrileño despliega toda su maestría. Zúñiga es un escritor casi secreto. A los lectores, como a mí, que no nos conformamos con las primeras líneas de los textos, este autor encaja a la perfección en nuestros gustos. Estos cuentos misteriosos dejan más preguntas que respuestas cuando se leen. Quizás uno de los temas más repetidos de estos relatos son los referidos al deseo: ten cuidado con lo que deseas porque a veces puede suceder que ocurra y te puedes ver inmerso en algo realmente indeseado. En esta disyuntiva se encontrarán muchos protagonistas de estas historias secretas.

Zúñiga, autor de la trilogía de cuentos ambientados en la Guerra Civil, cosechó en sus libros: Largo noviembre de Madrid, La tierra será un paraíso y Capital de la gloria, uno de los hitos más grandes e ineludibles en la historia del cuento español. Auténticas joyas por su maestría y hermosura.

En estos relatos cortos de Misterios de las noches y los días, Juan Eduardo Zúñiga tiene un aire fantástico e irreal en lo que escribe y lo logra a través de la fantasía que se mete en la realidad. Dice el autor en una entrevista que estos cuentos, de una manera muy esquemática, podría calificarlos como: la intromisión de un hecho inexplicable en la vida cotidiana. Son sugerencias frente al enigma de aquello a lo que no alcanza la lógica...

Da la impresión de que los personajes que aparecen en muchos de estos relatos son seres nocturnos y angustiados, propios de la literatura gótica. Pero lo relevante de esta obra radica en la atmósfera creada, a la vez seductora e inquietante, peligrosa y acogedora, un sello magistral de este veterano escritor del género breve.

jueves, 18 de abril de 2013

El escritor y la diva


Cuando Elena, la protagonista de Hablar solos, de Andrés Neuman, confiesa al final del libro lo perdida que anda entre el bosque de su biblioteca y el desierto de su casa después de la muerte de su marido y afirma: “Cómo le hubiera gustado a Mario este libro con cartas entre Chéjov y la actriz Olga Knipper, conyuges a distancia. Él siempre de viaje, ella siempre en el teatro. Los dos hablando de futuros reencuentros. Hasta que la correspondencia se interrumpe. Y hacia el final, de pronto, como una improvisación en medio de un escenario vacío, ella comienza a escribirle a su difunto esposo...”, entonces no me resistí hasta conseguir el ejemplar referido de la correspondencia entre el escritor ruso y la diva del Teatro del Arte de Moscú.

Correspondencia (1899-1904), editado por Páginas de Espuma, son cartas entrañables, íntimas, donde el inicio del amor encendido transmuta a un cariño que triunfa sobre el deseo. Ciertamente no son cartas literarias, sino una correspondencia donde la improvisación y la desnudez del alma de Antón Chéjov y Olga Knipper es notoria, con un lenguaje sencillo, sin freno, de andar por casa. El propio escritor utiliza términos como : ¡Saludos, mi alegría!, ¡querida, preciosa actriz!, ¡querido chorlito mío! Son almas que se necesitan y ante la imposibilidad exigen la escritura del otro. Ella le confiesa en una de sus cartas que “se me hace más fácil vivir cuando me escribes”.

La tuberculosis llevó a Chéjov a vivir en soledad, muy alejado de la persona que amaba y lo suplió con una correspondencia mantenida durante cinco años. En esta obra se recoge una selección de las cartas y telegramas que el narrador y dramaturgo intercambió con su esposa, la actriz Olga Knipper, que además puso en escena papeles de las últimas obras de Chéjov. Curiosamente la familia del autor de La dama del perrito no simpatizaba con Olga, así que esta circunstancia deparó que el amor y matrimonio de ambos se convirtiera casi en encuentros secretos.

En estas cartas, donde los dos artistas conversan en la intimidad, también hay espacio para hablar de lo que también les une, el teatro, no en vano se conocieron en 1898 durante los ensayos de La gaviota. Olga estaba a punto de cumplir los treinta años y Chéjov se acercaba a los cuarenta, reconocido autor de relatos y a punto de alcanzar su primer gran éxito teatral.

