domingo, 31 de marzo de 2013

Una charla sustanciosa


Cada vez que se produce una novedad editorial que llega con la firma de Fernando Savater despierta en mí una curiosidad difícil de frenar. Sigo con interés sus escritos desde hace treinta años. He leído casi toda su producción narrativa y ensayística. Empecé con Sobre vivir allá en 1983 para continuar con La tarea del héroe e Invitación a la ética, hasta abrazar sus muchos artículos en prensa, en los que vierte su afán divulgador que me llevaron a la lectura de Rabelais, Spinoza, Chesterton, Cioran o Voltaire. Para mí fue todo una instrucción motivadora. 

Esta mañana dominical he leído lo último publicado por el donostiarra. Jorge Herralde, el editor de Anagrama, siempre sorprende, y en esta ocasión lo ha hecho lanzando El Traspié, una comedia filosófica que Savater estrenó en 1988 en TV en el programa de teatro A través del espejo, en la época de Pilar Miró. El texto de esta obrita de apenas noventa páginas y que lleva como subtítulo Una tarde con Schopenhauer, cuenta las conversaciones que la joven y prometedora artista Elisabeth Ney mantiene con el doctor Schopenhauer en sus sesiones de escultura sobre el busto del insigne modelo. Esta inventiva del autor de Ética para Amador nos descubre las ideas sobre el destino de los hombres y otras perplejidades valiéndose del tono magistral del filósofo alemán. Savater versiona los diálogos que la escultora mantiene con el cascarrabias  de Schopenhauer.

En esta pieza teatral el profesor vasco escenifica las minúsculas vanidades del sabio alemán, el afán del anciano de seguir despertando admiración, su gusto por la frase afilada y rotunda para impactar en el oyente. La joven Ney se deja seducir y celebra sus ocurrencias. Hay un pasaje clave en el libro, cuando Schopenhauer se interesa por Larra ante otro personaje de la obra, el español Zúñiga, donde el viejo filósofo manifiesta su rechazo radical al suicidio: “Lo considero un pecado de optimismo: lo que hay que matar en nosotros no es la vida, sino la voluntad de vivir”. Y más adelante afirma: “Cada cual no tiene más destino que los retortijones de sus tripas”.

Savater es también novelista premiado, pero sobre todo es pensador, un filósofo al que nada le es ajeno. Habría que situar al donostiarra en esa franja de escritores de éxito heridos por el teatro que siempre les resultó esquivo, como Azorín, Baroja o en la actualidad, Vargas Llosa.

El traspié ofrece un escenario que no pasa inadvertido, incluso la representación de Zúñiga, el viajero y hombre de mundo, despierta un interés histórico irresistible. Al mismo Schopenhauer le ocurre algo inusual como que la belleza y la inteligencia de la joven lo tenga seducido hasta el punto de atemperar su radical misoginia. Y entonces ocurre el milagro de una deliciosa conversación entre el viejo pensador y su admiradora artista que desemboca en un torrente de pensamientos y gustos que el filósofo alemán despliega con ironía y sentido del humor.

Este librito elocuente, sutil y ameno, que deja el regusto de haber pasado un buen rato, es una charla sustanciosa de las de antaño, pero igual de vigente para estos tiempos de zozobra.

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