Tras la muerte de su marido, Olga escribió durante unos meses un diario, con forma, en algunas ocasiones, de carta escrita a Chéjov, como si la muerte de este no hubiera supuesto cambio alguno:”He esperado mucho tiempo el día en que pudiera escribirte. Hoy, cuando fui a Moscú y visité tu tumba...¡Si supieras cómo es!”.

Este libro es un pequeño tesoro para saber más del Chéjov dramaturgo y también de la lucha del amor de dos artistas, a pesar de la enfermedad y la distancia. Y como colofón a esta reseña no me puedo resistir a hablar de Raymond Carver, conocido como el Chéjov americano. En junio de 1996, según mis cuadernos de lecturas, leí una de las últimas obras publicadas del cuentista americano, Tres rosas amarillas, título que reúne siete relatos extraordinarios. El que cierra esta antología lleva el título que da nombre al volumen y reconstruye de manera magistral los últimos días de Chéjov, y en el que alcanza cotas de auténtica genialidad, con una fuerza narrativa hasta sus últimas consecuencias. En apenas veinte páginas Carver es capaz de resumirnos con intensidad los últimos momentos de la vida del escritor ruso que, antes de dar su último suspiro, solicita celebrarlo con una botella del mejor champán y tres copas de cristal tallado para los presentes: Olga, el doctor Schwöhrer y él mismo. Chéjov, viendo cumplido su deseo, hizo acopio de las fuerzas que le quedaban y dijo: “Hacía tanto tiempo que no bebía champán...


martes, 16 de abril de 2013

Last Night


La pasada semana apareció en Babelia un artículo muy sugerente de Antonio Muñoz Molina sobre la obra de un escritor americano que, hasta ese momento, nada sabía de su obra, ni tampoco de su existencia. Leí detenidamente el texto alusivo a James Salter (Nueva York, 1925) y fue un revulsivo para mí, hasta el punto de dejar las lecturas que llevaba entre manos y salir a buscar algún libro del neoyorquino para calmar mi apetito. Solamente logré encontrar La última noche, editado por Salamandra en 2006, un libro de diez relatos, donde se exploran los rituales de las decepciones en las parejas, sus abismos, rupturas y mentiras.

Salter, escritor de fuertes experiencias vitales (según los datos que recabé en internet), fue piloto de combate en 1957 en la guerra de Corea y también se llevó un tiempo apartado de su actividad literaria, en una actitud parecida a la que ya acostumbró a sus seguidores Salinger. Publicó su primer libro con treinta y dos años.

La última noche recoge diez cuentos donde Salter despliega una delicada capacidad para retratar los momentos del fracaso de las parejas, la fugacidad del tiempo y, por consiguiente, la pérdida. Todos los cuentos conforman un conjunto soberbio, donde destaca el que da título al libro, un relato muy original y con un final sorprendente. Todas las historias tienen la conexión de pertenecer a un cierto esterotipo de familia americana de clase media alta. A pesar de este cliché, magistralmente detallado también por otros escritores coetáneos, como Cheever y Updike, los relatos de Salter tienen el atractivo de la delicadeza y la sensibilidad de exponer con sutileza el mundo que se desmorona, de la vida que se apaga, de la traición que se descubre a través de los diálogos vivísimos de sus protagonistas, arquetipos del fresco costumbrista de la sociedad americana, llena de fiestas y de aburrimiento existencial.

En el artículo referido, Muñoz Molina se extiende sobre el cuento final de La última noche y afirma: “Corta el aliento desde el principio y en la última página depara una descarga eléctrica. En una trama simple que se desliza hacia lo vergonzoso y lo atroz, Salter trata de frente la muerte, el deseo y la traición. 'Last Night', es ese cuento que uno da a leer de inmediato a la persona querida, urgiéndole a dejar de lado cualquier tarea...”

Creo que este cuento, además de Cometa y Cuánta diversión son los más intensos y sutiles, todos ellos hilvanados en una prosa nítida, sin aparente artificio y aprovechando al máximo la economía de medios. Ciertamente, el mayor logro del libro es la unidad temática, su transparencia y la sencillez de contar lo misterioso de la realidad. Un gran hallazgo que celebro y agradezco a mi admirado escritor de Úbeda.



sábado, 13 de abril de 2013

Historia de sentimientos e intrigas


La semana pasada mi mujer me encargó unas compras en el Hiper y me entretuve en el stand de libros hojeando la novela Estaba en el aire, de Sergio Vila-Sanjuán. Tenía tiempo ya que el encargo consistía en reponer un par de desavíos domésticos, así que me demoré leyendo las primeras páginas del texto. Lo cierto es que me interesó tanto el libro que lo eché, con determinación, en el carrito de la compra.

Estaba en el aire es una historia de la Barcelona de los 60, anclada en el despegue económico de la era franquista, donde se cuenta la implicación de varios personajes alrededor de un programa radiofónico, Rinomicina le busca, Barcelona llama a España, que fue un éxito real en nuestro país. Un programa donde se daba cuenta de búsquedas y reencuentros de personas que desconocían el paradero de sus seres queridos. (Este programa fue un antecedente de Quién sabe dónde, de TVE, presentado por Paco Lobatón entre 1992 y 1998).

Dice Vila-Sanjuán, en una de las entrevistas que tuvo recién obtenido el Premio Nadal 2013 que: “Estaba en el aire da título a una doble alusión, porque, por una parte, la novela va de un programa de radio, y, por otro lado, lo que estaba en el aire es la idea de que la sociedad española de ese momento se estaba transformando, estaba haciendo la gran revolución de la prosperidad y de la clase media”.

La novela no solo explica la vida de sus personajes: Juan Ignacio, Elena y Tona, sino que también pone voz a todos aquellos que durante la guerra civil tuvieron que emprender viaje al extranjero para salvarse de la represión franquista dejando a sus seres queridos. El programa de innovación publicitaria Rinomicina le busca serviría para que esa gente, que tuvo que huir, se reencontrara.

La obra está llena de intrigas urdidas por las voces que están en el extrarradio de la emisora: empresarios, ejecutivos, clase alta barcelonesa y también las de los propios protagonistas de Rinomicina le busca. Es destacable la verosimilitud de la historia que narra Vila-Sanjuán, y lo logra gracias a su prosa sin fisuras y con un tono directo y sincero. Y esta naturalidad permite al lector presenciar con gran interés cómo evoluciona la vida de los personajes. La dramatización de los protagonistas de la novela está muy conseguida, como en una comedia ligera, de forma amena y entretenida, para pasar un buen rato con su lectura.

Estaba en el aire es una novela fresca y recomendable, donde el escritor catalán describe detalladamente los vértices de aquel tiempo con una prosa efectista. Quizás deja ganas de más páginas, de más historias, pero el autor lo zanja con el epílogo con el que el narrador omnisciente cierra la novela y las principales historias contadas, ciertamente, con poderosa eficacia.

jueves, 11 de abril de 2013

A mí no me poseyeron


La argentina Betina González (Buenos Aires, 1972) es la primera escritora en ganar el Premio Tusquets de novela con la obra Las Poseídas, un relato ambientado en la Argentina que dejó atrás su relación con la dictadura militar y enmarcado en el interior de un colegio religioso de monjas. La autora utiliza recursos de la literatura gótica, donde aparecen espíritus, muertes en el campanario y también en otras zonas privadas de sus habitantes, como el despertar sexual. Una novela de iniciación, cientos de veces narrada, sobre la adolescencia y la vida en un colegio interno. Aquí el personaje más denso y complejo es Felisa, llena de misterio y extraña vida interior, que acapara el centro de atención del resto de las alumnas, y, por otro lado, López, la narradora, quizás el personaje más matizado y creíble de todos los que desfilan por la historia.

O yo no he leído debidamente esta novela, con un trasfondo tan tópico y archiconocido sobre lo que se cuece en un internado, o quizás el libro no me haya seducido en su trama tejida, a mi juicio, de un modo liviano. No veo que las intenciones de la autora  hayan sido suficientes para alcanzar una narración que sorprenda, a pesar de que el prestigioso jurado del premio sí parece haberla estimado, refrendando la calidad de esta novela con el galardón del certamen.

Me viene a la memoria, salvando las distancias, la polémica surgida en el año 2005, relacionada con el premio Planeta que se otorgó a la escritora María de la Pau Janer con su novela Pasiones romanas, protagonizada por Juan Marsé, que presentó su dimisión como miembro del jurado por el bajo nivel de los finalistas del certamen, con unas declaraciones que llenaron de titulares la prensa nacional: “Desde el punto de vista comercial el Premio Planeta funciona, pero desde la óptica literaria es más que dudoso

Aquí, en esta concesión, Juan Marsé, miembro también del jurado, otorga a Las Poseídas una calidad literaria suficiente para la obtención del galardón. La escritora argentina tiene oficio, es capaz de transformarse en una quinceañera de forma convincente, y la narración es amena. Pero el problema de Las Poseídas está en que no es una historia con la fuerza y la intensidad que le exige un galardón de esta categoría. La relación de la narradora y Felisa, la chica atormentada y rebelde, deriva en lo tópico: el vandalismo juvenil y las incógnitas del sexo.

En resumen, una novela poco original sobre chicas rebeldes y problemáticas narrada de forma convencional. Me temo que la lectura de esta propuesta narrativa no habrá dejado entusiasmo y regusto en los que, como yo, quisieron encontrarlo en sus páginas. Francamente, Las Poseídas no me poseyeron.

martes, 9 de abril de 2013

Nunca salimos de nosotros mismos


En septiembre de 2001, la Fundación Caballero Bonald celebró su tercer congreso : Literatura y Memoria, un recuento de la literatura memorialística española en el último medio siglo pasado. El congreso fue memorable e irrepetible. Figuras desaparecidas, de la talla de Eduardo Haro Tecglen, Carlos Castilla del Pino, Javier Tusell, José Saramago y, ahora, José Luis Sampedro (Madrid, 8 de Abril de 2013) fueron el compendio de ilustres conferenciantes de aquel celebrado evento, y al que yo asistí como congresista.¡Qué suerte la mía!

La muerte del escritor Sampedro, a los 96 años, deja un vacío en la sociedad difícil de cubrir. Siempre que le vi y escuché lo identificaba con sus barbas blancas como a un sabio de la vieja Europa, opinando sobre el mundo y sus habitantes, y dando lecciones de dignidad. El viejo Sampedro era consciente de que el desarrollo económico precisaba también de un desarrollo moral.

En el terreno literario, José Luis Sampedro se dedicó a indagar sobre los seres humanos, los hombres y mujeres que necesitan crecer por dentro, “cumplirse” -como le gustaba a él decir- como seres humanos, comprenderse en el otro o en las diversas caras de su propia condición. Su vida ha sido ese lugar singular y compartido en el que se cruzan un tiempo y una historia. Un cruce que le enseñó muchas cosas. Le enseñó a vivir entre la lucidez y el vitalismo, entre el testimonio y la resistencia, hasta configurar una de sus frases más genuinas: “Siento, luego existo”.

Le gustaba reafirmarse como un vividor: “Yo soy un vividor porque trato de vivir”. Recuerdo que en el referido congreso, Sampedro era el invitado de la conferencia inaugural y citó al final de su elocuente exposición una frase de Condillac, filósofo francés del siglo XVIII, que resumía en buena medida su manera humanista de entenderse: “Sea que nos elevemos hasta el cielo, sea que descendamos a los infiernos, nunca salimos de nosotros mismos”.

En suma, su literatura, su historia, su vida han sido un esfuerzo de indagación moral sobre la condición humana, desde la necesidad del amor a la necesidad opositora del poder. El autor de Congreso en Estocolmo, El río que nos lleva, Octubre, octubre, La sonrisa etrusca, La vieja sirena, Real sitio, El amante lesbiano..., fue también un maestro de la sabiduría moral, que demostró que la lucidez solidaria, la rebeldía ante las injusticias, la preocupación por el mundo, no pertenecen a los lunáticos e ingenuos, sino al individuo consciente que asume su responsabilidad y se atreve a crecer por dentro. Gracias maestro por tu testamento vital, gracias.



Cine y Literatura





Tenía preparado hacer una nueva entrada en esta bitácora sobre la última novela leída, Premio Tusquets 2012, que he determinado posponer, movido por los últimos acontecimientos acaecidos en el cine español. Sara Montiel, icono sexual del espectáculo durante décadas, falleció ayer en su casa madrileña. En menos de una semana el cine español ha sufrido tres notables pérdidas: ayer dijo adiós la diva manchega, el sábado el director Bigas Luna y, anteriormente, otro colega de la realización y dirección, Jesús Franco.

Me he propuesto combinar un cóctel improvisado que contenga Literatura y Cine, pero con los aditivos alegóricos de los desaparecidos directores y la chispa de la diva del Campo de Criptana. Solo necesitaba que la mezcla tuviera un soporte de escritura enmarcado en una novela corta y sugerente. Para esta aventura he acudido a uno de mis escritores favoritos americanos: Philip Roth. La novela escogida para la experimentación, El Pecho.

La novela referida es además la última que he leído de Roth, un relato que parece beber con intensidad del mundo kafkiano de La Metamorfosis. Una pesadilla envuelta en el universo obsesivo sexual que el propio autor despliega en muchas de sus obras. Es una creación de resonancia alegórica, donde la transformación del peculiar profesor David Kepesh en un gigantesco pecho provoca situaciones tan kafkianas como surrealistas. Se sustenta en una reflexión lúcida sobre la complejidad de nuestra sexualidad y de las relaciones interpersonales.

Obra divertida y sorprendente, para culminar en la sátira de la broma y la lástima, y que hoy se me ha ocurrido colgar en El Fescambre como testimonio y homenaje a estas figuras del espectáculo y la cultura desaparecidas, y también para reafirmar que si no hay nada que contar no hay nada que escribir y no hay nada que filmar. Estas premisas inequívocas son la base y sustancia de la buena literatura y del buen cine.

domingo, 7 de abril de 2013

Equívocas apariencias


Alan Bennett (Leeds, 1934), autor de teatro y guiones de cine y televisón, es una leyenda viva del humor británico. Del escritor inglés leí el año pasado Una lectora nada común, protagonizada por la reina de Inglaterra, una novela exquisita, mordiente y divertida que me engatusó de manera gratificante. Ahora, la editorial Anagrama, nuevamente, publica Dos historias nada decentes. En esta ocasión, Bennett, maestro de novelas cortas, nos cuenta dos historias tan indecentes como ocurrentes, donde el escritor juega divertidamente, poniendo en solfa a dos mujeres rancias, donde la malicia del autor resalta hasta qué punto las apariencias muestran sus equívocos. Ya el título nos avisa, sin ambigüedad, de que se trata ciertamente de dos relatos poco decentes y, además –añado–, jocosos.
Las mujeres de Dos historias nada decentes son personajes de clase media que parecen fugarse de la vida monótona que las tiene encorsetadas. En la primera de ellas, La señora Donaldson rejuvenece, la protagonista, tras quedar viuda, decide buscarse un sobresueldo como actriz de simulacros de enfermedades en la Facultad de Medicina y, también, alquilando una habitación a una pareja de jóvenes estudiantes. En la segunda historia, La ignorancia de la señora Forbes, mucho más malévola, cuenta cómo y porqué el joven y guapo Graham determina casarse con una mujer rica, pero poco agraciada, para tapar su verdadera sexualidad.

Estas dos historias, políticamente incorrectas, del libro de Alan Bennett son divertidas, perversas y muy inteligentes. En ambas novelas breves, el autor desmarca la distancia entre las apariencias públicas de las personas y sus verdaderos deseos privados. Para ello, trata con ironía orquestada las situaciones transgresoras en las que se ven inmersos sus protagonistas.

Bennett firma dos narraciones hilarantes, poco probables, pero muy bien escritas, repletas de diálogos inteligentes y mordaces, donde el sexo es solo un pretexto para quitar la máscara de la hipocresía y dejar al descubierto esa moral de apariencia equívoca, tan propia de la burguesía inglesa.


jueves, 4 de abril de 2013

La muerte permea la vida


Mi amigo L. Bocanegra es un contumaz lector de aforismos e incluso flirtea con este género. Tiene algunos propios que guarda celosamente en su cuaderno Caja de cerillas. Dice en uno: La literatura es un engendro reproductivo e inagotable. Confieso que si lo traigo a colación se debe a mi última experiencia lectora, y a que estoy de acuerdo con él en que los libros te llevan a otras lecturas insospechadas. En La ridícula idea de no volver a verte, Rosa Montero hacía referencia a un libro de la doctora Iona Heath, titulado Ayudar a morir, que anoté como posible lectura ya que el asunto me atraía sobremanera.

Esta mañana he leído, de una sentada, este precioso texto. Ayudar a morir es un librito bello, que habla de la muerte con dulzura. Escrito por una médico generalista con alma de poeta, la británica Iona Heath. A traves de sus páginas la autora desgrana algunos momentos que han marcado su manera de enfocar la muerte de los pacientes y aquellas lecturas que, de alguna manera, la han acompañado en esta reflexión. Dice cosas como que: “Cuanto menos conciencia tenemos de la muerte, menos vivimos”, o “morir nos da la oportunidad de completar la vida”. Y más adelante afirma: “La muerte forma parte de la vida y es parte del relato de una vida. Es la última oportunidad de hallar un significado y de dar un sentido coherente a lo que pasó antes”.

El libro es una intensa reflexión sobra la muerte, el sufrimiento y la dignidad de perder la vida. La doctora pretende con este ejercicio reducir la angustia del paciente y tratar de insuflar esperanza, pero también hacer inventario del pasado en la vida del enfermo. Y ese es el compromiso que desea mantener como médico: hallar la manera de ser parte útil de esa exploración necesaria.


Este no es un libro de autoayuda. Es un relato honesto, fruto de la reflexión de la doctora Heath sobre su experiencia en contacto con el dolor, el sufrimiento y la muerte del enfermo. La prosa desplegada en la escritura tiene sobriedad,  su argumentación expositiva es escueta, pero profunda y está pensada para un extenso público. De ahí el formato divulgativo del libro, dispuesto en ocho capítulos, muy sintetizados y llenos de emoción.

Ayudar a morir muestra la antítesis de la medicina ortodoxa que se encuentra atrapada en considerar a la muerte como un fracaso vital del hombre y por ende de la propia medicina. La autora critica la excesiva medicalización de la vida, porque lo que importa no es cómo morir, sino cómo vivir el proceso de la muerte. Apunta, casi como colofón que: “morir es difícil, y también lo es ser médico”.Tanto ella, como el escritor y prologuista John Berger, son partidarios de que los pacientes mueran en sus casas, rodeados de sus seres queridos.

Iona Heath, prestigiosa médico internacional, ha escrito un texto valiente, con una sensatez sobrehumana cuya lectura no dejará indiferente a nadie.

martes, 2 de abril de 2013

Somos lo que leemos

La lectura puede cambiar el destino de las personas. Algún sabio afirmó que somos lo que leemos, y a la protagonista de La mujer de papel, Aaliya, que vive en un apartamento desde que su marido la repudiara a los 16 años, esta máxima le ha resultado gratificante y le ha ayudado a sobreponerse , mientras en las calles de Beirut continúan la violencia y la guerra.

Esta novela, editada en Lumen, y escrita por Rabith Alameddine (Ammán, 1959), tiene un arranque seductor que engancha al lector, gracias a la personalidad de la narradora protagonista. Aaliya, una mujer de setenta años, nos cuenta el mejor de sus idilios: su amor a los libros. Esta travesía la inició siendo joven, cuando fue abandonada por su esposo. Sola y dejada a su suerte, emprenderá un camino creciente de búsqueda de aquellos libros negados en su infancia y que la acompañarán durante el resto de su vida.

Con La mujer de papel, el escritor libanés logra cautivar al lector con su personaje, un ser devorador de libros, que vivere en la convulsa ciudad de Beirut. El texto está repleto de citas literarias, aunque Aaliya confiesa que Memorias de Adriano es su libro preferido, también cita con gusto El libro del desasosiego y Esperando a los bárbaros y tampoco oculta su inclinación por las obras de Javier Marías y Muñoz Molina. El lector continuará en esta autopista literaria que traza la narración de Alameddine para acompañar a otros escritores nombrados por su lectora y traductora como Calvino, Bolaño, García Márquez, Lampedusa, además de El Corán, libro que cautiva a la protagonista por la musicalidad de sus palabras.

El propio autor afirma en una entrevista que, la mayoría de los gustos literariaos de La mujer de papel, son también suyos. Pero que no odia a Hemingway como Aaliya y que le apasiona Cormac McCarthy, quizás no del gusto de su heroína.

Rabith Alameddine
Aunque los libros están presentes en las páginas de esta historia, en la obra también hay lugar para las relaciones personales. Hay gente que ha dejado huellas en Aaliya y son recordadas, como su querida amiga Hanna. Leyendo esta bonita novela me ha recordado el libro 84, Charing Cross Road, una historia conmovedora entre la señorita Hanff y el librero de Marks & Co sobre la importancia de los libros en la vida de sus lectores.

En suma, La mujer de papel es un canto a la literatura y a la cultura en general. Una puerta de acceso al mundo de los libros, al mundo de las historias intemporales y maravillosas.

lunes, 1 de abril de 2013

¿Cuál es el valor de un momento?


Mi tío, El Requeté, que vivía con nosotros a finales de los años cincuenta, en el número ocho de la calle Palma, nos contagió de tuberculosis a los dos pequeños de la casa. Si no hubiera sido por las vacunas y las atenciones médicas recibidas por parte de Don Ramón Alcalá, el médico de mi familia, quizás mi hermanita y yo hubiéramos tenido un destino trágico. De modo que por aquel entonces la frecuencia de tantas visitas de los médicos los convirtieron en seres familiares, cercanos, capaces de aliviar con su sola presencia los males que nos aquejaban. La deuda que tengo con estos médicos de antaño son de admiración, respeto y agradecimiento. Hay libros publicados que glosan estas extraordinarias figuras.

He terminado la feliz lectura de Un hombre afortunado, la vida cotidiana de un médico rural inglés, de John Berger (Londres, 1926), publicado en Alfaguara. Un libro hermoso, que cuenta las tareas propias de un médico rural en una comunidad inglesa allá por el año 1967. Se trata del doctor John Sassall, un hombre sesudo y apasionado de su profesión. Berger va anotando en su cuaderno los comentarios y diálogos que se suceden con cada visita que el doctor va realizando a sus pacientes por toda la comarca. Es una narración reflexiva, acompañada de emotivas fotografías en blanco y negro que su compañero de viaje, Jean Mohr, va tomando del paisaje y de los rostros de Sassall y sus enfermos.

El escritor inglés se adentra en las tareas del médico con sus pacientes para plasmarnos los gestos, conversaciones y anécdotas del hombre entregado en cuerpo y alma a curarles. Berger dibuja cuidadosamente el retrato de John Sassall a través de su rica personalidad al cuidado de la salud de la comunidad. El dolor ajeno es tratado con alivio por el doctor, no solo con su pericia, sino con el bálsamo del diálogo entre médico y paciente. Para él no existe otro slogan que: “Curar a los otros para curarse a sí mismo”.

En su epílogo, fechado en 1999, Berger revela que no podía imaginar que un médico tan vitalista quince años después se suicidara: “Su muerte ha cambiado la historia de su vida. La ha hecho más interesante.”

Un libro testimonial que merece la pena leerse. Es un texto que conmueve e instruye y que a mí me ha devuelto la memoria de mi infancia, especialmente, el recuerdo de aquellos momentos vividos bajo el cuidado de los médicos.